martes, 20 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 29

Paula imaginaba lo que podía haber en la caja, así que levantó la tapa sonriendo. Sobre un lecho de papel de seda blanco había una rosa casi roja. Era tan perfecta que se le  humedecieron  los  ojos.  Alzó  la  rosa  e  inhaló  su  cremoso  e  intenso  perfume.  Entonces vió la tarjeta. Se le paró el corazón un instante al leer el sencillo mensaje, con caligrafía masculina.

"Echo de menos no estar contigo. Jonas".

Se  le  cerró  la  garganta,  ella  también  lo  echaba  de  menos.  La  rosa  hizo  que  se  sintiera  mejor;  fue  a  la  cocina  a  buscar  un  jarrón.  Luego  la  colocó  en  el  escritorio,  de  modo  que  la  brisa  que  entraba  por  la  ventana  le  llevara  su  aroma.  Quince  minutos  después,  cuando  volvía  a  estar  concentrada  en  su  trabajo,  sonó  el  teléfono.

—¿Me has echado de menos? —preguntó Pedro.

—Sí —le contestó con sinceridad. Como siempre la voz de él le había provocado un cosquilleo—. Gracias por la rosa. Es una preciosidad.

—La florista me dijo que era de la variedad Amy, así que supe que era perfecta para tí.

—Huele de maravilla —dijo Paula, sonriente.

—Como tú —replicó Pedro.

—No hace falta que me piropees, ¿Sabes? —Paula movió la cabeza, aunque él no la veía.

—Lo sé.  Pero me gusta  hacerlo.  Creo  que  no  has  recibido  suficientes  piropos  últimamente.

—¿Por qué lo dices? —Paula frunció el ceño.

—Porque te  incomoda  recibirlos.    Sin  embargo, haré que eso cambie piropeándote a diestro y siniestro, arriba y abajo —bromeó él.

—¡No seas bobo!  —protestó Paula,  sintiéndose  rara—.  No he hecho nada  para  merecerlo.

—Cariño,  existes  y  eres  bellísima  —le  confió  Pedro con  voz  grave  e  íntima—.  Tienes buena cabeza y buen corazón, todo eso es merecedor de halagos. Y merece... —de detuvo un segundo— mucho más.

Paula no  supo  qué  había  estado  a  punto  de  decir,  sólo  que  había  callado.  Sin  embargo,  lo  dicho  era  más  que  suficiente  para  un  espíritu  que  se  había  sentido  golpeado durante años.

—¿Para eso has llamado? ¿Para halagarme?

 —En  parte.  La  otra  razón  era  para  informarte  de  que  he  reservado  una  mesa  para  esta  noche.  Espera  un  segundo  —siguió  un  breve  silencio—.  Disculpa,  pero  tengo una llamada importante en la otra línea. Te recogeré a las siete, si te viene bien.

—Muy  bien  —confirmó  ella—.  Hasta  luego,  pedro—él  colgó  y  ella  hizo  lo  propio, con la mente hecha un torbellino.

Sería  muy  fácil  enamorarse  de  un  hombre  como  Pedro,  pero  no  iba  a  hacerlo.  Era demasiado sensata para confundir una poderosa atracción sexual con amor. Pero, habiendo llegado a ese punto, disfrutaría lo que tenían mientras durase. Por primera vez en mucho tiempo, Paula se saltó la comida para ir de compras. No pensaba ir a cenar con ropa de trabajo, por elegante que fuese. Afortunadamente había buenas tiendas cerca de casa de Federico y no le costó encontrar lo que buscaba. De hecho,  le  costó  tanto  elegir  que  compró  varias  prendas  y  volvió  a  la  casa  con  una  sensación burbujeante en el estómago. Federico regresó del hospital a media tarde y lo primero que notó, cuando entró al despacho, fue la rosa que adornaba el escritorio. —Veo que tienes un admirador —la pinchó. Paula se sonrojó. Federico había dejado muy claro que no quería que se involucrara con su hermano, y eso la ponía en una situación difícil.

—No es nada  —murmuró,  esperando  que  cambiara  de  tema,  pero  Federico estaba  intrigado.

—¿Quién es? ¿Alguien a quién conozca?

 Las mejillas de Paula subieron de tono; fue incapaz de mirarlo a los ojos.

—¡Oh, no! Yo..., creo que no.

La sonrisa de Federico se borró por completo al estudiar el intenso rubor de su rostro.

—Pau,  ¡No  puedes  haber  picado  con  Pepe!  —exclamó,  incrédulo—.  Es  él,  ¿Verdad?  ¡Después  de  todo  lo  que  te  dije!  —se  alejó  unos  pasos  y  luego  se  volvió  bruscamente—.  Lo  ví  venir.  Ví  cómo  te  miraba,  pero  pensé  que  tenías  más  sentido  común. ¡Podría matarlo!

—Ya no soy una niña, Fede—Paula se levantó, asombrada al verlo tan molesto por  lo  que  creía  que  había  hecho  su  hermano—.  Pedro no  hizo  nada  que  yo  no  deseara. Elegí con libertad.

—¿No lo ves, Pau? —se mesó el cabello, impotente—. Se le da muy bien hacer que  una  mujer  crea  que  ha  elegido.  ¡Pensé  que  al  menos  contigo  se  controlaría!  Cuando lo vea...

—No  harás  nada  —afirmó  Paula,  tajante—.  Gracias  por  preocuparte  por  mí,  Fede,  pero  esto  no  tiene  nada  que  ver  contigo.  Elegí  tener  una  relación  con  Pedro,  y  no me arrepiento. Por favor, no te enfades con él.

 —No quiero verte sufrir —suspiró Federico.

—No lo verás —esbozó una sonrisa destinada a tranquilizarlo—. Tengo los ojos muy abiertos.

—De acuerdo —aceptó él, nada convencido—. Como dices, es asunto tuyo. Pero prométeme que tendrás cuidado.

—Lo  tendré  —afirmó  Paula,  aliviada  al  ver  que  se  calmaba—.  Siento  haberte  decepcionado.

—No  es  el  caso  —dijo  Federico,  contrito—.  Soy  demasiado  protector  contigo,  lo  admito. El mundo de afuera es grande, y no siempre es seguro.

Ella se preguntó qué pensaría si supiera cuánto había vivido ella de ese mundo y  de  sus  inseguridades.  Pedro,  por  poco  que  estuviese  en  su  vida,  hacía  que  se  sintiera segura y salvo. Era  extraño,  teniendo en  cuenta  su  reputación, pero  confiaba en  él    instintivamente. Cuando tuviera tiempo, intentaría analizar el porqué.

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