martes, 27 de febrero de 2018

Desafío: Capítulo 8

—Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese  impresionante  despliegue  de  seda  y  encaje.  Sigue  grabado  en  mi  mente,  aun  ahora —Pedro alzó una pierna y la cruzó sobre la otra—. Me da la impresión de que sé  algo  de  tí  que  los  demás  hombres  desconocen.  Bajo  ese  aspecto  almidonado  te  gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?

—¡Ninguno que vaya a desvelarte a tí! —le devolvió Paula, seca.

Pedro se limitó a sonreír.

—Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿Por qué?

—No duermo con el pelo recogido —explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.

—¿Sabes lo que opino, Paula Chaves?

—¡Tu opinión no podría interesarme menos!

—Creo que practicas la decepción.

—Como he dicho, tu opinión no me interesa —replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad—. ¡Tú no me interesas!

—En cambio, tú me interesas mucho —contraatacó Pedro—. Pienso en tí todo el tiempo.

 —¡Debe resultarte muy aburrido!

Él  dejó  escapar  una  risa  suave  y  sensual  que  hizo  que  ella  se  estremeciera  de  arriba abajo.

—Tengo la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Pau.

—No soy tu querida Pau—protestó ella, afectada por el término cariñoso.

—Aún no, estoy de acuerdo —concedió él.

—¡Nunca! —exclamó ella, ya de mal humor.

—Nunca  se  debe  decir  nunca  —la  miró  a  los  ojos—.  Yo  mismo  lo  descubrí  anoche.  Habría  apostado  mucho  dinero  a  que nunca me costaría dormir en mi vieja cama,  pero  comprobé  lo  contrario.  Estuve  inquieto  toda  la  noche  —aclaró,  con  sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.

—No  puedes  culparme  a  mí  de  eso  —discutió  Paula,  con  los  nervios  a  flor  de  piel.  Era  como  si  sus  defensas  se  hubieran  desvanecido  por  completo,  dejándolo  abierta  a  todo  lo  que  él  decía  o  hacía.  No  entendía  por  qué  la  habían  abandonado  cuando más las necesitaba.

—¿No puedo?  —sus  labios  se  curvaron—.  Fuiste  tú  quien  elevó  mi  tensión  sanguínea —arguyo, antes de tomar un sorbo de café.

De alguna manera, Paula consiguió mantener una expresión serena.

—A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta —le dijo, cruzando los dedos mentalmente.

—Hum  —murmuró  dubitativo,  acariciándose  la  barbilla—.  No  eres  lo  que  aparentas  a  primera  vista.  ¿Sabías que debía pasar  ese  fin  de  semana  en  América?  Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.

—Para el deleite de todos —comentó ella con voz seca.

—Bien  dicho,  Pau—Pedro se  rió—.  Tienes  mucho  tacto.  No  me  extraña  que  Fede hable tan bien de tí.

—Hago cuanto puedo —contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.

—Ah, llega la caballería —declaró Pedro, Paula volvió la cabeza y vió a Federico con una bandeja—. Justo a tiempo, ¿Eh?

—Justo  a  tiempo,  ¿Qué?  —preguntó  Federico,  que  había  oído  el  comentario. 

Puso  un plato y una taza ante Paula.

—Tu  llegada  con  la  comida  —contestó  su  hermano  sonriente—.  Pau estaba  a  punto de comerse la mesa.

 —Siento haber tardado —se disculpó Federico.

 —No has tardado. Pedro te toma el pelo.

—Es uno de sus hábitos —confirmó Federico.


—Lo  cierto  es  que  estaba  flirteando  con  Paula y  ella  me  lo  estaba  poniendo  difícil —Jonas se enderezó en el asiento.

—¡Bien por tí, Pau! —aprobó Federico, guiñándole un ojo—. Demasiadas mujeres caen  en  sus  brazos  cuando chasquea  los  dedos  —se  sentó  junto a  ella  y  empezó  a  devorar su desayuno.

 Paula lo imitó.

—¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? —preguntó Pedro tras unos minutos de silencio.

—A  partir  del  mediodía.  Luego  seguirá  lo  de  siempre.  ¡Papá  achicharrará  las  salchichas y hamburguesas, como es habitual!

—¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? —le preguntó Pedro a Paula.

 —No, ésta es la primera —admitió ella, divertida.

Estaba  un  poco  nerviosa  por  conocer  a  toda  la  familia.  En  otros  tiempos  había  sido  frecuente  estar  rodeada  de  extraños  y  unirse  a  la  fiesta  con  entusiasmo.  Pero  desde   aquel horrible día,disfrutar y reírse le había   parecido   mal.   No podía  comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.

—Entonces te espera toda una experiencia —le dijo Pedro con humor.

—Eh, ¿Recuerdas la vez que...? —Federico chasqueó los dedos.

Paula  dejó  de  escuchar  a  los  hermanos,  que  iniciaron  un  divertido  recuento  de  recuerdos.  Se  recostó  en  la  silla  y,  mordisqueando  el  último  cruasán,  los  contempló  con  atención.  Se  parecían  mucho.  Ambos  eran  hombres  guapos,  pero  Federico tenía  las  facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Pedro negro. Federico exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Pedro los que atraían su atención.

Inesperadamente, Paula deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para   grabarlos en  su  memoria.   Un   deseo estúpido,  desde   luego.   No   quería   recordarlo.  Cuanto  antes  dejaran  de  verse,  mejor.  Sin  embargo,  al  pensar  eso,  un  pedazo  de  ella  se  sintió  perdido.  Miró  su  taza  de  café,  confusa.  No  entendía  qué  había en él que la atrajese tanto. Él sólo  buscaba  sexo  pero,  aun  así,  tenía  algo  especial. Unas  sonoras  carcajadas  llamaron  su  atención.  Federico  estaba  doblado  de  risa  y  Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón. Un  estruendoso  silbido  interrumpió  las  risas.  Los  tres  se  volvieron.  Horacio estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.

—¡Venga,   ustedes dos!   Necesito   músculos   para   preparar   las   mesas.   ¡En   marcha!

Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.

—A papá le gusta dirigir a sus tropas —comentó Federico con cariño.

Paula sonrió al ver su expresión.

—¡Diviértete!  —le  deseó,  mientras  él se  alejaba.  Pedro, retrasándose,  atrapó  su  mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante—, ¿Querías algo?

 —Sólo  esto  —contestó  él. 

Rodeó  la  mesa  y  se  inclinó  para  darle  un  beso  en  la  mejilla.

—¡Eh! —exclamó, con el pulso desbocado.

Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.

—Tengo que divertirme un poco —dijo Pedro sin asomo de arrepentimiento—. ¡Considéralo un adelanto! —después siguió a su hermano, dejando a Paula sin habla.

Ella  contempló  su  marcha.  El  maldito  hombre  era  perfecto.  De  espalda  ancha,  caderas estrechas y piernas largas y fuertes. No tenía sentido negarlo, pocos hombres podrían competir con él. De inmediato, se recriminó por haberlo pensado. Iba  a tener  que  esforzarse  más.  Mucho más.  Ya  era  malo que estuviera  ocupando  sus  pensamientos;  no  permitiría  que  la  tentara  para  romper  su  solemne  promesa. Tenía que resistir.

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