viernes, 16 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 27

Pedro, inconsciente del tumulto que había desatado en ella, sonrió y se sentó.

—Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte.

—Creo  que  una  como  yo  es  más  que  suficiente  —respondió  ella,  sintiendo  un  escalofrío.

—¿Siempre has llevado el pelo recogido? —se interesó Pedro.

Paula gruñó para sí.

—Cuando era más  joven  lo  llevaba  suelto  —admitió,  intentando  mantenerse  serena  a  pesar  de  los  recuerdos.  Comprendió  que  si  daba  medias  respuestas  él  empezaría  a  preguntarse  por  qué.  Tenía  que  decirle  la  verdad,  al  menos  en  parte—.  Empecé a recogérmelo en la universidad.

—¡Yo  habría  pensado  que  ése  era  el  momento  de  soltarse  el  pelo!  —bromeó  Pedro. 

Paula sonrió,  pero  se  sentía  helada  por  dentro.  Cuando  llegó  a  la  universidad  ya se lo había soltado demasiado.

—Supongo  —se  encogió  de  hombros—,  pero  me  tomaba  mis  estudios  muy  en  serio.  Necesitaba  trabajar  duro.  No  quería  distracciones  —no  dijo  que  se  había  enterrado en el trabajo para conseguir sobrevivir.

—Te refieres a distracciones masculinas —Pedro apoyó la barbilla en la mano y examinó su rostro—. Muchos hombres se interesarían por tí.

—Sí,  bueno,  yo  no  estaba  interesada  —Paula removió  su  café—.  Sólo quería  trabajar —quería olvidar, pero no había sido posible.

—Así  que  empezaste  a  hacerte  moño  —musitó  él.  Arrugó  la  frente—.  Tal  y  como yo lo veo, eso no funcionaría. Llevabas el pelo recogido cuando te conocí y eso no me paró los pies —comentó con una sonrisa.

—También llevaba gafas —admitió ella.

—¿Necesitas gafas?

—No,  pero  es verdad  lo  que  dicen.  Los  hombres  no  coquetean  con  las  mujeres  que  llevan  gafas  —la  habían  dejado  en  paz  y  ella  se  había  concentrado  en  sus  estudios.

—También podías haberte divertido —apunto Pedro.

 Ella lo miró con fijeza.

—Ya  te  he  dicho  que  estaba  allí  para  estudiar.  Además,  había  hecho  una  promesa  a  alguien,  y  no  estaba  dispuesta  a  olvidarla  —añadió  con  solemnidad.  Después,  sintiendo  el  peso  de  esa  promesa,  intentó  aligerar  el  tono—.  Las  rubias  tienen sus problemas, ya lo sabes. Si no nos consideran tontas...

—Se ven  como objeto  sexual  —concluyó  Pedro—.  Entiendo  tu  postura.  Las  mujeres bellas a veces tienen problemas para que las tomen en serio.

—Yo no soy bella —arguyó Paula, negándose a que la encasillara.

Pudo haberlo pensado  en  la  vanidad  de  su  juventud,  pero  esa  Aimi  había  desaparecido  hacía  mucho.

 —Para mí lo eres, incluso con el pelo recogido.

Paula sonrió,  tal  y  como  se  esperaba  de  ella.  Luego  movió  la  cabeza  de  lado  a  lado.

—Puede que no quiera que me consideren bella.

—La belleza la deciden los ojos de quien mira —rió suavemente—. En cuanto te ví,  llegaste  a  partes  de mí  que  había  olvidado existían.  Aunque  te vistieras  con  un  saco, la reacción sería la misma.

Ella  suspiró;  sus  palabras  le  llegaban  al  corazón.  Era  un  buen  hombre,  en  un  mundo  en  el  que  era  difícil  encontrar  uno.  Ocurriera  lo  que  ocurriera,  no  se  arrepentiría de haberlo conocido.

—No hace falta que digas esas cosas. Me alegro de estar aquí contigo —le dijo.

Una  vez  hecha  la  elección,  viviría  con  ella,  fuera  cual  fuera  el  resultado.  Pero  no  se  atrevía a analizar lo que estaba viviendo, por miedo.

—Sólo  digo  la  verdad,  Pau—Pedro estiró el brazo por encima de la mesa y agarró su mano—. No hay intenciones ulteriores. Excepto que quiero convencerte de que puedes confiar en mí.

—¿Confiar en tí? Ya lo hago —arrugó la frente.

Si no confiara en él no estarían allí juntos. Él suspiró y atrapó su mano entre las suyas.

—Intento  decirte  que  también  puedes  confiarme  tus  demonios,  ésos que te devoran por dentro.

—¿Mis demonios? —sus   nervios  empezaron  a  bailotear,   alarmados.  Se  preguntó qué sabía él—. ¿Por qué dices eso?

—Porque anoche gemiste y murmuraste en sueños —le dijo él.

—¡Eso  es  ridículo!  —protestó  ella,  con  un  nudo  en  la  garganta. 

Sabía  que  era  muy  posible,  había  ocurrido  con  frecuencia  en  el  pasado.  Por  lo  visto,  las  pesadillas  habían vuelto.

—¿Lo es? —Pedro enarcó las cejas. Aferró su mano para impedir que se soltara—. No me lo pareció, mientras te calmaba hasta que te volviste a dormir.

—Siento haberte molestado —se disculpó ella, asombrada de no recordar nada de eso.

—No me molestaste. Me preocupé por tí. Parecías muy infeliz —sus sollozos le habían helado el corazón—. Sé cuánto dolor pueden causar los demonios internos.

—¿Tú? —la confesión la sorprendió.

—Yo  —afirmó  él  con  una  mueca  irónica—.  Una  vez  le  dí  a  un  hombre  mi  palabra  de  que  salvaría  la  empresa  que  era  su  orgullo  y  su  vida.  Pensé  que  podría  hacerlo,  por  desgracia  no  fue  así.  Tuve  pesadillas  durante  mucho  tiempo;  al  final  apacigüé a los demonios ayudando a otros.

 Ella  lo  miró  a  los  ojos,  y  luego  miró  sus  manos  unidas,  emocionada  por  sus  palabras.

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