viernes, 9 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 17

Largo  rato  después,  Paula se  removió  y  arrugó  la  frente,  confusa.  Se  preguntó  por  qué  la  cama  era  dura  y  la  almohada  cálida  y  firme.  Entonces  una  lechuza  ululó  sobre su cabeza y comprendió que no estaba en su dormitorio, sino afuera. Eso  bastó  para  hacer  que  se  sentara  de  golpe.  Asombrada,  comprendió  que  no  sólo estaba desnuda, sino que el cuerpo masculino  que  tenía  al  lado,  también. Pedro abrió lentamente los ojos y ella recordó de repente. Se le contrajo el estómago y sintió náuseas. No entendía cómo había permitido que ocurriera eso. Había dedicado años a distanciarse de la persona que había sido y, de repente, había acabado tirada en el suelo dando a él acceso libre a su cuerpo. Igual  que  habría  hecho  la  antigua  Paula,  dejándose  dominar  por  sus  sentidos.  De  hecho, había disfrutado con ello y eso la incomodaba. Había  sido  incapaz  de  luchar  contra  sus  instintos  más  básicos.  Después  de  lo  que había vivido, debería de haber sido capaz de alejarse de él; se preguntó por qué no lo había hecho. Allí sentada, en la oscuridad tórrida del cenador, tuvo que aceptar lo  obvio: había querido que ocurriera.  Había deseado volver  a  sentirse   viva, experimentar  la  calidez  de  estar  con  otro  ser  humano.  Y  no  uno  cualquiera,  Pedro.  Sólo él.

—Vuelve. Estás a años luz —la voz grave de Pedro puso fin a su introspección.

Ella se volvió y lo miró, captando el brillo de sus ojos y la sonrisa de sus labios. Él  estiró  una  mano  y  acarició  la  curva  de  su  espalda.  Sintió  el  contacto  en  todo  el  cuerpo y deseó apoyarse en esa mano. Intentó no hacerlo, ser fuerte.

—Tu piel es suave como la de un melocotón —murmuró él, apoyándose en un codo para capturar esa sensación con los labios.

—Para —aunque casi le dolió físicamente, Paula se apartó. Tenía que volver a la casa. Pero Jonas tenía ideas muy distintas.

—¿Para?  —rió  suavemente  y  trazó  un  camino  de  besos  nombro  arriba,  hasta  llegar a la tierna piel de la base de su cuello. Entonces  ella  supo  cuan  débil  era,  porque  se  arqueó  contra  él,  incapaz  de  marcharse.  Él  puso  una  mano  en  su  rostro  y  giró  su  cabeza  para  atrapar  sus  labios  con un largo beso.

—No quiero esto   —intentó ella de nuevo,   mientras él  seguía  besándola,  subiendo por su rostro hasta llegar bajo su oreja. Cerró los ojos.

—Ya lo veo —musitó Pedro, risueño.

 —No podemos quedarnos aquí —jadeó Paula—. Tienes que parar.

 —Dudo que pueda   —susurró  él,   besando su  mandíbula—.   Tendrás que pararme tú.

Ella  abrió  los  ojos  cuando  él  regresó  a  capturar  sus  labios  y,  al  mirarlo,  todo  resto de sensatez se esfumó. No quería pararlo. Posó la mano en su pecho, sintiendo los  fuertes  latidos  bajo  la  palma.  Ignorando  el  grito  de  cautela  de  su  conciencia,  permitió  que  la  sensualidad  ganara  la  partida  de  nuevo.  Sus  labios  se  curvaron  con  una sonrisa.

—He cambiado de opinión. Pedro,  emitiendo   un   sonido   entre   risa   y   gruñido,   se   dejó caer al  suelo,  arrastrándola con él.

Ninguno de ellos oyó el ulular de la lechuza. Una hora después, Paula se liberó con cuidado del brazo de Pedro y se puso en pie.  Recogió  su  ropa,  se  vistió  rápidamente  y  fue  a  la  entrada  del  cenador.  Todo  estaba  en  silencio,  como  si  no  acabara  de  ocurrir  algo  monumental  allí  dentro.  Se  volvió para mirar el cuerpo dormido de Pedro y el corazón le dio un vuelco. Parecía más débil dormido y sintió un estallido de emoción en su interior. Hacer el amor con él había sido la experiencia más perfecta de su vida. Era un amante magnífico, pero se trataba de más que eso. Estar con él había hecho que se sintiera... completa, como hacía años que no se sentía. Había vuelto a estar viva. Entonces  un  recuerdo  dominó  su  mente.  Su  mejor  amiga,  Sofía,  riéndose  al  sol,  en la cima de la pista de esquí, aquel último invierno. Habían tenido dieciocho años y el  mundo  era  suyo.  Ambas  habían  sabido  lo  que  era  estar  vivas,  pero  Sofía ya  no  podría saberlo. Paula cerró el puño, clavándose las uñas en la palma de la mano. No tenía derecho a sentir cuando alguien mejor que ella ya no podía hacerlo. Un hombre había derrumbado sus defensas y le había demostrado que el sexo con él era fantástico; pero eso no era suficiente. Nada volvería a ser suficiente. Pero,  una  vez  cruzada  la  línea,  tras ceder  a  la  tentación,  no  sabía  qué  hacer. Tenía que pensar y no podía arriesgarse a que Pedro se despertara antes de que ella  tomara  una  decisión  sobre  su  comportamiento  futuro.  Sin  hacer  ruido,  bajó  los  escalones y tomó el sendero que, rodeando el lago, llevaba de vuelta a la casa. A  salvo  en  su  habitación,  echó  el  cerrojo. Sin encender la luz, se sentó en la cama y dejó caer la cabeza en las manos. Recordó la advertencia de Federico y cerró los ojos con desconsuelo.

—Ay,  Fede mira  lo  que  he  hecho  —dijo,  imaginándose  su  expresión  si  se  enteraba.

Al final, había dejado que su hermano la sedujera. No sabía qué diablos iba a hacer. Había experimentado lo que era hacer el amor con   él,   y  no podría  olvidarlo.   Se arrepentía   sobremanera  de  su momento   de   debilidad. Pedro había provocado en ella emociones más fuertes que su sensación de culpabilidad. Su deseo por él había sido demasiado intenso para negarlo, y no estaba segura de poder resistirse a él en el futuro. Sólo sabía que debía intentarlo porque le había dado su palabra a Sofía. Suspiró  con  pesar  y  se  puso  una  mano  sobre  el  estómago,  para  controlar  los  nervios. No habría más. Tenía que ser fuerte. No tenía por qué magnificar el error, si se  mantenía  fiel  a  sí  misma.  Lentamente,  sus  nervios  se  apaciguaron  y  la  calma  descendió sobre ella.

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