martes, 27 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 38

Perdida  en  un  laberinto  de  acusaciones,  Paula era  inconsciente  de  lo  que  la  rodeaba.  Siguió  caminando  y  ni  siquiera  el  claxon  de  un  coche  logró  sacarla  de  su  ensimismamiento.  Apenas  notó  el  dolor  del  golpe  del  coche  que  había  intentado  evitarla  sin  éxito,  lanzándola  por  los  aires.  Oyó  un  grito  a  través  de  la  niebla,  segundos después la envolvió la oscuridad. Parecía  caminar  entre  neblina.  Sabía  que  buscaba  algo,  pero  no  conseguía  alcanzarlo. Gimió y una mano agarró la suya. Era fuerte, pero suave. La confortó y se relajó, dejando que la oscuridad se la tragara de nuevo. La  siguiente  vez  que  Paula  se  movió,  la  niebla  se  disipó  y  abrió  los  ojos  al  mundo real. Era de noche. No sabía dónde estaba ni por qué, y cuando intentó alzar el brazo sintió un intenso dolor en la muñeca y desistió. Alarmada,   intentó   mover   la  cabeza, pero eso le   provocó   intenso   dolor. Comprendiendo  que  debía  estar  herida,  probó  sus  miembros  uno  a  uno.Descubrió que podía mover las piernas y el brazo derecho, pero no sin dolor. Intentó incorporarse y todo su cuerpo protestó, así que jadeó y se recostó en las almohadas. Tenía que estar en un hospital. Una cuidadosa mirada a ambos lados confirmó su sospecha. La pregunta era cuándo y cómo había llegado allí. No llegó a preguntar, pero oyó la respuesta.

—Tuviste  un  accidente.  Un  coche  te  golpeó  —dijo  una  voz  conocida.

Paula movió la cabeza y vió a su madre de pie.

—¿Sí?  —su  voz  sonó  rasposa.

 Tenía  la  garganta seca como el desierto. No recordaba haber tenido un accidente, pero sí el vago sonido de un grito.

—Sí —afirmó Alejandra Schulz, volviendo a la silla que había ocupado durante horas—.  Por  lo  visto,  bajaste  de  la  acera  justo  ante  un  coche.  Tuviste  suerte.  Te  has  librado con contusiones en las costillas y una muñeca rota. Eso  explicaba  que  no  pudiera  mover  el  brazo  izquierdo.  Probó  de  nuevo,  pero  el intenso dolor y un golpeteó en la cabeza le hicieron desistir.

—¿Está bien el conductor?

Alejandra se inclinó sobre la cama y agarró la mano de su hija.

—Está  con  un  susto  de  muerte,  como  yo.  Tienes  que  dejar  de  hacerme  esto,  Pau. Mi corazón ya no puede con estas cosas.

—Lo siento, mamá. No recuerdo nada. ¿Dónde ocurrió?

—En Chelsea, cerca del río —Alejandra contuvo la respiración, pero Paula se limitó a fruncir el ceño.

—¿Qué hacía yo allí?

 —Bueno, cariño, fue muy cerca de donde vivía Sofía —respondió su madre con cautela.

 Vió que la comprensión afloraba en el rostro amoratado de su hija.

—Fui  a  ver  a  sus  padres  —el  nombre  de  Sofía hizo  que  Paula recordara  todo—,  pero sólo estaba su madre.

—¿Por qué fuiste, cariño?

—Quería  hablarles  de  ella  —Paula sonrió  con  cansancio—.  Era...  importante  para  mí.  Tenía  la  esperanza  de  que,  después  de  tanto  tiempo,  podrían  perdonarme.  Debería haber imaginado que nunca me perdonarán.

—Oh, Pau—los ojos de su madre se llenaron de lágrimas—. Siento que hayas tenido que revivir eso. Intenté hablar con ella varias veces, los primeros años, pero se negó a verme. Tal vez yo actuaría igual, si te perdiera. Intenta entender lo que siente, no la juzgues con demasiada dureza.

—No lo hago —Paula apretó la mano de su madre—. Sé que tiene razón en todo lo que dijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario