jueves, 22 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 36

Paula desvió  la  mirada  y  se  secó  el  rostro  con  una  toalla.  No  quería  pensar  en  eso.  No  quería  admitir  lo  que  decía  su  conciencia.  Quería  estar  con  Pedro.  Sentir  su  calor y saberse viva. Sin volver a mirarse, apagó la luz y volvió al dormitorio. Se metió en la cama y lo abrazó  a   con  fuerza.  Algo  sorprendido,  él,  instintivamente,  la  rodeó  con  los  brazos.

—¿Estás bien? —le preguntó, cauto.

—Lo estaré. Abrázame, por favor —le pidió con voz débil.

Él sintió un pinchazo en el corazón.

—Siempre —prometió—. Siempre.

Paula suspiró  profundamente  y  rezó  porque  sus  palabras  se  llevaran  la  gélida  sensación de que se le estaba acabando el tiempo. Lentamente, empezó a relajarse y a respirar  más  despacio.  Para  Pedro fue  una  señal  de  que  él  también  podía  relajarse.  Entonces oyó las palabras que había tenido la esperanza de escuchar.

—Te quiero, Pepe—murmuró Paula, ya casi durmiendose.

—Yo  también  te  quiero,  Pau—Pedro acarició  su  sedoso  cabello—.  Ahora,  duerme.

Ella emitió un leve suspiro y se perdió en el sueño. La  mañana  siguiente,  se  despertó  antes  que  Pedro y,  en  cuanto  abrió  los  ojos, recordó todo lo ocurrido. Deseó sentirse feliz porque él le hubiera dicho que la  amaba,  pero  se  estremeció.  No  podía  evitar  pensar  que  no  estaba  bien.  Era  malo  ser tan feliz cuando su mejor amiga no tenía la posibilidad de serlo. Salió de la cama y fue a ducharse. Se sentía desgarrada. Por un lado, deseaba lo que  podía  tener  con  Pedro,  por  otro,  estaba  convencida  de  que  no  se  merecía  tanto  bien. Los remordimientos por la muerte de su mejor amiga volvieron a atenazarle el corazón, transformando el día cálido y soleado en algo frío y oscuro. Tiritando,  cerró  el  grifo  y  salió  de  la  ducha  para  secarse.  Volvió  al  dormitorio,  se  puso  unos  vaqueros  y  una  blusa  ligera  de  manga  larga  y  fue  a  la  cocina  a  hacer  café.

Mientras  sorbía  el  humeante  café,  vió  el  montoncito  de  correo  que había dejado en la encimera el día anterior. Un par de facturas y un sobre escrito a mano. Reconoció la letra. Dejó la taza,  agarró  el  sobre  y  lo  abrió  con  dedos  temblorosos. Dentro  había  una  tarjeta  de  cumpleaños  que  suponía  un  crudo  recordatorio. Decía:

 " A nuestra querida Sofía. Feliz cumpleaños, con todo nuestro amor, Mamá y papá".

Paula  comprendió que había olvidado la fecha que era. Todos los años la madre de  Sofía le  enviaba  a  ella la  tarjeta  que  no  podía  enviar  a  su  hija.  Y  seguía  devastándola como la primera vez.

—¡Oh, Dios! —Paula se llevó la mano al estómago, luchando contra las náuseas.

El momento era terrible, pues se unía al regreso de la conciencia. Estaba siendo asaltada por todos los flancos y decidió que necesitaba aire fresco para pensar. Dejó la tarjeta en la encimera y fue hacia la puerta. Hizo una pausa en el umbral del dormitorio, para contemplar a Pedro dormido. La había tranquilizado durante la noche, alejando a los fantasmas de su pasado. Una parte de ella quería que volviera a abrazarla, otra sabía que no podía ayudarla. Tenía que hacerlo ella misma. Así  que  siguió  hacia  la  puerta,  recogiendo  su  bolso  de  camino.  Al  principio  caminó sin rumbo, con la única idea de alejarse de la fuente de su dilema. Después se sentó en un banco, en un parque cercano, para organizar sus ideas. Sabía lo que necesitaba oír. Necesitaba que le dijeran que tenía derecho a estar  con  Pedro.  Pero  Sofía era  la  única  que  podía  darle  ese  permiso,  y  no  podía  hacerlo.  Tal  vez  no  estuviera  siendo  racional,  pero  nunca  lo  sería  con  respecto  a  lo  que había hecho. Si ella estuviera allí... No lo estaba, sólo quedaban sus padres.

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