viernes, 16 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 26

Paula llegó  a  casa  excitada,  pero  también  nerviosa.  Hacía  mucho  que  no  cocinaba  para  nadie  y  no  tenía  ni  idea  de  qué  le  gustaba  a  Pedro.  Decidió  que  hacía  demasiado  calor  para  comer  algo  pesado  y  optó  por  un  arroz  con  verduras,  buen  vino y pan fresco. Era un plato fácil de hacer, una suerte, dado su nerviosismo. Preparó todos los ingredientes  y  luego  se  dio  un  baño  y  se  lavó  el  pelo.  Tras  secarse,  se  puso  ropa  interior de seda, color borgoña, y fue a examinar el armario. No  había  en  él  nada  que  pudiera  inspirarla.  Ni  siquiera  tenía  un  vestido  elegante. Toda  su  ropa  de  trabajo  era  funcional,  diseñada  para  decir  al  mundo  que  era  seria y eficaz; el resto era demasiado informal  para  cenar.  Tendría  que  haber  ido  de  compras, pero ya era demasiado tarde. Al final se decidió por unos pantalones grises y una blusa de seda color crema, sin mangas. Al mirarse al espejo lamentó, por primera vez, no tener nada más femenino que ponerse. Su lencería era muy sensual porque, en teoría, nadie la vería nunca. Suspiró y   se   recogió   el   pelo.   Podría   habérselo   dejado   suelto,   pero   le   resultaba   difícil   abandonar todos sus viejos hábitos a la vez. Quizá algún día, pero aún no. Volvió  al  comedor  y  puso  la  mesa  con  su  mejor  mantelería  y  vajilla  de  porcelana.  Le  gustaban  las  cosas  de  calidad  y  las  copas  de  cristal  que  sacó  del  armario  eran  elegantes  y  bellas.  Satisfecha  con  la  mesa,  fue  a  la  cocina,  se  puso  un  delantal y empezó a preparar la tarta de queso que serviría de postre. El timbre de la puerta sonó quince minutos después. Miró el reloj; sólo eran las siete  y  cuarto.  Demasiado  pronto  para  Jonas,  así  que  supuso  que  sería  su  vecina,  Ruth, que a veces iba a pedirle leche o azúcar. Se limpió las manos en un paño y fue a abrir. La sorprendió ver que sí era Pedro.

—¡Llegas pronto! —exclamó, como una tonta.

Él hizo una mueca.

—Lo sé. He esperado tanto como he podido, pero la necesidad de verte ganó la partida y aquí estoy —confesó con una sonrisa de chico malo.

Paula volvió a sentir un burbujeo interior y no pudo evitar devolverle la sonrisa.

—Ya lo veo.  Será mejor  que  entres  —dió  un  paso  atrás.

  Él  entró  y  cerró  la  puerta a su espalda. Puso la mano en sus hombros y la atrajo. Inclinó  la  cabeza y  la besó,  larga  y  deliberadamente.  Paula se  deshizo  contra  él  con  un  suspiro  de  placer;  llevaba  todo  el  día  deseando  eso.  Cuando Pedro alzó  la  cabeza de nuevo, lo miró con los ojos nublados y él sonrió.

 —Cuando  me  miras  así,  sólo  deseo  alzarte  en  brazos  y  llevarte  a  la  cama  —confesó él, ronco.

—No puedes.   Estoy  preparando  la  cena  —señaló  ella.

  Él  suspiró  con  resignación.

—Supongo  que  entonces  tendré  que  esperar.  Pero  hay  una  cosa...  —antes  de  que  pudiera  detenerlo,  Pedro le  quitó  las  horquillas  del  moño,  dejándole  el  cabello  suelto—. Así está mejor. Ahora pareces la mujer que se durmió en mis brazos anoche.

 La  sonrisa  de  Paula se  apagó  un  poco.  No  había  estado  preparada  para  que  hiciera  eso.  Se  sentía  incómoda  con  el  súbito  cambio  de  imagen.  Sin  embargo,  la  forma en que la miraba le hizo controlar el impulso de restaurar el orden.

—Me molestará para guisar —protestó sin mucho convencimiento.

—¿Pero te lo dejarás así? —acarició la rubia melena.

—Sí  —aceptó,  sabiendo que  si  no  lo  hacía  él  insistiría  en  saber  por  qué.

  Seguramente  creía  que  era  un  peinado  de  trabajo,  pero  era  más  que  eso.  Aunque  había dado un paso de gigante dejándolo entrar en su vida, aún había muchas cosas de las que no podía hablar.

—Llévame a la cocina y te ayudaré —sonrió él.

—¿Sabes guisar?

—Pronto lo descubriremos.

Resultó  que  Pedro se  manejaba  muy  bien  en  la  cocina.  Se  quitó  la  chaqueta,  la  dejó en una silla y se arremangó la camisa. Divertida, Paula le encargó algunas tareas y charlaron mientras ella terminaba de preparar la tarta de queso. El ambiente doméstico la agradó. Como viejos amigos, llevaron la comida al comedor y se sentaron a cenar disfrutando de la brisa que entraba por la ventana. Ella no  recordaba  la  última  vez  que  se  había  sentido  tan  relajada;  según  avanzó  la  velada,  bajó  la  guardia  hasta  que  casi  desapareció.  Estaba  casi  eufórica,  como  si  se  hubiera  quitado  un  enorme  peso  de  encima.  Sabía  que  era  feliz  y  le  gustaba  la  sensación. Jonas insistió en preparar el café y cuando volvió, ella alzó la cabeza sonriente y echó el pelo hacia atrás. Él se quedó inmóvil, mirándola.

 —Haz eso otra vez —pidió.

—¿Hacer qué? —preguntó ella, intrigada.

—Echa el pelo hacia atrás,  como  acabas de hacer  —aclaró él. 

Paula arrugó  la  frente.

—¿Por qué? —Porque  me  has  recordado  a  alguien,  y  no se  a quién  —musitó.  Estudió  su  rostro  un  momento  y  movió  la  cabeza—.  No,  no  lo  recuerdo.  ¿Te  han  dicho  alguna vez que te pareces a alguien?

 A Paula se le encogió el estómago. Si le decía que se parecía a su madre, cabía la posibilidad  de  que  recordara  la  noticia  sobre  la  hija  de  la  famosa  actriz,  que  había  saltado a los periódicos internacionales. No quería eso. No quería que preguntara por su pasado ni que supiera el tipo de persona que había sido.

 —No  —negó  con  tanta  serenidad  como  pudo—.  Nadie.  No  creo  ser  una  mujer  que se parezca a ninguna otra —añadió, con una risita inquieta.

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