viernes, 9 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 18

Decidida, Paula reunió la energía para darse una ducha y ponerse el camisón. El calor  era  incluso  más  opresivo  que  las  noches  anteriores,  y  apenas  soplaba  la  brisa.  Paula  dió  vueltas  en  la  cama,  el  calor  era  el  menor  de  sus  problemas.  Finalmente,  el  agotamiento  físico  y  mental  le  permitieron  dormir.  Pero  sus  sueños  fueron  tan  calurosos y húmedos como la noche. La mañana siguiente,  tras ponerse falda y blusa, se recogió el pelo. Tuvo que utilizar horquillas nuevas, y recordó cómo Pedro le había quitado las otras en el cenador. Por suerte, tenía suficientes, porque no pensaba ir a buscar las perdidas. ¡No necesitaba más recuerdos! Su imagen en el espejo la reconfortó y se sintió capaz de enfrentarse al día. En la planta baja todo estaba en silencio, era temprano. Pero el ama de llaves debía estar ya en marcha, las ventanas y puertas estaban abiertas. Salió a la terraza y la animó oír  el  canturreo  de  los  pájaros  buscando  su  desayuno.  Se  apoyó  en  el  muro  y  los  observó  un  buen  rato  hasta  que, de repente, se le erizó el vello de la nuca e intuyó que no estaba sola. Se dió media vuelta, sabiendo a quién vería. Su radar estaba destinado a captar a un hombre. Pedro, en el umbral, la observaba pensativo. Sus ojos se encontraron y notó que él intentaba ver en su interior. No lo consiguió y fue hacia ella. Paula volvió a  concentrarse  en  el  paisaje,  no  quería  ofrecerle  el  más  mínimo  atisbo  de  cuánto  se  aceleraba su corazón con el placer de verlo.

 —Eh,  ¿Qué  te  ocurrió anoche?  —preguntó  él,  rodeando  su  cintura  con  los  brazos. Automáticamente, ella alzó las manos para liberarse, pero él lo impidió—. Te eché de menos —farfulló, besando la base de su cuello.

Paula sintió una descarga sensitiva en todo el cuerpo; tuvo que luchar contra el deseo de recostarse en él.

—Estaba cansada, así que me fui a la cama —dijo con frialdad. Bien. Tenía que ser fría.

—¿Qué  a mal?  —Pedro la  obligó  a  darse  la  vuelta  y  la  miró  con  la  frente  arrugada.

—¿Mal? —ella arqueó las cejas—. ¿Qué podría ir mal? —preguntó, con un deje burlón.

—Dímelo tú —replicó él, aún ceñudo—. Anoche eras todo fuego y pasión. Esta mañana eres...

—¿La de siempre? —completó ella, con una risita—. ¿Qué esperabas?

—Esto no —dijo él, dando un paso atrás.

 Paula consiguió esbozar una expresión divertida, pero no le resultó nada fácil.

—¿Se suponía que iba a estar derritiéndome sobre tí porque conseguiste vencer mi resistencia?

—De  hecho,  pensaba  que  te  gustaría  que  pasáramos  el  día  juntos  —contestó  Pedro, obviamente disgustado por su tono de voz.

 Paula se  encogió  de  hombros,  esperando  que  la  indiferencia  lo  mantuviera  a  raya.

—Pienses  lo  que  pienses,  yo  estoy  aquí  para  trabajar.  Además,  ¿Qué  otra  cosa  podrías querer? Ya me tuviste. Puedes añadirme a tu lista.

Podían  ser  imaginaciones  suyas,  pero  tuvo  la  impresión  de  que  Pedro se  quedaba anonadado un momento. Enseguida frunció el ceño.

—¿De qué diablos hablas?

Ella  volvió  a  encogerse  de  hombros,  como  si  la  conversación  la  aburriera,  aunque tenía los nervios desatados. Hizo un esfuerzo más.

—Mira, me viste, me deseaste, me conseguiste —explicó—. Fin de la historia.

Él enarcó las cejas ante tanta crudeza.

—Estamos lejos del final, Pau. ¿Qué me dices sobre lo de que hacía mucho que no tenías relaciones? Deberías haberme avisado —le dijo.

—¿Cuándo, exactamente?  —Paula se  sonrojó. 

A  la  defensiva,  cruzó  los  brazos  para ocultar el temblor de sus manos.

 —Tienes  razón  —Pedro tensó  la  mandíbula  y  luego  suspiró—.  Sólo  desearía  haberlo sabido.

—¿Qué habría cambiado eso? —Paula deseó poder cambiar de tema.

—Habría  actuado  de  forma  diferente  —sonrió  y  sus  ojos  chispearon—.  Más  gentil, cuidadoso.

—Fuiste gentil —le aseguró ella, sonrojándose aún más. No podía mentir—. No me hiciste daño.

 —¿En serio? Pensé que sí, al percibir tu frialdad esta mañana.

 —¿Es que nunca te había ocurrido antes? —preguntó ella con escepticismo.

—Una o dos veces —hizo una mueca—. Pero no lo esperaba de tí.

—¿Por qué? —alzó la barbilla—. ¿Acaso porque te lo puse fácil?

 —¿Crees que me lo pusiste fácil? —preguntó Pedro con sorpresa.

Ella desvió la mirada, la situación se le estaba yendo de las manos.

—No  importa.  Lo  de  anoche  fue  un  error  —declaró. 

Sabía  que  se  lo  había  puesto fácil al olvidar el principio que regía su nueva vida.

—¿Te   arrepientes de  lo que  ocurrió?   —la  retó él,   con tono ofendido,   sorprendiéndola.

—No debería haber ocurrido —le dijo, concentrándose en la vista del jardín—. Y no habría ocurrido si... —Paula calló, pero Pedro se aferró a sus palabras.

—¿Qué podría haberlo impedido, Paula?

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