jueves, 22 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 34

—Cariño  —Alejandra se  rió  con  deleite  y  tomó  el  rostro  de  su  hija  entre  las  manos—,  me  da  igual  lo  que  seáis  o  no  seáis,  sólo  quiero  que  seas  feliz.  Me  encantaría  poder  quedarme  a  charlar  con  vosotros,  pero  debo  irme.  Ven  a  verme.  Estaré  aquí  hasta  finales  de  la  semana  que  viene.  Trae  a  Pedro.  ¡Insisto  en  ello!  —añadió con otra risita tintineante.

Besó a su hija, sonrió a Pedro y volvió al interior de la sala.

—Tu  madre  es  una  persona  encantadora  —comentó  Pedro. 

Paula lo  miró  y  sonrió.

—Eso pienso yo.

—Y tiene razón sobre tí. Estás resplandeciente, pero yo no tengo nada que ver.

—Te  equivocas  —Paula sabía  cuánto  tenía  Pedro que  ver  con  su  cambio—.  No  habría comprado un vestido como éste si no fuera por tí, y ella lo sabe.

—¿Y eres feliz? —preguntó Pedro, abrazándola.

Paula titubeó  un  momento,  no  porque  no  fuera  feliz  sino  porque  le  costaba  mucho decirlo. Admitirlo sería como darle aún más la espalda a su amiga. Pero, por primera vez en mucho tiempo, era feliz y no podía ocultarlo.

—Sí —musitó—. Soy feliz.

—Me alegro —sonrió él—. Ya somos dos —la besó con gentileza exquisita.

Paula apoyó  la  cabeza  en  su  hombro,  sin  poder  contener  otra  oleada  de  remordimientos.  Se  esforzó  por  rechazarla,  no  quería  pensar  en  eso.  Quería  vivir  el  momento y nada más. Estuvieron  abrazados  una  eternidad,  hasta  que  salió  otra  pareja  y  rompió  su  intimidad.

—Será mejor que volvamos con los demás. Estarán preguntándose qué ha sido de  nosotros  —propuso  Pedro, soltándola. 

Ella,  de  inmediato,  echó  en  falta  su  calor,  que la ayudaba a apartar pensamientos indeseados. Volvieron de la mano, pero sentía el frío del pasado aletear a su alrededor. En cuanto llegaron a la mesa, Federico se levantó.

—¿Puedo  hablar  un  momento  contigo?  —le  preguntó  a  su  hermano,  con  voz  áspera. 

Pedro alzó  las  cejas  y  ayudó  a  Paula a  sentarse.  Le  dió  un  apretoncito  en  los  hombros, miró a Federico y asintió.

—Claro. No tardaremos —dijo a todos los demás.

Siguió a su hermano hacia un lateral de la sala. Intrigados, todos observaron el intercambio a distancia, con tanto interés como Paula.   Era obvio que  Federico estaba  muy  enfadado   y   gesticulaba   con   violencia,   arengando a su hermano. Sin embargo, cuando Federico hizo una pausa para tomar aire, Pedro alzó la mano y empezó a hablar. Dijera lo que dijera, el cambio que se produjo en Federico fue muy intenso. Relajó los hombros y, escuchando, se pasó una mano por el pelo.  Después  hizo  un  par  de  preguntas  y  cuando  Pedro asintió  le  ofreció  la  mano.  Éste se la estrechó y se dieron un abrazo. Segundos después iban juntos hacia el bar.

—¡Vaya!  —exclamó  Luciana,  mirando  de  su  marido  a  Paula—.  Interesante.  ¿Qué  creéis que ha ocurrido?

—Ni idea —dijo Paula, arrugando la frente.

—Sé que a Fede no le gustó que Pepe y tú tardaran tanto en volver. ¿Sería una falta de delicadeza preguntar qué hacían? —la expresión de Luciana era una mezcla de mueca e interés.

—¡Desde luego, Lu! —gruñó su marido con frustración.

Paula soltó una carcajada.

—Tranquilo  —dijo  Paula—.  La  verdad  es  que  estábamos  hablando  con  mi  madre.

—¡Tu madre! —eso era lo último que Luciana había esperado oír.

—Alejandra Schulz es  mi  madre  —confesó  Paula. 

La  expresión  de  Luciana era  digna de verse.

—¡Oh!  ¿En  serio?  ¿He  dicho  algo  malo  sobre  ella?  Seguro  que  sí,  ¿No?  Me  gustaría morirme aquí mismo —exclamó Luciana, cubriéndose el rostro con las manos.

—Tranquila, Luciana—Paula sonrió  comprensiva—.  Fuiste  muy  correcta.  A  mi  madre le encantará saber que cuenta con otra admiradora.

—Y  la  admiro.  ¡De  verdad!  —afirmó  la  joven—.  Ahora,  cuéntanos  cómo  es  crecer siendo hija de una diva de la gran pantalla.

Paula, divertida, le contó algunos de los episodios más graciosos de su infancia, hasta que volvieron Federico y Pedro.

—¿De qué hablaban Fede y tú? —le preguntó a Pedro, cuando volvió a sentarse a su lado.

—Quería  decirme  lo  que me  haría  si  te  hacía  el  más  mínimo  daño  —le  aclaró  Pedro con una sonrisa irónica.

—Espero  que  le  dijeses  que  se  ocupe  de  sus  asuntos  —replicó  Paula,  cortante. 

Por muy jefe suyo que fuera no tenía derecho a inmiscuirse en su vida privada.

 —De hecho, le dije que si alguna vez te hacía daño, yo mismo me castigaría.

—¿En serio? —Paula lo miró con asombro.

—En  serio  —Pedro asintió—.  Me  he  dado  cuenta  de  que  sólo  hay  una  persona  en el mundo a quien no desearía herir nunca, y eres tú. La verdad es que me he enamorado de tí, Paula Chaves.

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