martes, 13 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 23

Nada habría podido describir el deleite que sintió cuando Jonas se arqueó bajo sus manos y gimió con placer. Luego le tocó el turno a ella, cuando él le desabrochó el  sujetador  y  lo  apartó,  liberando  los  senos  hinchados  para  mimarlos  con  su  boca.  Creyó morir al sentir la humedad cálida y la caricia de su lengua. Gritó de placer. Por  supuesto,  eso  no  era  suficiente  para  ninguno  de  ellos.  Zapatos,  falda  y  sujetador  volaron  por  el  aire.  Después  Pedro la  alzó  sobre  sus  caderas,  apoyando  su  espalda contra la pared, mientras asaltaba sus senos con labios y lengua. Paula rodeó su  cintura  con  las  piernas,  enredó  los  dedos  en  su  sedoso  cabello  negro  y  arqueó  la  espalda, disfrutando del placer que le daba.

—¿Dónde está tu dormitorio? —preguntó él poco después, con voz arenosa por el deseo.

 —La primera puerta —gimió ella.

Pedro la  llevó  por  el  pasillo  hasta  el  dormitorio.  En  tres  zancadas  estaba  a  los  pies de la cama, inclinándose sobre ella. Poco después el resto de las prendas fueron arrancadas por dedos impacientes y pudieron explorarse el uno al otro sin barreras. Se apoyó en un codo y recorrió cada aterciopelada curva de su cuerpo con ojos y manos. Para Paula fue muy erótico ver cómo se concentraba en sus formas y su piel.  La  acariciaba  casi  con  reverencia,  llevándola  a  un  nivel  de  deseo  que  nunca  había experimentado antes. No le dio miedo demostrarle lo que sentía, arqueándose con  sus  caricias,  suspirando  y  gimiendo  de  placer  mientras  él  avivaba  su  deseo.  Cuando la boca de él reclamó ese centro de feminidad que ya habían dominado sus dedos, cerró los ojos y se dejó llevar por las intensas oleadas de placer. Sin embargo, no quería asumir un rol pasivo mucho tiempo. Quería dar además de recibir, y cuando él la llevó casi al límite, recuperó el control deslizando las uñas por  su  espalda.  Con  el  cuerpo  aún  pulsante  por  la  magia  que  él  había  creado,  se  concentró en embrujarlo también. Le encantó comprobar que él también reaccionaba a  sus  caricias.  Los  pezones  masculinos  se  tensaron  y  endurecieron  bajo  su  lengua  y  sonrió como una gata satisfecha al oírlo gemir. Quería  que  él  sintiera  tanto  como  había  sentido  ella  y  utilizó  todas  sus  artes  para  excitarlo.  Tenía  un  cuerpo  perfecto;  duro,  pero  suave  como  la  seda.  Exploró  cada centímetro y él se dejó hacer. Lentamente, lo recorrió con manos y labios, hasta que sus dedos encontraron, y se cerraron, sobre el duro y tenso miembro viril. Él se  convulsionó  y  siseó  entre  dientes.  Masculló  algo  que  recordaba  a  una  oración  y  Paula alzó la vista, fascinada al ver al hombre que creía inmutable apretar los dientes para mantener el control. Sintiendo cierta lástima por él, decidió subir por su cuerpo hasta que llegó a la altura de sus ojos. Pedro capturó su rostro con las manos.

—Tienes la capacidad de volver a un hombre loco —murmuró.

—Es lo justo, tú también me has vuelto loca.

—Tengo una cura para eso —giró el cuerpo, situándose sobre ella—, pero si la uso  no  habrá  vuelta  atrás.  Si  quieres  que  lo  deje,  es  tu  última  oportunidad  para  pedirlo.

Paula no tenía ninguna intención de pedirle que parase. Sonrió con sensualidad y se movió bajo él.

—Hablas demasiado. ¿No sabes que las acciones valen más que mil palabras?

—Vale,  capto  el  mensaje  —gruñó  él,  excitado.

 Calló  e  inició  unos  interesantes  movimientos. A  partir  de  ese  momento  sólo  se  oyeron  gemidos  y  gruñidos  de  placer.  Era  difícil  saber  dónde  acababa  un  cuerpo  y  empezaba  otro,  mientras  sus  extremidades  se enlazaban y enredaban en un baile sensual que azuzaba su pasión. Cuando Pedro la  penetró,  Paula experimentó  un  momento  de  intenso  júbilo  que  no  se  limitaba  a  la  pasión. Nunca en su vida había sentido algo tan perfecto como unirse a él. Se sentía completa como nunca antes, y supo que sin él siempre le faltaría algo. Él  se  movía  con  intención,  procurando  el  máximo  placer  para  ambos.  Y  ese  placer  se  autoalimentaba,  creando  necesidad  de  más.  Cada  embestida  incrementaba  la tensión. Cuando lo oyó gruñir, supo que él ya no podía controlarse más. Dió un último empujón que los llevó a saltar a un abismo de sensación, de fuego blanco y gritos de placer. Se  aferró  a  él  mientras  cabalgaban  en  un  calidoscopio  de  intenso  deleite.  Pareció  que  tardaban  una  eternidad  en  volver  a  la  tierra,  y  a  la  realidad  de  dos  cuerpos  enredados  sobre  una  cama.  Con  un  suspiro,  Pedro se  puso  de  espalda,  arrastrándola con él, a su costado.

—¿Qué  te había dicho?  Más  que  sensual  —murmuró  contra  su  cabello. 

Paula suspiró. Esa noche tenía la sensación de haberse redescubierto a sí misma. Pedro lo había cambiado  todo.  Era  algo  nuevo,  increíble,  distinto.  Deseaba  saborearlo,  porque  no  duraría. Antes o después, Jonas se alejaría, como era su costumbre, y ella tendría que aceptarlo. Pero aún no. Aún no. Antes del amanecer, se despertó al sentir el suave roce de unos labios en los suyos. Parpadeó y sonrió al ver a Pedro sobre ella.

—Buenos días —lo saludó, adormilada, mientras admiraba el rostro y el cuerpo del  hombre  con  quien  había  pasado  toda  la  noche  haciendo  el  amor.  De  repente,  frunció el ceño—. Estás vestido —se le encogió el corazón, sin saber por qué.

—Sí  —Pedro sonrió,  compungido—.  Es  pronto,  pero  tengo  que  volver  a  casa  para  prepararme  para  trabajar.  Tengo  muchas  reuniones  hoy.  He  hecho  té  —le  ofreció una taza que había en la mesilla.

—¿Por  qué  no  te  has  ido  sin  más?  —Paula se  sentó  y  aceptó  la  taza—.  Podrías  haber dejado una nota —dijo, tomando un sorbo.

—Entonces no habría podido darte un beso de despedida —justificó él.

Paula lo miró solemne, mientras un diablillo se agitaba en su interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario