—Sí que tengo que acabar algunas cosas —confirmó ella.
Con Luciana allí le resultaba mucho más fácil mantener la compostura.
—Puedes volver siempre que quieras. Mamá y papá se alegrarán de verte —Luciana sonrió a Paula con calidez—. He estado pensando. Todos vivimos en la ciudad, ¿Por qué no quedamos una noche para cenar? Santiago y yo, Fede, Pepe y tú. ¿No sería fantástico? —sonrió a uno y a otro, buscando su aprobación.
—No soy parte de la familia, Luciana—dijo Paula, a quien en ese momento no se le ocurría nada menos fantástico—. No deberías incluirme.
—¡Tonterías! Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero me caes bien, Paula. Por favor, dí que vendrás —urgió, mirándola con ojos anhelantes como los de un perrito.
Paula supo que la había arrinconado y contestó lo único aceptable dadas las circunstancias.
—De acuerdo, iré —aceptó, sabiendo que siempre podía alegar una excusa de última hora.
Luciana palmoteo con entusiasmo.
—¡Genial! Yo lo organizaré todo,l os llamaré —tras conseguir su deseo, Luciana se levantó de un salto y fue a comunicarle la noticia a su marido.
—Lu a veces es como una máquina de vapor, pero lo hace con buena intención —Pedro hizo una mueca paciente.
—Ya me he dado cuenta. Me gusta Luciana, pero dudo que vaya a estar libre esa noche en concreto.
—Huir no cambiará nada —comentó Pedro, sarcástico. Ella simuló no entender el comentario—. Esto no se ha acabado, Pau.
—Sí, si yo lo digo. No hace falta que te molestes en llevarme de vuelta. Tomaré el tren.
—Nada de eso —protestó Pedro de inmediato—. A no ser que estés dispuesta a explicarles a mis padres por qué no quieres volver conmigo. No tienes escapatoria, hazte a la idea —esbozó una sonrisa burlona—. Si alguien pregunta por mí, diles que he ido a correr alrededor del lago. ¿O quieres acompañarme? —invitó.
Paula negó con la cabeza. La irritaba saber que no podía negarse a volver con Jonas sin crear una conmoción.
—Vete. Yo tengo trabajo.
—Piensa en mí —le dijo Pedro. Se rió y bajó al jardín.
Minutos después corría por el césped. Paula contempló su partida, sin poder evitar admirar su trasero. Sin duda era un ejemplar casi perfecto del sexo masculino, pero no era para ella. Cuanto antes estuviera a salvo, de vuelta en su mundo y en su vida, mejor. Pronto olvidaría a Pedro Alfonso y las apasionadas horas que habían pasado junto al lago.
Paula pasó el resto de la mañana con la nariz enterrada en libros, pero no pudo evitar comer con la familia. Pedro estaba allí, claro, pero mantuvo las distancias, sin mostrar ningún interés especial en ella. De hecho, le hizo tan poco caso que ella empezó a tener la esperanza de que hubiera cambiado de opinión. Pero en un momento dado captó su mirada y sintió que la abrasaba con los ojos. Tomó aire y se sonrojó, él sonrió de medio lado, desviando los ojos. El suceso se repitió un par de veces más durante la comida; ella comprendió que estaba siendo provocativo a propósito, porque allí no podía impedírselo. Sólo podía apretar los dientes y aguantarse. A primera hora de la tarde, Hizo el equipaje. No le apetecía nada volver con él, pero había estado en situaciones peores. Bajó la maleta y fue a despedirse de la familia que tan bien la había acogido. Pedro llevó la maleta al coche y se pusieron en marcha. Era un coche amplio, con espacio de sobra para no tener que rozarse. Ella había llevado la libreta con ella y, en cuanto arrancaron, le dedicó toda su atención. Pretendía estar ocupada todo el viaje, pero alzó la cabeza con sorpresa cuando, menos de un kilómetro después, Jonas se desvió hacia el arcén y detuvo el coche.
—¿Ocurre algo? —preguntó, al ver que se desabrochaba el cinturón de seguridad.
—No. He olvidado una cosa —contestó él.
—¿Es importante?
—Fundamental —confirmó él, inclinándose hacia ella—. He olvidado el sabor exacto de esos deliciosos labios que tienes —puso una mano alrededor de su cuello y la atrajo hacia él.
Demasiado tarde, comprendió que la había engañado. Aunque alzó una mano para apartarlo, el cinturón de seguridad la tenía atrapada y los labios de él capturaron los suyos. Paula intentó no responder, pero sus sentidos se rebelaron. No obedecieron su orden y, un instante después, sus labios se entreabrían permitiendo que él invadiera su boca, creando corrientes de placer que surcaron todos su cuerpo. Cuando se apartó, ella temblaba y los ojos de él brillaban triunfales.
—¡Ya lo recuerdo! —exclamó Pedro, pasando un dedo por su labio inferior.
Ella lo miró con ojos oscuros de ira, con él y consigo misma.
—¡Maldito seas! —sonó como un gemido.
—Deja de luchar, Pau. Sabes que no quieres hacerlo.
—¡Claro que quiero! ¡Déjame en paz!
—No podría aunque quisiera. Te deseo demasiado —afirmó él, volviendo a acariciar su labio.
Después se enderezó, se puso el cinturón y arrancó de nuevo. Paula volvió la cabeza hacia la ventanilla, pero no veía el paisaje. Sus pensamientos eran un caos. Se preguntó por qué no podía ser más fuerte, por qué se derretía cada vez que la tocaba. Por qué no era capaz de cumplir la palabra dada a su amiga. «Lo siento mucho, Sofía», pensó.
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