Nada habría podido describir el deleite que sintió cuando Jonas se arqueó bajo sus manos y gimió con placer. Luego le tocó el turno a ella, cuando él le desabrochó el sujetador y lo apartó, liberando los senos hinchados para mimarlos con su boca. Creyó morir al sentir la humedad cálida y la caricia de su lengua. Gritó de placer. Por supuesto, eso no era suficiente para ninguno de ellos. Zapatos, falda y sujetador volaron por el aire. Después Pedro la alzó sobre sus caderas, apoyando su espalda contra la pared, mientras asaltaba sus senos con labios y lengua. Paula rodeó su cintura con las piernas, enredó los dedos en su sedoso cabello negro y arqueó la espalda, disfrutando del placer que le daba.
—¿Dónde está tu dormitorio? —preguntó él poco después, con voz arenosa por el deseo.
—La primera puerta —gimió ella.
Pedro la llevó por el pasillo hasta el dormitorio. En tres zancadas estaba a los pies de la cama, inclinándose sobre ella. Poco después el resto de las prendas fueron arrancadas por dedos impacientes y pudieron explorarse el uno al otro sin barreras. Se apoyó en un codo y recorrió cada aterciopelada curva de su cuerpo con ojos y manos. Para Paula fue muy erótico ver cómo se concentraba en sus formas y su piel. La acariciaba casi con reverencia, llevándola a un nivel de deseo que nunca había experimentado antes. No le dio miedo demostrarle lo que sentía, arqueándose con sus caricias, suspirando y gimiendo de placer mientras él avivaba su deseo. Cuando la boca de él reclamó ese centro de feminidad que ya habían dominado sus dedos, cerró los ojos y se dejó llevar por las intensas oleadas de placer. Sin embargo, no quería asumir un rol pasivo mucho tiempo. Quería dar además de recibir, y cuando él la llevó casi al límite, recuperó el control deslizando las uñas por su espalda. Con el cuerpo aún pulsante por la magia que él había creado, se concentró en embrujarlo también. Le encantó comprobar que él también reaccionaba a sus caricias. Los pezones masculinos se tensaron y endurecieron bajo su lengua y sonrió como una gata satisfecha al oírlo gemir. Quería que él sintiera tanto como había sentido ella y utilizó todas sus artes para excitarlo. Tenía un cuerpo perfecto; duro, pero suave como la seda. Exploró cada centímetro y él se dejó hacer. Lentamente, lo recorrió con manos y labios, hasta que sus dedos encontraron, y se cerraron, sobre el duro y tenso miembro viril. Él se convulsionó y siseó entre dientes. Masculló algo que recordaba a una oración y Paula alzó la vista, fascinada al ver al hombre que creía inmutable apretar los dientes para mantener el control. Sintiendo cierta lástima por él, decidió subir por su cuerpo hasta que llegó a la altura de sus ojos. Pedro capturó su rostro con las manos.
—Tienes la capacidad de volver a un hombre loco —murmuró.
—Es lo justo, tú también me has vuelto loca.
—Tengo una cura para eso —giró el cuerpo, situándose sobre ella—, pero si la uso no habrá vuelta atrás. Si quieres que lo deje, es tu última oportunidad para pedirlo.
Paula no tenía ninguna intención de pedirle que parase. Sonrió con sensualidad y se movió bajo él.
—Hablas demasiado. ¿No sabes que las acciones valen más que mil palabras?
—Vale, capto el mensaje —gruñó él, excitado.
Calló e inició unos interesantes movimientos. A partir de ese momento sólo se oyeron gemidos y gruñidos de placer. Era difícil saber dónde acababa un cuerpo y empezaba otro, mientras sus extremidades se enlazaban y enredaban en un baile sensual que azuzaba su pasión. Cuando Pedro la penetró, Paula experimentó un momento de intenso júbilo que no se limitaba a la pasión. Nunca en su vida había sentido algo tan perfecto como unirse a él. Se sentía completa como nunca antes, y supo que sin él siempre le faltaría algo. Él se movía con intención, procurando el máximo placer para ambos. Y ese placer se autoalimentaba, creando necesidad de más. Cada embestida incrementaba la tensión. Cuando lo oyó gruñir, supo que él ya no podía controlarse más. Dió un último empujón que los llevó a saltar a un abismo de sensación, de fuego blanco y gritos de placer. Se aferró a él mientras cabalgaban en un calidoscopio de intenso deleite. Pareció que tardaban una eternidad en volver a la tierra, y a la realidad de dos cuerpos enredados sobre una cama. Con un suspiro, Pedro se puso de espalda, arrastrándola con él, a su costado.
—¿Qué te había dicho? Más que sensual —murmuró contra su cabello.
Paula suspiró. Esa noche tenía la sensación de haberse redescubierto a sí misma. Pedro lo había cambiado todo. Era algo nuevo, increíble, distinto. Deseaba saborearlo, porque no duraría. Antes o después, Jonas se alejaría, como era su costumbre, y ella tendría que aceptarlo. Pero aún no. Aún no. Antes del amanecer, se despertó al sentir el suave roce de unos labios en los suyos. Parpadeó y sonrió al ver a Pedro sobre ella.
—Buenos días —lo saludó, adormilada, mientras admiraba el rostro y el cuerpo del hombre con quien había pasado toda la noche haciendo el amor. De repente, frunció el ceño—. Estás vestido —se le encogió el corazón, sin saber por qué.
—Sí —Pedro sonrió, compungido—. Es pronto, pero tengo que volver a casa para prepararme para trabajar. Tengo muchas reuniones hoy. He hecho té —le ofreció una taza que había en la mesilla.
—¿Por qué no te has ido sin más? —Paula se sentó y aceptó la taza—. Podrías haber dejado una nota —dijo, tomando un sorbo.
—Entonces no habría podido darte un beso de despedida —justificó él.
Paula lo miró solemne, mientras un diablillo se agitaba en su interior.
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