—Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese impresionante despliegue de seda y encaje. Sigue grabado en mi mente, aun ahora —Pedro alzó una pierna y la cruzó sobre la otra—. Me da la impresión de que sé algo de tí que los demás hombres desconocen. Bajo ese aspecto almidonado te gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?
—¡Ninguno que vaya a desvelarte a tí! —le devolvió Paula, seca.
Pedro se limitó a sonreír.
—Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿Por qué?
—No duermo con el pelo recogido —explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.
—¿Sabes lo que opino, Paula Chaves?
—¡Tu opinión no podría interesarme menos!
—Creo que practicas la decepción.
—Como he dicho, tu opinión no me interesa —replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad—. ¡Tú no me interesas!
—En cambio, tú me interesas mucho —contraatacó Pedro—. Pienso en tí todo el tiempo.
—¡Debe resultarte muy aburrido!
Él dejó escapar una risa suave y sensual que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.
—Tengo la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Pau.
—No soy tu querida Pau—protestó ella, afectada por el término cariñoso.
—Aún no, estoy de acuerdo —concedió él.
—¡Nunca! —exclamó ella, ya de mal humor.
—Nunca se debe decir nunca —la miró a los ojos—. Yo mismo lo descubrí anoche. Habría apostado mucho dinero a que nunca me costaría dormir en mi vieja cama, pero comprobé lo contrario. Estuve inquieto toda la noche —aclaró, con sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.
—No puedes culparme a mí de eso —discutió Paula, con los nervios a flor de piel. Era como si sus defensas se hubieran desvanecido por completo, dejándolo abierta a todo lo que él decía o hacía. No entendía por qué la habían abandonado cuando más las necesitaba.
—¿No puedo? —sus labios se curvaron—. Fuiste tú quien elevó mi tensión sanguínea —arguyo, antes de tomar un sorbo de café.
De alguna manera, Paula consiguió mantener una expresión serena.
—A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta —le dijo, cruzando los dedos mentalmente.
—Hum —murmuró dubitativo, acariciándose la barbilla—. No eres lo que aparentas a primera vista. ¿Sabías que debía pasar ese fin de semana en América? Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.
—Para el deleite de todos —comentó ella con voz seca.
—Bien dicho, Pau—Pedro se rió—. Tienes mucho tacto. No me extraña que Fede hable tan bien de tí.
—Hago cuanto puedo —contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.
—Ah, llega la caballería —declaró Pedro, Paula volvió la cabeza y vió a Federico con una bandeja—. Justo a tiempo, ¿Eh?
—Justo a tiempo, ¿Qué? —preguntó Federico, que había oído el comentario.
Puso un plato y una taza ante Paula.
—Tu llegada con la comida —contestó su hermano sonriente—. Pau estaba a punto de comerse la mesa.
—Siento haber tardado —se disculpó Federico.
—No has tardado. Pedro te toma el pelo.
—Es uno de sus hábitos —confirmó Federico.
—Lo cierto es que estaba flirteando con Paula y ella me lo estaba poniendo difícil —Jonas se enderezó en el asiento.
—¡Bien por tí, Pau! —aprobó Federico, guiñándole un ojo—. Demasiadas mujeres caen en sus brazos cuando chasquea los dedos —se sentó junto a ella y empezó a devorar su desayuno.
Paula lo imitó.
—¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? —preguntó Pedro tras unos minutos de silencio.
—A partir del mediodía. Luego seguirá lo de siempre. ¡Papá achicharrará las salchichas y hamburguesas, como es habitual!
—¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? —le preguntó Pedro a Paula.
—No, ésta es la primera —admitió ella, divertida.
Estaba un poco nerviosa por conocer a toda la familia. En otros tiempos había sido frecuente estar rodeada de extraños y unirse a la fiesta con entusiasmo. Pero desde aquel horrible día,disfrutar y reírse le había parecido mal. No podía comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.
—Entonces te espera toda una experiencia —le dijo Pedro con humor.
—Eh, ¿Recuerdas la vez que...? —Federico chasqueó los dedos.
Paula dejó de escuchar a los hermanos, que iniciaron un divertido recuento de recuerdos. Se recostó en la silla y, mordisqueando el último cruasán, los contempló con atención. Se parecían mucho. Ambos eran hombres guapos, pero Federico tenía las facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Pedro negro. Federico exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Pedro los que atraían su atención.
Inesperadamente, Paula deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para grabarlos en su memoria. Un deseo estúpido, desde luego. No quería recordarlo. Cuanto antes dejaran de verse, mejor. Sin embargo, al pensar eso, un pedazo de ella se sintió perdido. Miró su taza de café, confusa. No entendía qué había en él que la atrajese tanto. Él sólo buscaba sexo pero, aun así, tenía algo especial. Unas sonoras carcajadas llamaron su atención. Federico estaba doblado de risa y Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón. Un estruendoso silbido interrumpió las risas. Los tres se volvieron. Horacio estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.
—¡Venga, ustedes dos! Necesito músculos para preparar las mesas. ¡En marcha!
Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.
—A papá le gusta dirigir a sus tropas —comentó Federico con cariño.
Paula sonrió al ver su expresión.
—¡Diviértete! —le deseó, mientras él se alejaba. Pedro, retrasándose, atrapó su mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante—, ¿Querías algo?
—Sólo esto —contestó él.
Rodeó la mesa y se inclinó para darle un beso en la mejilla.
—¡Eh! —exclamó, con el pulso desbocado.
Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.
—Tengo que divertirme un poco —dijo Pedro sin asomo de arrepentimiento—. ¡Considéralo un adelanto! —después siguió a su hermano, dejando a Paula sin habla.
Ella contempló su marcha. El maldito hombre era perfecto. De espalda ancha, caderas estrechas y piernas largas y fuertes. No tenía sentido negarlo, pocos hombres podrían competir con él. De inmediato, se recriminó por haberlo pensado. Iba a tener que esforzarse más. Mucho más. Ya era malo que estuviera ocupando sus pensamientos; no permitiría que la tentara para romper su solemne promesa. Tenía que resistir.
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