Suspiró con dolor y cerró los ojos. No vió que Pedro, al oírla, volvía la cabeza y la miraba, captando su vulnerabilidad. Paula Chaves era distinta de lo que aparentaba y decidió que quería descubrir su misterio. Sin saber por qué, estaba seguro de que era importante. Puso música relajante y reflexionó sobre cómo podría conseguirlo. Entretanto Paula, agotada por el carrusel emocional de los últimos días, se durmió. Cuando se despertó, la música seguía sonando suavemente. En vez de estar erguida, estaba inclinada hacia un lado, con la cabeza apoyada en el hombro de Pedro. Sabía que debía moverse, pero no pudo hacerlo de inmediato. Estando tan cerca inhalaba su aroma y, aunque era un error, decidió darse ese capricho un momento. Captaba el sutil perfume de su colonia y, por debajo, el olor puramente masculino que tan bien recordaba de la noche anterior. Tomaron una curva y la fascinó ver cómo las manos de Pedro se movían en el volante. Eran fuertes y de dedos largos y no le costó recordar las sensaciones que habían provocado en su cuerpo. Se le aceleró el corazón y su respiración se agitó con el sensual recuerdo. Por fin, una alarma sonó en su cabeza, previniéndola de lo peligrosa que era su indulgencia. Tenía que apagar su deseo por el hombre, ¡no avivar las llamas! Eso la llevó a enderezarse de golpe y poner tanto espacio entre ellos como pudo. Pedro desvió la vista de la carretera el tiempo justo para mirarla, interrogante.
—¿Un mal sueño? —preguntó.
Ella estuvo a punto de echarse a reír, todo lo ocurrido entre ellos era como un mal sueño.
—No deberías haber permitido que me durmiera sobre tí. Tendrías que haberme dado un empujoncito —le contestó.
—Parecías muy cómoda —Pedro se encogió de hombros.
—No lo habría hecho si hubiera estado consciente —explicó ella, para reafirmar que su postura no había cambiado.
—Lo sé, por eso te dejé —afirmó él. Esbozó una sonrisa traviesa—. Decidí darme un lujo. Me gustaba tenerte tan cerca —confesó, seductor.
—Espero que lo hayas aprovechado bien, porque no volverá a ocurrir.
—Eso me dices a todas horas —sonó divertido—. ¿A quién quieres convencer? ¿A tí o a mí?
Paula no contestó, la verdad era que intentaba convencerlos a ambos. Todo iba mal. Una parte de ella no quería desearlo, pero la otra anhelaba estar con él, experimentarlo todo. Disfrutar mientras durara. Sabía que cuanto más tiempo estuviera con él, más difícil sería alejarse. Sin embargo la antigua Aimi insistía en preguntar por qué debía alejarse, y su conciencia le daba la respuesta automáticamente. Lo miró, preguntándose qué lo hacía diferente del resto de los hombres que había conocido. Le resultaba casi imposible decirle que no, por más que supiera que era su obligación.
—¿Lo has descubierto ya? —preguntó Pedro, sin dejar de mirar la carretera.
—¿El qué? —Paula se había perdido en sus pensamientos.
—Si es seguro dejarte llevar por tu instinto o no.
—Eso dependería de a qué instinto te refieras —le contestó con un deje de humor.
Paula tenía dos y tiraban de ella en direcciones opuestas. En ese momento no sabía cuál ganaría, y no estaba acostumbrada a eso. Su camino había estado muy claro, pero empezaba a perderse en una densa neblina.
—Eres demasiado inteligente para tomar la decisión equivocada —afirmó él.
—No creo que la inteligencia tenga nada que ver con esto —contestó ella, seca.
—No tiene nada de malo desear a alguien, Pau. Es lo más natural del mundo. Arriésgate. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?
Ella sintió un escalofrío. Sus palabras le devolvieron el recuerdo de Sofía aquel aciago día, y el horror de aquello contra lo que luchaba. Sofía había dicho más o menos lo mismo. En aquella época, arriesgarse había sido una constante en sus vidas; pero ella había descubierto que lo peor que podía ocurrir era que alguien perdiera la vida. La vacaciones de esquí habían empezado muy bien. Llevaban meses planeándolas. Sofía Ashurst había sido su mejor amiga desde el colegio y siempre pasaban las vacaciones juntas. Sus familias eran ricas y costeaban todos sus caprichos, así que ambas practicaban equitación, buceo y esquí, entre otras cosas. Se habían tomado un año libre tras conseguir plaza en la universidad. Jóvenes y ajenas a todo excepto su placer, iban a fiestas, hacían barbaridades y lo pasaban de miedo. No habían sabido que los buenos tiempos estaban a punto de acabar. A Paula se le ocurrió salirse de la pista de esquí, y Lori había aceptado entusiasmada. Habían sabido que era arriesgado, pero eso lo hacía aún mejor. Esquiaban de ladera en ladera, disfrutando, cuando ocurrió. Un desprendimiento en la cima de la montaña inició una avalancha. Ambas sintieron su avance y se detuvieron para mirar atrás. Estaban en su camino y el miedo las hizo ponerse en acción. Indicó a Sofía con la cabeza que se desviara a un lado y se puso en marcha, esperando que su amiga la siguiera; pero Sofía optó por tomar otro camino. Cuando Paula llegó a la relativa seguridad que proporcionaba un grupo de árboles, se atrevió a parar y mirar atrás. La horrorizó que Lori no estuviera con ella y sintió pánico al ver que seguía en peligro. Gritó, pero el estruendo de la nieve apagó el sonido de su voz. Vió cómo la avalancha se tragaba a su amiga. Desapareció de su vista. Para siempre.
La avalancha de culpabilidad que cayó sobre Paula fue tan devastadora como la que había matado a su mejor amiga. Otro esquiador había visto lo ocurrido y llamó para pedir ayuda, pero era demasiado tarde para Lori. El grupo de rescate encontró su cuerpo tras horas de búsqueda. Ver cómo se la llevaban en una camilla convenció a Paula de que había sido ella, no la avalancha, quien había matado a su amiga. Ella había tenido la idea de salirse de la pista y Sofía siempre la seguía. Si no hubiera deseado correr ese riesgo, su amiga estaría viva. Había sido culpa suya. Ahogándose en un mar de remordimientos, había recordado las numerosas ocasiones en las que Sofía había intentado persuadirla para no hacer algo, sin éxito. Había ignorado los miedos de Sofía y seguido adelante, egoístamente. Su amiga estaba muerta y sólo podía culparse a sí misma. Había acompañado al cuerpo de su amiga de vuelta a Inglaterra. Durante el horrible viaje en avión se había jurado cambiar. Convertirse en una persona a quien la gente pudiera admirar, en un miembro responsable de la sociedad, fiable y de confianza. Se acabarían las compras y las fiestas. No más romances sin sentido. Sería la antítesis de la antigua Paula. No podía permitirse pasarlo bien si Sofía ya no podía hacerlo. El remordimiento era algo terrible con lo que vivir y lo peor era que habían considerado la muerte de su amiga un accidente. En la vista judicial había tenido que enfrentarse a los padres de Sofía. Ellos, también, la culpaban, y las palabras de la madre habían incrementado la carga que llevaba encima. Apenas había podido mirarlos durante el funeral, ellos la habían ignorado. Su madre había intentado consolarla, diciéndole que había sido un accidente, pero ella no lo veía así. Había sido culpa suya y tenía que pagar. Era la única manera de poder vivir consigo misma. Para alarma y horror de su madre, se había distanciado por completo de su antigua vida. Se había entregado a los estudios y después al trabajo, hasta conseguir una cierta paz. Había recuperado la capacidad de reírse, pero sin perdonarse a sí misma. No se permitía tener lo que Sofía nunca tendría. Nada había alterado su decisión hasta conocer a Pedro. Con él sentía cosas que no se consideraba capaz de volver a sentir. Él la había invitado a volver al mundo que había desechado, porque era el que había vivido con su amiga. Paula se enfrentaba al dilema de querer recuperarlo, a costa de traicionar a su amiga. No debía hacerlo. Tendría que haber sido fácil negarse, y la noche anterior lo había intentado. Sin embargo, con cada segundo que pasaba su resolución se debilitaba. Una vocecita en su cabeza inquiría si sería tan terrible bajar la guardia y disfrutar de nuevo. ¿Sería tan terrible arriesgarse, como sugería Pedro que hiciera?
No hay comentarios:
Publicar un comentario