Paula imaginaba lo que podía haber en la caja, así que levantó la tapa sonriendo. Sobre un lecho de papel de seda blanco había una rosa casi roja. Era tan perfecta que se le humedecieron los ojos. Alzó la rosa e inhaló su cremoso e intenso perfume. Entonces vió la tarjeta. Se le paró el corazón un instante al leer el sencillo mensaje, con caligrafía masculina.
"Echo de menos no estar contigo. Jonas".
Se le cerró la garganta, ella también lo echaba de menos. La rosa hizo que se sintiera mejor; fue a la cocina a buscar un jarrón. Luego la colocó en el escritorio, de modo que la brisa que entraba por la ventana le llevara su aroma. Quince minutos después, cuando volvía a estar concentrada en su trabajo, sonó el teléfono.
—¿Me has echado de menos? —preguntó Pedro.
—Sí —le contestó con sinceridad. Como siempre la voz de él le había provocado un cosquilleo—. Gracias por la rosa. Es una preciosidad.
—La florista me dijo que era de la variedad Amy, así que supe que era perfecta para tí.
—Huele de maravilla —dijo Paula, sonriente.
—Como tú —replicó Pedro.
—No hace falta que me piropees, ¿Sabes? —Paula movió la cabeza, aunque él no la veía.
—Lo sé. Pero me gusta hacerlo. Creo que no has recibido suficientes piropos últimamente.
—¿Por qué lo dices? —Paula frunció el ceño.
—Porque te incomoda recibirlos. Sin embargo, haré que eso cambie piropeándote a diestro y siniestro, arriba y abajo —bromeó él.
—¡No seas bobo! —protestó Paula, sintiéndose rara—. No he hecho nada para merecerlo.
—Cariño, existes y eres bellísima —le confió Pedro con voz grave e íntima—. Tienes buena cabeza y buen corazón, todo eso es merecedor de halagos. Y merece... —de detuvo un segundo— mucho más.
Paula no supo qué había estado a punto de decir, sólo que había callado. Sin embargo, lo dicho era más que suficiente para un espíritu que se había sentido golpeado durante años.
—¿Para eso has llamado? ¿Para halagarme?
—En parte. La otra razón era para informarte de que he reservado una mesa para esta noche. Espera un segundo —siguió un breve silencio—. Disculpa, pero tengo una llamada importante en la otra línea. Te recogeré a las siete, si te viene bien.
—Muy bien —confirmó ella—. Hasta luego, pedro—él colgó y ella hizo lo propio, con la mente hecha un torbellino.
Sería muy fácil enamorarse de un hombre como Pedro, pero no iba a hacerlo. Era demasiado sensata para confundir una poderosa atracción sexual con amor. Pero, habiendo llegado a ese punto, disfrutaría lo que tenían mientras durase. Por primera vez en mucho tiempo, Paula se saltó la comida para ir de compras. No pensaba ir a cenar con ropa de trabajo, por elegante que fuese. Afortunadamente había buenas tiendas cerca de casa de Federico y no le costó encontrar lo que buscaba. De hecho, le costó tanto elegir que compró varias prendas y volvió a la casa con una sensación burbujeante en el estómago. Federico regresó del hospital a media tarde y lo primero que notó, cuando entró al despacho, fue la rosa que adornaba el escritorio. —Veo que tienes un admirador —la pinchó. Paula se sonrojó. Federico había dejado muy claro que no quería que se involucrara con su hermano, y eso la ponía en una situación difícil.
—No es nada —murmuró, esperando que cambiara de tema, pero Federico estaba intrigado.
—¿Quién es? ¿Alguien a quién conozca?
Las mejillas de Paula subieron de tono; fue incapaz de mirarlo a los ojos.
—¡Oh, no! Yo..., creo que no.
La sonrisa de Federico se borró por completo al estudiar el intenso rubor de su rostro.
—Pau, ¡No puedes haber picado con Pepe! —exclamó, incrédulo—. Es él, ¿Verdad? ¡Después de todo lo que te dije! —se alejó unos pasos y luego se volvió bruscamente—. Lo ví venir. Ví cómo te miraba, pero pensé que tenías más sentido común. ¡Podría matarlo!
—Ya no soy una niña, Fede—Paula se levantó, asombrada al verlo tan molesto por lo que creía que había hecho su hermano—. Pedro no hizo nada que yo no deseara. Elegí con libertad.
—¿No lo ves, Pau? —se mesó el cabello, impotente—. Se le da muy bien hacer que una mujer crea que ha elegido. ¡Pensé que al menos contigo se controlaría! Cuando lo vea...
—No harás nada —afirmó Paula, tajante—. Gracias por preocuparte por mí, Fede, pero esto no tiene nada que ver contigo. Elegí tener una relación con Pedro, y no me arrepiento. Por favor, no te enfades con él.
—No quiero verte sufrir —suspiró Federico.
—No lo verás —esbozó una sonrisa destinada a tranquilizarlo—. Tengo los ojos muy abiertos.
—De acuerdo —aceptó él, nada convencido—. Como dices, es asunto tuyo. Pero prométeme que tendrás cuidado.
—Lo tendré —afirmó Paula, aliviada al ver que se calmaba—. Siento haberte decepcionado.
—No es el caso —dijo Federico, contrito—. Soy demasiado protector contigo, lo admito. El mundo de afuera es grande, y no siempre es seguro.
Ella se preguntó qué pensaría si supiera cuánto había vivido ella de ese mundo y de sus inseguridades. Pedro, por poco que estuviese en su vida, hacía que se sintiera segura y salvo. Era extraño, teniendo en cuenta su reputación, pero confiaba en él instintivamente. Cuando tuviera tiempo, intentaría analizar el porqué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario