—Es innecesario. Sé qué esperar de tí —dijo con resignación.
Controló una sonrisa al ver a Pedro fruncir el ceño.
—¿Qué esperas exactamente, Pau?
Ella se encogió de hombros, dándose cuenta de que no era tan difícil tomarle el pelo.
—Que irás y vendrás como te plazca, mientras quieras. Cuando encuentres a otra, te irás. No te preocupes, no me quejaré —le aseguró con resignación, tomando otro sorbo de té.
Le hizo gracia ver su expresión de desconsuelo.
—A ver si me aclaro. ¿Crees que vendré de vez en cuando a darme un revolcón y luego me iré? ¿Un aquí te pillo, aquí te mato?
—¿Qué otra cosa podría ser? —decidió apretarle las tuercas un poco más, aunque él parecía estar tomándose en serio lo que decía.
Él la miró largo y tendido. Después, le quitó la taza y la dejó en la mesilla.
—¿De dónde has sacado esa idea?
Paula se mordió el labio para no echarse a reír.
—Así son los hombres como tú, ¿No? —consiguió decir con voz baja.
—No, yo no soy así —protestó él, disgustado. Era obvio que se estaba tomando en serio lo que decía—. Tienes mucho que aprender sobre mí, Paula Chaves. No deseo a todas las mujeres que conozco. Cuando una me atrae, no busco sólo sexo. Quiero conocerla y disfrutar de su compañía. Me gusta darle regalos y hacerla feliz. El sexo es sólo una parte, no el todo.
—Ah —Paula parpadeó, sorprendida.
Él sonrió, torciendo la boca de esa manera que a ella la volvía loca.
—¿No tienes más que decir? Hace un momento te sobraba elocuencia —la pinchó, burlón.
—Te has dado cuenta —lo acusó.
—Al principio no —se rió—, pero luego recordé lo buena actriz que eres.
—Tú tampoco eres mal actor —le devolvió ella; había conseguido engañarla.
—No le haría ningún bien a mi negocio que la gente pudiera leerme el pensamiento —dijo él—. No sabía que se te diera tan bien tomar el pelo a la gente. Es normal que te encuentre fascinante. Nunca he conocido a nadie como tú, y eso me intriga.
—¿En serio? —Paula se acomodó en las almohadas y sonrió—. Cuéntame más.
—¿Qué quieres oír? ¿Acaso que sé que hay una mujer cálida y adorable bajo ese frío aspecto exterior y que quiero saber más de ella? —dijo él con voz suave como una brisa de verano.
—Ya has visto casi todas mis facetas —murmuró ella, con la garganta seca.
—Sí, y me quitan la respiración —los ojos de Jonas llamearon con pasión—. Me alegra que hayas cambiado de opinión y decidido darme una oportunidad.
—A mí también —dijo ella.
—Dios, eres preciosa —suspiró él tras contemplarla un momento—. ¿Te pareces a tu madre? ¿Ella también es una belleza?
—Creo que es la mujer más guapa del mundo —Paula sonrió, visualizando el rostro de su madre—. He heredado sus ojos.
—¿Sólo los ojos?
—Aja. He oído decir que tengo la barbilla de mi padre —añadió, tocando el pequeño hoyuelo.
—¿Oído? —Pedro alzó una ceja, interrogante.
—Murió cuando yo era pequeña. No lo conocí.
—Es una pena. Estoy seguro de que te habría adorado.
—¿Cómo puedes saber eso? —preguntó, sorprendida por el comentario.
—Porque los padres siempre adoran a sus hijas —Pedro sonrió y tocó su nariz con el dedo—. Es un requisito previo.
De repente, Paula sintió que las lágrimas le quemaban la garganta al pensar que un hombre a quien no había conocido la amara sólo por existir.
—Me gusta pensar que eso es verdad —admitió.
Pedro arrugó la frente al ver el brillo de sus ojos.
—No pretendía hacerte llorar —se disculpó.
Paula sonrió.
—Son lágrimas de felicidad. Estoy un poco sensiblera hoy. Gracias por lo que has dicho.
—De nada —se inclinó y depósito un suave beso en sus labios—. Ahora tengo que marcharme.
Paula deseó echarle los brazos al cuello y retenerlo. Pero dominó la tentación. Tampoco hizo la pregunta que le quemaba la garganta: «¿Cuándo volveré a verte?».
—No trabajes demasiado —aconsejó.
—Lo intentaré —prometió él. La besó de nuevo, con más pasión—. Tendré que conformarme con eso durante el resto del día, a no ser que estés libre para comer.
—No tendré tiempo —Paula movió la cabeza con pesar—. Estoy preparando el borrador de una conferencia que dará tu hermano dentro de poco.
—¿Así que tengo que repartirte con mi hermano? —movió la cabeza—. Bueno, al menos no tendré que preocuparme de que coquetee contigo. Fede sólo piensa en el trabajo.
Se levantó y salió del dormitorio. Ella oyó la puerta abrirse y cerrarse de nuevo. Paula se hundió en las almohadas abrazándose a sí misma. Repasó los días anteriores y los cambios que habían traído.
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