martes, 20 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 32

Él sonrió y siguieron al camarero que los guiaba a su mesa. Luciana ya  estaba  sonriendo  cuando  Paula y  Pedro llegaron.  Era  una  sonrisa  tan  cálida y acogedora que ella olvidó su vergüenza.

—Cielos,  Paula,  ¡Estás  preciosa!  —exclamó  Luciana,  levantándose  y  rodeando  la  mesa  para  besar  su  mejilla—.  Ay,  eso  no  ha  sonado  bien,  disculpa,  ¡Sabes  lo  que  quería decir!

—Sí —Paula se rió—. Gracias, Luciana. Me encanta tu vestido.

Siguió una ronda de saludos y nadie, excepto Paula, pareció notar que Federico fue brusco  con  Pedro.  Ella  había  creído  que  Federico empezaba  a  aceptar  su  relación  y  la  entristeció ver que seguía enfadado con su hermano. Cuando todos estuvieron sentados de nuevo, Luciana se inclinó hacia delante, con expresión aún más animada de lo habitual.

 —¿No  es  un  sitio  maravilloso?  Hemos  estado  a  la  caza  de  famosos  y  la  cabeza  me da vueltas. Les diré a quiénes hemos visto... —empezó la lista, contando con los dedos mientras los nombraba.

—¿Has conseguido algún autógrafo? —se mofó Pedro.

Ella hizo una mueca.

—No,  pensé  hacerlo,  pero  Santiago no  me  dejó  —lanzó  a  su  marido  una  mirada  burlona.  Alguien  captó  su  atención  y  se  enderezó—.  Ay,  Dios,  ¡Nunca  adivinarán  quién acaba de entrar!

 —No me lo digas, el Papa —bromeó Pedro  con indulgencia; recibió una patada en la espinilla.

—No seas tonto, está en Roma. No, es esa actriz famosa. ¡Ésa..., ya saben!

—No tengo ni la más remota idea —dijo Pedro.

—Tengo el nombre en la punta de la lengua. Siempre hace esos papelones que me hacen llorar a lágrima viva. ¡Ya lo sé! Alejandra. ¡Alejandra Schulz! —encantada por haberlo recordado, sonrió de oreja a oreja.

 Paula volvió la cabeza, intentando ver a su madre, pero había demasiada gente en la sala.

 —¿Dónde?

—Ha desaparecido —contestó Luciana con decepción—. No, allí está, al otro lado de la sala.

Todos  miraron  y  esa  vez  Paula captó  la  familiar  figura  de  su  madre.  Sonrió,  sintiendo  una  oleada  de  placer.  Su  madre  llevaba  tres  meses  rodando  en  Nueva  Zelanda  y  la  había  echado  de  menos.  Muchas  cabezas  se  volvían  a  su  paso;  Alejandra Schulz era  una  especie  de  tesoro  nacional  y  siempre  ocurría  lo  mismo.  Su  madre  saludó con la mano, amistosa, antes de sentarse.

En  ese  momento,  Pedro se  volvió  para  mirar  a  Paula atentamente.  Ella  captó  el  brillo de comprensión en sus fascinantes ojos azules y supo que había descubierto a quién le recordaba. Antes de que él pudiera decir nada, el camarero se acercó a tomar nota de qué querían beber.

Paula abrió la carta, consciente de que era cuestión de tiempo el que Pedro sacara el  tema  de  su  madre.  Sabía  que  debería  habérselo  dicho,  pero  no  había  querido  que  realizara  la  conexión.  Su  madre había  abandonado  un  rodaje  para  reunirse  con  ella  tras la tragedia. No quería que él pensara mal de ella, pero ya sería inevitable. La carta se nubló ante sus ojos cuando se hizo una inquietante pregunta. «¿Por qué  te  preocupa  tanto  lo  que  él  piense?».  La  respuesta  llegó  alta  y  clara.  Una  mujer  quería que el hombre de quien se había enamorado pensara lo mejor de ella. Los labios de Paula se entreabrieron    al  comprender  sus  verdaderos    sentimientos.  Estaba  enamorada  de  él.  Debería  haberlo  sabido  antes,  pero  no  había  esperado  que  ocurriera.  Se  suponía  que  su  aventura  con  Jonas  sería  superficial,  sin  nada que ver con el amor. Sin embargo, su relación estaba siendo todo menos intrascendente. En ese momento, oyó que Paula se reía y alzó la vista. Todos la miraban.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—El camarero quiere saber qué deseas comer —contestó Luciana, sonriente.

 Paula se sonrojó.

—Ah,  perdón  —se  disculpó.

 Miró  la  carta  y  eligió  el  primer  plato  que  vió.  El  camarero  tomó  nota,  esbozó  una  sonrisa  amigable  y  se  marchó.  Ella  se  preguntaba  qué decir cuando Pedro la sacó del apuro.

—Vamos  a  bailar  —le  urgió,  agarrando  su  mano. 

Dando  por  sentado  que  aceptaría, se puso en pie. Ella lo siguió porque, si iba a comentarle algo, prefería que lo hiciera en privado. La  pista  de  baile  estaba  llena  de  parejas  y  Paula no  tuvo  más  remedio  que  apretarse  contra  Pedro.  Él  puso  una  mano  en  su  espalda,  y  se  llevó  la  de  ella  al  corazón con la otra. Paula apoyó la mano libre en su hombro. Con las cabezas juntas, empezaron a moverse. Era  la  primera  vez  que  bailaban  juntos  y  a  ella  le  pareció  el  baile  más  sensual  que  había  experimentado  en  su  vida.  Sus  cuerpos  se  tocaban  de  hombro  a  muslo  y  con  cada  paso  sentía  el  roce  de  su  cuerpo  musculoso  y  firme.  No  dejaba  de  pensar  que  estaba  enamorada  de  ese  hombre  y  por  eso  permitió  que  su  mente  registrara  cada  detalle,  cada  sensación.  Su  cuerpo  parecía  hacerse  fluido,  amoldarse  al  de  él  como una segunda piel.

— Es una locura,  ¿Verdad?   —le  murmuró Pedro al   oído—.   Dos   personas   supuestamente  inteligentes no pueden controlar la atracción que sienten el uno por el otro, ni siquiera en una pista de baile.

Ella  echó  la  cabeza  hacia  atrás  para  mirarlo,  sonriendo  ante  el  provocativo  comentario.

 —Habla por tí. ¡Yo no tengo problemas de autocontrol! —dijo con voz coqueta.

—Mentirosa —susurró él con ojos chispeantes.

 Paula  controló un gemido al sentir el calor de su mano en la espalda. Bailar así con él, sabiendo que lo amaba, era una dulce tortura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario