martes, 13 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 21

Suspiró con dolor y cerró los ojos. No vió que Pedro, al oírla, volvía la cabeza y la  miraba,   captando  su vulnerabilidad.   Paula Chaves era   distinta   de   lo   que   aparentaba  y  decidió  que  quería  descubrir  su  misterio.  Sin  saber  por  qué,  estaba  seguro de que era importante. Puso música relajante y reflexionó sobre cómo podría conseguirlo. Entretanto  Paula,  agotada  por  el  carrusel  emocional  de  los  últimos  días,  se  durmió. Cuando  se  despertó,  la  música  seguía  sonando  suavemente.  En  vez  de  estar  erguida,  estaba  inclinada  hacia  un  lado,  con  la  cabeza  apoyada  en  el  hombro  de  Pedro.  Sabía  que  debía  moverse,  pero  no  pudo  hacerlo  de  inmediato.  Estando  tan  cerca  inhalaba  su  aroma  y,  aunque  era  un  error,  decidió  darse  ese  capricho  un  momento.  Captaba  el  sutil  perfume  de  su  colonia  y,  por  debajo,  el  olor  puramente  masculino que tan bien recordaba de la noche anterior. Tomaron  una  curva  y  la  fascinó  ver  cómo  las  manos  de  Pedro se  movían  en  el  volante.  Eran  fuertes  y  de  dedos  largos  y  no  le  costó  recordar  las  sensaciones  que  habían provocado en su cuerpo. Se le aceleró el corazón y su respiración se agitó con el sensual recuerdo. Por fin, una alarma sonó en su cabeza, previniéndola de lo peligrosa que era su indulgencia.  Tenía  que  apagar  su  deseo  por  el  hombre,  ¡no  avivar  las  llamas!  Eso  la  llevó a enderezarse de golpe y poner tanto espacio entre ellos como pudo. Pedro desvió la vista de la carretera el tiempo justo para mirarla, interrogante.

—¿Un mal sueño? —preguntó.

Ella  estuvo  a  punto  de  echarse  a  reír,  todo  lo  ocurrido  entre  ellos  era  como  un  mal sueño.

—No deberías haber  permitido   que   me   durmiera   sobre   tí.   Tendrías   que   haberme dado un empujoncito —le contestó.

—Parecías muy cómoda —Pedro se encogió de hombros.

—No lo habría hecho si hubiera estado consciente —explicó ella, para reafirmar que su postura no había cambiado.

—Lo  sé,  por  eso  te  dejé  —afirmó  él.  Esbozó  una  sonrisa  traviesa—.  Decidí  darme un lujo. Me gustaba tenerte tan cerca —confesó, seductor.

—Espero que lo hayas aprovechado bien, porque no volverá a ocurrir.

—Eso me dices a todas horas —sonó divertido—. ¿A quién quieres convencer? ¿A tí o a mí?

Paula no  contestó,  la  verdad  era  que  intentaba  convencerlos  a  ambos.  Todo  iba  mal. Una parte de ella no quería desearlo,  pero  la  otra  anhelaba  estar  con  él,  experimentarlo  todo.  Disfrutar  mientras   durara.   Sabía   que   cuanto   más   tiempo   estuviera  con  él,  más  difícil  sería  alejarse.  Sin  embargo  la  antigua  Aimi  insistía  en  preguntar    por    qué    debía    alejarse,  y  su conciencia  le daba  la  respuesta  automáticamente. Lo  miró,  preguntándose  qué  lo  hacía  diferente  del  resto  de  los  hombres  que  había conocido. Le resultaba casi imposible decirle que no, por más que supiera que era su obligación.

—¿Lo has descubierto ya? —preguntó Pedro, sin dejar de mirar la carretera.

—¿El qué? —Paula se había perdido en sus pensamientos.

—Si es seguro dejarte llevar por tu instinto o no.

—Eso  dependería  de  a  qué  instinto  te  refieras  —le  contestó  con  un  deje  de  humor.

Paula tenía dos y tiraban de ella en direcciones opuestas. En ese momento no sabía  cuál  ganaría,  y  no  estaba  acostumbrada  a  eso.  Su  camino  había  estado  muy  claro, pero empezaba a perderse en una densa neblina.

—Eres demasiado inteligente para tomar la decisión equivocada —afirmó él.

—No creo que la inteligencia tenga nada que ver con esto —contestó ella, seca.

—No tiene nada de malo desear a alguien, Pau. Es lo más natural del mundo. Arriésgate. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?

Ella sintió un escalofrío. Sus palabras le devolvieron el recuerdo de Sofía aquel aciago  día,  y  el  horror  de  aquello  contra  lo  que  luchaba.  Sofía había  dicho  más  o  menos lo mismo. En aquella época, arriesgarse había sido una constante en sus vidas; pero ella había descubierto que lo peor que podía ocurrir era que alguien perdiera la vida. La  vacaciones   de esquí habían empezado muy  bien.   Llevaban meses planeándolas.  Sofía Ashurst  había  sido  su  mejor  amiga  desde  el  colegio  y  siempre  pasaban   las   vacaciones   juntas.   Sus   familias   eran   ricas  y  costeaban  todos sus caprichos, así que ambas practicaban equitación, buceo y esquí, entre otras cosas. Se habían tomado un año libre tras conseguir plaza en la universidad. Jóvenes y ajenas a todo excepto su placer, iban a fiestas, hacían barbaridades y lo pasaban de miedo. No habían sabido que los buenos tiempos estaban a punto de acabar. A  Paula se  le  ocurrió  salirse  de  la  pista  de  esquí,  y  Lori  había  aceptado  entusiasmada.  Habían  sabido  que  era  arriesgado,  pero  eso  lo  hacía  aún  mejor.  Esquiaban de ladera en ladera, disfrutando, cuando ocurrió. Un desprendimiento en la  cima  de  la  montaña  inició  una  avalancha.  Ambas  sintieron  su  avance  y  se  detuvieron  para  mirar  atrás.  Estaban  en  su  camino  y  el  miedo  las  hizo  ponerse  en  acción.  Indicó  a  Sofía con  la  cabeza  que  se  desviara  a  un  lado  y  se  puso  en  marcha,  esperando  que  su  amiga  la  siguiera;  pero  Sofía optó  por  tomar  otro  camino.  Cuando Paula llegó a la relativa seguridad que proporcionaba un grupo de árboles, se atrevió  a  parar  y  mirar  atrás.  La  horrorizó  que  Lori  no  estuviera  con  ella  y  sintió  pánico  al  ver  que  seguía  en  peligro.  Gritó,  pero  el  estruendo  de  la  nieve  apagó  el  sonido  de  su  voz.  Vió  cómo  la  avalancha  se tragaba a su amiga. Desapareció de su vista. Para siempre.

La avalancha de culpabilidad que cayó sobre Paula fue tan devastadora como la que había matado a su mejor amiga. Otro esquiador había visto lo ocurrido y llamó para pedir ayuda, pero era demasiado tarde para Lori. El grupo de rescate encontró su cuerpo tras horas de búsqueda. Ver cómo se la llevaban en una camilla convenció a Paula de que había sido ella, no la avalancha, quien había matado a su amiga. Ella había  tenido  la  idea  de  salirse  de  la  pista  y  Sofía siempre  la  seguía.  Si  no  hubiera  deseado correr ese riesgo, su amiga estaría viva. Había sido culpa suya.  Ahogándose en un mar de  remordimientos, había  recordado   las numerosas ocasiones en las que Sofía había intentado persuadirla para no hacer algo, sin  éxito.  Había  ignorado  los  miedos  de  Sofía y seguido adelante, egoístamente. Su amiga estaba muerta y sólo podía culparse a sí misma. Había acompañado al cuerpo de su amiga de vuelta a Inglaterra. Durante el  horrible  viaje  en  avión  se  había  jurado  cambiar.  Convertirse  en  una  persona  a  quien la gente pudiera admirar, en un miembro responsable de la sociedad, fiable y de  confianza.  Se  acabarían  las  compras  y  las  fiestas.  No  más  romances  sin  sentido.  Sería  la  antítesis  de  la  antigua  Paula.  No  podía  permitirse  pasarlo  bien  si  Sofía ya  no  podía hacerlo. El  remordimiento  era  algo  terrible  con  lo  que  vivir  y  lo  peor  era  que  habían  considerado la muerte de su amiga  un accidente. En la vista judicial había tenido que enfrentarse a los padres de Sofía. Ellos, también, la culpaban, y las palabras de la madre habían incrementado la carga que llevaba encima. Apenas había podido mirarlos  durante  el  funeral,  ellos  la  habían  ignorado.  Su madre había  intentado  consolarla,  diciéndole  que  había  sido un accidente, pero ella no lo veía así.  Había  sido  culpa  suya  y  tenía  que  pagar.  Era  la  única  manera  de  poder  vivir  consigo misma. Para alarma y horror de su madre, se  había  distanciado  por  completo  de  su  antigua vida. Se había entregado a los estudios y después al trabajo, hasta conseguir una  cierta  paz.  Había  recuperado  la  capacidad  de  reírse,  pero  sin  perdonarse  a  sí  misma. No se permitía tener lo que Sofía nunca tendría. Nada había alterado su decisión hasta conocer a Pedro. Con él sentía cosas que no  se  consideraba  capaz de  volver  a sentir.  Él  la  había  invitado  a  volver  al  mundo  que había desechado, porque era el que había vivido con su amiga. Paula se enfrentaba al dilema  de  querer  recuperarlo,  a  costa  de  traicionar  a  su  amiga.  No  debía  hacerlo.  Tendría  que  haber  sido  fácil  negarse,  y  la  noche  anterior  lo  había  intentado.  Sin  embargo, con cada segundo que pasaba su resolución se debilitaba. Una vocecita en su cabeza inquiría si sería tan terrible bajar la guardia y disfrutar de nuevo. ¿Sería tan terrible arriesgarse, como sugería Pedro que hiciera?

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