martes, 6 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 14

Cuando  Paula despertó,  un  rato  después,  Pedro había  desaparecido.  Que  tuviera  que  repetirse que se sentía aliviada demostró la ambivalencia de sus emociones. Recogió sus  cosas  y  volvió  a  la  casa,  agradeciendo  que  la  familia  no  hubiera  regresado  aún.  Una ducha rápida borró el rastro de su estancia en la piscina, y deseó que fuera igual de  sencillo  volver  a  meter  al  genio  dentro  de  la  lámpara  mágica.  Por  fuera  parecía  serena,  por  dentro  era  un  torbellino.  El  beso  de la  había  inquietado  y  eso  le  disgustaba.  Para  combatir  la  sensación  se  esforzaría  para  adoptar  la  apariencia  habitual: cada mechón de cabello recogido en su sitio con horquillas. No era una gran armadura, pero era la única de la que disponía para la batalla. Pasó  el  resto  de  la  mañana  en  la  biblioteca.  Pudo  concentrarse  y  borrar  de  su  mente esos asombrosos ojos azules. Comió en la terraza con la familia. La sorprendió que él no apareciera, pero así tendría más tiempo para recuperar la compostura.

Paula trabajó hasta que llegó la hora de subir a su habitación y asearse y vestirse para  la  cena.  Mientras  examinaba  su  exiguo  guardarropas,  tuvo  otra  muestra  de  su  ambivalencia  al  descubrirse  deseando  tener  algo  más  que  faldas  y  blusas.  De  inmediato, imaginó a Pedro sonriendo, pensando que se había arreglado por él, y su espalda  se  tensó.  No  iba  a  volver  a  sus  antiguas  costumbres,  cuando  vestirse  para  atraer  a  un  hombre  había  sido  tan  normal  como  respirar.  Era  una  persona  distinta;  mejor y por encima de esos trucos. Por eso, cuando salió de la ducha se puso la falda azul y la blusa de seda blanca sin mangas. Con  el  cabello  recogido  y  aspecto  sereno  y  eficiente,  su  reflejo  le  devolvió  la  fuerza  de  voluntad.  La  mujer  que  veía  en  el  espejo  parecía  capaz  de  enfrentarse  a  todo. Pero una vocecita traicionera cuestionó que fuera así. Aimi se había creído por encima de la tentación, y Pedro estaba probando que se había equivocado. Pensar en él era un error, porque le hacía recordar el beso y la tormenta que había desatado en su interior. Gruñendo  por  su  estupidez,  Paula dejó  de  mirarse  e  inspiró  varias  veces.  «Puedes  hacerlo,  Pau.  Recuerda  cuánto  has  trabajado  para  llegar  donde  estás.  Piensa en Sofía y en lo que le prometiste hacer para compensar lo ocurrido. Sé fuerte. Sé fuerte». Unos  minutos  después,  cuando  se  estaba  poniendo  los  zapatos,  llamaron  a  su  puerta.  Sorprendida,  abrió  y  se  encontró  con  Pedro.  Llevaba  una  camisa  blanca  que  resaltaba el intenso color de sus ojos y tenía las manos metidas en los bolsillos de un elegante pantalón oscuro. El conjunto era un regalo para la vista y ella rezongó para sí.

—Como  Fede no  está,  he  pensado  que  me  correspondía  escoltarte  a  cenar  —explicó él con una de sus sonrisas traviesas—. ¿Estás lista?

—Creo que sabré bajar la escalera yo sólita —dijo Paula con ironía.

Pedro no se inmutó.

—Estoy  seguro,  pero  mis  padres  se  esforzaron  mucho  para  que  tuviéramos  buenos  modales,  así  que  deberías  aceptar  mi  caballeroso  gesto  —contraatacó  él  con  ojos chispeantes.

Consciente  de  lo  ridículo  de  estar  allí  parada,  discutiendo  con  él,  Paula salió  y  cerró la puerta.

—¡Y yo que creía que los tiempos de la caballerosidad se habían acabado! —se burló, yendo hacia la escalera a paso rápido.

Pedro la siguió.

—Eres una mujer difícil de complacer —se quejó él.

 —Lo  cierto  es  que  es  muy  fácil.  Si  te  marcharas,  me  complacerías  mucho  —le  devolvió, con sorna.

Casi dió un bote cuando el puso la mano bajo su codo mientras empezaban a bajar la escalera. Aunque leve, el contacto le llegó muy adentro.

—Ambos sabemos que eso no es verdad, cariño. Tengo una idea bastante clara de qué te complacería, y no sería que me fuese —dijo él con voz sexy.

Los  nervios  de  Paula iniciaron  una  serie  de  volteretas.  Era  difícil  mantener  la  compostura ante un ataque tan fuerte, pero lo consiguió.

—¿También te enseñaron tus padres a ser descarado? —preguntó, aguda.

—No, eso lo aprendí yo sólito —rió él.

—Sí, no lo dudo —dijo ella, pensando que había aprendido de maravilla.

 —Eso se te da muy bien —comentó Pedro.

Paula lo miró con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—Mostrar desaprobación —aclaró él.

 —Eso es porque te desapruebo —afirmó ella.

—Pero eso no te impide desearme, ¿Verdad, Pau? —la retó él, deteniéndose al llegar a la planta baja.

Negar  que  lo  deseaba  sería  fútil,  el  hombre  no  era  ningún  tonto.  Leía  a  las  mujeres con facilidad diabólica.

—Me impedirá involucrarme contigo, Pedro.

 —No —movió la cabeza con seguridad—. Añadirá sabor a nuestra aventura. Lo estoy deseando.

Irritada  más  allá  de  lo  que  creía  posible,  sobre  todo  porque  parte  de  ella  sabía  que Jonas tenía razón, agitó un dedo con ira.

—Escúchame, Pedro Alfonso...

—Te  pones  guapísima  cuando  te  enfadas  —dijo  él  con  una  sonrisa  que  habría  derretido el hielo.

—¡Para ya! —Paula, impotente, casi dió una patada en el suelo de pura rabia.

—No lo haría, incluso si pudiera. Estoy embobado contigo, Paula Chaves, y no pararé hasta apagar la fiebre que me quema.

Como  declaración,  era  de  órdago.  A Paula la  dejó  sin  aire.  Movió  la  cabeza,  desconcertada.

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