viernes, 9 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 20

—Sí  que  tengo  que  acabar  algunas  cosas  —confirmó  ella.

Con  Luciana allí  le  resultaba mucho más fácil mantener la compostura.

—Puedes  volver  siempre  que  quieras.  Mamá  y  papá  se  alegrarán  de  verte  —Luciana sonrió a Paula con calidez—. He estado pensando. Todos vivimos en la ciudad, ¿Por qué no quedamos una noche para cenar? Santiago y yo, Fede, Pepe y tú. ¿No sería fantástico? —sonrió a uno y a otro, buscando su aprobación.

—No soy parte de la familia, Luciana—dijo Paula, a quien en ese momento no se le ocurría nada menos fantástico—. No deberías incluirme.

—¡Tonterías!  Sé  que  no  nos  conocemos  desde  hace  mucho,  pero me  caes  bien,  Paula. Por favor, dí que vendrás —urgió, mirándola con ojos anhelantes como los de un perrito.

Paula  supo  que  la  había  arrinconado  y  contestó  lo  único  aceptable  dadas  las  circunstancias.

—De  acuerdo,  iré  —aceptó,  sabiendo  que  siempre  podía  alegar  una  excusa  de  última hora.

Luciana palmoteo con entusiasmo.

—¡Genial! Yo lo organizaré todo,l os llamaré —tras conseguir su deseo, Luciana se levantó de un salto y fue a comunicarle la noticia a su marido.

—Lu a  veces  es  como  una  máquina  de  vapor,  pero  lo  hace  con  buena  intención —Pedro hizo una mueca paciente.

—Ya me he dado cuenta. Me gusta Luciana, pero dudo que vaya a estar libre esa noche en concreto.

 —Huir no cambiará nada —comentó Pedro, sarcástico. Ella simuló no entender el comentario—. Esto no se ha acabado, Pau.

—Sí, si yo lo digo. No hace falta que te molestes en llevarme de vuelta. Tomaré el tren.

—Nada de eso —protestó Pedro de inmediato—. A no ser que estés dispuesta a explicarles  a  mis  padres  por  qué  no  quieres  volver  conmigo.  No  tienes  escapatoria,  hazte a la idea —esbozó una sonrisa burlona—. Si alguien pregunta por mí, diles que he ido a correr alrededor del lago. ¿O quieres acompañarme? —invitó.

Paula negó  con  la  cabeza.  La  irritaba  saber  que  no  podía  negarse  a  volver  con  Jonas sin crear una conmoción.

—Vete. Yo tengo trabajo.

—Piensa  en  mí  —le  dijo  Pedro.  Se  rió  y  bajó  al  jardín.

 Minutos  después  corría  por el césped. Paula contempló su partida, sin poder evitar admirar su trasero. Sin duda era un ejemplar  casi  perfecto  del  sexo  masculino,  pero  no  era  para  ella.  Cuanto  antes  estuviera  a  salvo,  de  vuelta  en  su  mundo  y en su vida, mejor. Pronto olvidaría a Pedro Alfonso y las apasionadas horas que habían pasado junto al lago.

Paula pasó el resto de la mañana con la nariz enterrada en libros, pero no pudo evitar  comer  con  la  familia.  Pedro estaba  allí,  claro,  pero  mantuvo  las  distancias,  sin  mostrar ningún interés especial en ella. De  hecho,  le  hizo  tan  poco  caso  que  ella  empezó  a  tener  la  esperanza  de  que  hubiera  cambiado  de  opinión.  Pero  en  un  momento  dado  captó  su  mirada  y  sintió  que  la  abrasaba  con  los  ojos.  Tomó  aire  y  se  sonrojó,  él  sonrió  de  medio  lado,  desviando  los  ojos.  El  suceso  se  repitió  un  par  de  veces  más  durante  la  comida;  ella comprendió  que estaba   siendo   provocativo a propósito,   porque   allí   no   podía   impedírselo. Sólo podía apretar los dientes y aguantarse. A  primera  hora  de  la  tarde,  Hizo  el  equipaje.  No  le  apetecía  nada  volver  con él, pero había estado en situaciones peores. Bajó la maleta y fue a despedirse de la familia que tan bien la había acogido. Pedro llevó la maleta al coche y se pusieron en marcha. Era  un  coche  amplio,  con  espacio  de  sobra  para  no  tener  que  rozarse.  Ella había  llevado  la  libreta  con  ella  y,  en  cuanto  arrancaron,  le  dedicó  toda  su  atención.  Pretendía  estar  ocupada  todo  el  viaje,  pero  alzó  la  cabeza  con  sorpresa  cuando,  menos de un kilómetro después, Jonas se desvió hacia el arcén y detuvo el coche.

—¿Ocurre algo?   —preguntó,   al  ver que  se  desabrochaba   el   cinturón   de   seguridad.

—No. He olvidado una cosa —contestó él.

—¿Es importante?

 —Fundamental  —confirmó  él,  inclinándose  hacia  ella—.  He  olvidado  el  sabor  exacto de esos deliciosos labios que tienes —puso una mano alrededor de su cuello y la atrajo hacia él.

Demasiado  tarde,  comprendió  que  la  había  engañado.  Aunque  alzó  una  mano  para   apartarlo,   el   cinturón   de   seguridad  la tenía   atrapada y  los  labios  de  él  capturaron los suyos. Paula intentó no responder, pero sus sentidos se rebelaron. No obedecieron  su  orden  y,  un  instante  después,  sus  labios  se  entreabrían  permitiendo  que él invadiera su boca, creando corrientes de placer que surcaron todos su cuerpo. Cuando se apartó, ella temblaba y los ojos de él brillaban triunfales.

 —¡Ya lo recuerdo! —exclamó Pedro, pasando un dedo por su labio inferior.

Ella lo miró con ojos oscuros de ira, con él y consigo misma.

—¡Maldito seas! —sonó como un gemido.

—Deja de luchar, Pau. Sabes que no quieres hacerlo.

—¡Claro que quiero! ¡Déjame en paz!

—No  podría  aunque  quisiera.  Te  deseo  demasiado  —afirmó  él,  volviendo  a  acariciar su labio.

Después se enderezó, se puso el cinturón y arrancó de nuevo. Paula volvió   la   cabeza   hacia la ventanilla,   pero no veía el  paisaje.   Sus pensamientos eran un caos. Se preguntó por qué no podía ser más fuerte, por qué se derretía cada vez que la tocaba. Por qué no era capaz de cumplir la palabra dada a su amiga. «Lo siento mucho, Sofía», pensó.

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