Decidida, Paula reunió la energía para darse una ducha y ponerse el camisón. El calor era incluso más opresivo que las noches anteriores, y apenas soplaba la brisa. Paula dió vueltas en la cama, el calor era el menor de sus problemas. Finalmente, el agotamiento físico y mental le permitieron dormir. Pero sus sueños fueron tan calurosos y húmedos como la noche. La mañana siguiente, tras ponerse falda y blusa, se recogió el pelo. Tuvo que utilizar horquillas nuevas, y recordó cómo Pedro le había quitado las otras en el cenador. Por suerte, tenía suficientes, porque no pensaba ir a buscar las perdidas. ¡No necesitaba más recuerdos! Su imagen en el espejo la reconfortó y se sintió capaz de enfrentarse al día. En la planta baja todo estaba en silencio, era temprano. Pero el ama de llaves debía estar ya en marcha, las ventanas y puertas estaban abiertas. Salió a la terraza y la animó oír el canturreo de los pájaros buscando su desayuno. Se apoyó en el muro y los observó un buen rato hasta que, de repente, se le erizó el vello de la nuca e intuyó que no estaba sola. Se dió media vuelta, sabiendo a quién vería. Su radar estaba destinado a captar a un hombre. Pedro, en el umbral, la observaba pensativo. Sus ojos se encontraron y notó que él intentaba ver en su interior. No lo consiguió y fue hacia ella. Paula volvió a concentrarse en el paisaje, no quería ofrecerle el más mínimo atisbo de cuánto se aceleraba su corazón con el placer de verlo.
—Eh, ¿Qué te ocurrió anoche? —preguntó él, rodeando su cintura con los brazos. Automáticamente, ella alzó las manos para liberarse, pero él lo impidió—. Te eché de menos —farfulló, besando la base de su cuello.
Paula sintió una descarga sensitiva en todo el cuerpo; tuvo que luchar contra el deseo de recostarse en él.
—Estaba cansada, así que me fui a la cama —dijo con frialdad. Bien. Tenía que ser fría.
—¿Qué a mal? —Pedro la obligó a darse la vuelta y la miró con la frente arrugada.
—¿Mal? —ella arqueó las cejas—. ¿Qué podría ir mal? —preguntó, con un deje burlón.
—Dímelo tú —replicó él, aún ceñudo—. Anoche eras todo fuego y pasión. Esta mañana eres...
—¿La de siempre? —completó ella, con una risita—. ¿Qué esperabas?
—Esto no —dijo él, dando un paso atrás.
Paula consiguió esbozar una expresión divertida, pero no le resultó nada fácil.
—¿Se suponía que iba a estar derritiéndome sobre tí porque conseguiste vencer mi resistencia?
—De hecho, pensaba que te gustaría que pasáramos el día juntos —contestó Pedro, obviamente disgustado por su tono de voz.
Paula se encogió de hombros, esperando que la indiferencia lo mantuviera a raya.
—Pienses lo que pienses, yo estoy aquí para trabajar. Además, ¿Qué otra cosa podrías querer? Ya me tuviste. Puedes añadirme a tu lista.
Podían ser imaginaciones suyas, pero tuvo la impresión de que Pedro se quedaba anonadado un momento. Enseguida frunció el ceño.
—¿De qué diablos hablas?
Ella volvió a encogerse de hombros, como si la conversación la aburriera, aunque tenía los nervios desatados. Hizo un esfuerzo más.
—Mira, me viste, me deseaste, me conseguiste —explicó—. Fin de la historia.
Él enarcó las cejas ante tanta crudeza.
—Estamos lejos del final, Pau. ¿Qué me dices sobre lo de que hacía mucho que no tenías relaciones? Deberías haberme avisado —le dijo.
—¿Cuándo, exactamente? —Paula se sonrojó.
A la defensiva, cruzó los brazos para ocultar el temblor de sus manos.
—Tienes razón —Pedro tensó la mandíbula y luego suspiró—. Sólo desearía haberlo sabido.
—¿Qué habría cambiado eso? —Paula deseó poder cambiar de tema.
—Habría actuado de forma diferente —sonrió y sus ojos chispearon—. Más gentil, cuidadoso.
—Fuiste gentil —le aseguró ella, sonrojándose aún más. No podía mentir—. No me hiciste daño.
—¿En serio? Pensé que sí, al percibir tu frialdad esta mañana.
—¿Es que nunca te había ocurrido antes? —preguntó ella con escepticismo.
—Una o dos veces —hizo una mueca—. Pero no lo esperaba de tí.
—¿Por qué? —alzó la barbilla—. ¿Acaso porque te lo puse fácil?
—¿Crees que me lo pusiste fácil? —preguntó Pedro con sorpresa.
Ella desvió la mirada, la situación se le estaba yendo de las manos.
—No importa. Lo de anoche fue un error —declaró.
Sabía que se lo había puesto fácil al olvidar el principio que regía su nueva vida.
—¿Te arrepientes de lo que ocurrió? —la retó él, con tono ofendido, sorprendiéndola.
—No debería haber ocurrido —le dijo, concentrándose en la vista del jardín—. Y no habría ocurrido si... —Paula calló, pero Pedro se aferró a sus palabras.
—¿Qué podría haberlo impedido, Paula?
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