martes, 27 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 37

Tomó aire y se enderezó. Los padres de Sofía. La señora Ashurst había culpado a Paula tanto  como  se  había  culpado  ella  misma.  Era  obvio  que  seguía  haciéndolo,  a  juzgar  por  la  tarjeta  que  había  enviado.  Si  pudiera  hablar  con  ella,  explicarle  lo  ocurrido, tal vez pudiera dejar el pasado atrás. Encontrar la paz que se le escapaba. Sabiendo qué debía hacer, paró a un taxi para ir a casa de los Ashurst. El corazón  le  golpeteaba  en  el  pecho  cuando  llamó  a  la  puerta.  En  el  pasado,  esa  casa  había  sido  casi  su  segundo  hogar.  Sin  duda,  la  amistosa  mujer  que  recordaba  de  la  infancia la escucharía. La madre de Sofía abrió la puerta y al ver a Paula en el umbral su rostro se tensó.

—Eres  tú  —dijo,  fría  como  el  hielo.

 A  Paula se  le  encogió  el  corazón,  pero  decidió seguir adelante.

—¿Podría  hablar  con  usted  un  momento,  señora  Ashurst?  —pidió,  con  la  voz  áspera por lo seca que tenía la garganta.

—¿Qué  podemos  tener  que  decirnos?  —la  señora  Ashurst  alzó  la  cejas  con  desprecio.

—Por  favor, señora   Ashurst.   Necesito hablar  con   usted  sobre Sofía.   Si   pudiéramos... —no tuvo posibilidad de decir más.

—¡No  te  atrevas  a  decir  su  nombre!  Sofi se  ha  ido.  ¡Tú  la  mataste!  —su  ira  y  amargura  eran  tan  intensas  como  el  primer  día  y  Paula tembló  por  dentro.  Tragó  saliva antes de hablar.

—Sé  que  cometí  un  error  y  lo  lamento  mucho,  pero  han  pasado  nueve  años,  pensé que tal vez podríamos hablar de aquel día.

—¡Sé  lo  que  pensaste,  Paula Chaves!  —la  madre  de  Sofía soltó  una  risa  desdeñosa—.  Pensaste  que  podías  venir  aquí,  decir  que  lo  sentías  y  que  yo  ¡Te  perdonaría!  ¡Pues  no!  ¡Nunca  te  perdonaré!  Mataste  a  mi  hija.  Te  seguía  como  una  esclava  y  hacía  cuanto  le  exigías.  Me  enferma  verte  paseando  libre  como  un  pájaro  mientras  ella  está...  —la  mujer  tomó  aire,  pero  fue  incapaz  de  decir  dónde  estaba  Sofía.

Su rostro se transfiguró por el odio.

—Me da igual cuánto lo sientas. Eso no me devolverá a mi hija. Vete. Fuera. ¡No quiero verte nunca más! —le cerró la puerta en las narices.

Dolida y anonadada, Paula se dió la vuelta y bajó los escalones. Sentir el veneno de  la  otra  mujer  había  sido  horrible,  le  había  rasgado  el  corazón,  robándole  toda  calidez  y  esperanza  de  poder  ser  perdonada.  Sin  saber  dónde  iba,  abrió  la  verja  del  jardín y empezó a andar. Su sensación de culpabilidad se hinchó como un globo que empezó a ahogarla, casi tanto como el primer día. No  había  salida,  y  no  debía  haberla.  Era  culpable.  Nada  podría  borrar  eso.  Había  cambiado  su  vida,  se  había  convertido  en  una  persona  mejor,  pero  eso  no  eliminaba  su  culpa.  No  podía  pensar  en  un  futuro  feliz  con  la  muerte  de  Sofía en  la  conciencia.  La  madre  de  su amiga acababa  de  demostrárselo.  No  se  merecía  tener  lo  que  Sofía no podría tener nunca.

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