martes, 13 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 22

Horas después, Pedro finalmente detuvo el coche ante el edificio en el que vivía Aimi. El tráfico de vuelta a la ciudad había sido intenso y el viaje se había alargado. Paula se  sentía  como  un  trapo,  hacía  aún  más  calor  en  la  ciudad  que  en  el  campo.  Sabía que su piso sería un horno, después de estar cuatro días cerrado. Había pasado el resto del viaje perdida en los recuerdos, reviviendo una y otra vez la horrible escena. Las pesadillas habían dominado su sueño muchos años, pero habían ido disminuyendo. Esa noche no la habría sorprendido tener una. Cuando él apagó el motor, el silencio resultó casi ensordecedor. Aimi seguía sin  saber  qué  hacer.  Lo  lógico  habría  sido  alejarse  de  él,  pero  su  mente  clamó  en  contra:  «No,  ¡no  puedo  renunciar  a  esto!  No  quiero  volver  a  la  nada.  ¡Quiero  vivir!  ¡Quiero esto!». Abrumada  por  la  intensa  sensación,  supo  que  la  antigua  Paula había  vuelto  a  ganar.  No  podía  obviar  la  realidad;  lo  había  intentado,  pero  era  algo  demasiado  fuerte. En cuanto aceptó eso, la batalla interna llegó a su fin. Sintió que sus barreras caían  y  que  un  pajarillo  que  había  estado  dormido  durante  años,  se  despertaba  y  agitaba las alas, listo para emprender el vuelo. Se volvió hacia Pedro con una sonrisa templada que ocultaba sus sentimientos. Aun sabiendo  lo  que  iba a  hacer,  estaba  nerviosa.  Iba  a emprender  un  camino  incierto y lo sabía.

—Gracias por traerme a casa, te habrás desviado mucho —dijo, cortés.

—Le  dije  a  Fede que  te  dejaría  en  casa  sana  y  salva  —replicó  él  con  ironía,  arqueando una ceja.

—Y lo has hecho —recogió la libreta que apenas había mirado y la guardó en el bolso—.  Le  diré  que  te  comportaste  de  maravilla  —añadió,  sin  saber  cómo  decirle  que había cambiado de opinión.

Por suerte, Pedro no lo consideró una despedida y siguió su pauta habitual.

—Bueno,  vamos  a  dejarte  en  casa  —dijo,  abriendo  la  puerta  y  bajando  del  coche.

Paula también salió, mientras Pedro sacaba la maleta del maletero.

—No es necesario que me acompañes hasta arriba —dijo, nerviosa, siguiéndolo hacia el portal.

—Confía  en  mí,  Pau.  Sí  es  necesario  —aseveró  él, cortante—.  Acabo  de  pasar  muchas horas encerrado en un coche contigo, sin poder ponerte un dedo encima por miedo a provocar un accidente. Los sentidos de ella reaccionaron de forma salvaje al oírlo decir eso.

—¿Querías tocarme? —la provocativa pregunta se le escapó sin poder evitarlo.

Aguantó la respiración, esperando la respuesta.

—¿Tú  qué  crees?  —preguntó  él  con  ojos  llameantes,  que  la  abrasaron.  La  miró  un  momento,  tomó  aire  y  soltó  una  risita—.  Es  un  milagro  que  no  me  haya  vuelto  loco —abrió la puerta y le cedió el paso.

El ascensor estaba abajo, así que entraron y Pedro pulsó el botón a su piso. Paula, apoyándose  en  la  pared,  lo  miró,  preguntándose  cómo  ese  hombre  podía  haberla  cambiado  tanto  en  tan  corto  espacio  de  tiempo.  Su  fuerza  era  tal  que  había  podido  con todos los demonios que la asolaban. Pedro no podría haber dejado más claro que deseaba besarla, y ella ansió que el ascensor volara hacia arriba. Un ascua de deseo empezaba a avivarse en su interior, creando una llamita que crecía con cada segundo.

—Si  sigues  mirándome  así,  nunca  llegaremos a tu piso —gruñó él con voz seductora.

Ella se estremeció con anticipación.

—Tal vez sería mejor no precipitarnos. Podrías acompañarme hasta la puerta e irte —dijo ella, sintiendo cierto nerviosismo.

—No te conviertas en un bloque de hielo, Pau.

 —¿Tanto me deseas? —preguntó ella, con los ojos muy abiertos.

—Nunca he deseado tanto a una mujer. ¿Eso te sorprende? ¿Por qué? Eres una mujer bella, inteligente y muy sensual.

 —No lo soy —negó Paula, instintivamente.

Él soltó una risotada.

—No  discutas  conmigo,  o  tendré  que  acercarme  y  demostrártelo.  Eso  sería  peligroso; me queda poco control de mí mismo.

Los nervios de ella dieron un bote cuando sus ojos se encontraron. Para cuando se abrió la puerta del ascensor, a Paula le costaba respirar y le temblaban las piernas. Le  daba  igual  qué  era  correcto  y  qué  incorrecto,  no  iba  a  pensar  en  eso  hasta  el  día  siguiente. Rebuscó en el bolso y sacó la llave. Pedro se la quitó y abrió la puerta con impaciencia. En cuanto estuvieron dentro, se volvió hacia ella y dejó la maleta a un lado. Ella  dejó  caer  el  bolso  al  suelo  justo  cuando  Pedro  la  tomó  en  sus  brazos  y  la  besó  con  pasión  abrasadora.  Se  perdió  en  ese  fuego,  descubriendo  que  el  ardor  se  incrementaba  por  segundos.  Rodeó  su  cuello  con  las  manos,  deseando  explorar  su  cuerpo  viril.  La  camisa  entorpecía  su  sensación  así  que  empezó  a  apartarla  de  sus  hombros. Comprendiendo lo que buscaba, Pedro desabrochó los primeros botones y luego la apoyó contra la pared mientras le sacaba la blusa de la falda e introducía las manos en su interior. Paula, sin aliento, apartó la boca. Él aprovechó para desabrocharle la blusa y quitársela, para hundir la boca en el valle de sus senos. Ella sintió que sus pezones se tensaban,  anhelando  el  contacto  de  sus  labios,  tan  cercanos.  Tironeó  de  su  camisa  y  disfrutó del placer de deslizar las palmas de las manos por los marcados músculos de su espalda.

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