Él sonrió y siguieron al camarero que los guiaba a su mesa. Luciana ya estaba sonriendo cuando Paula y Pedro llegaron. Era una sonrisa tan cálida y acogedora que ella olvidó su vergüenza.
—Cielos, Paula, ¡Estás preciosa! —exclamó Luciana, levantándose y rodeando la mesa para besar su mejilla—. Ay, eso no ha sonado bien, disculpa, ¡Sabes lo que quería decir!
—Sí —Paula se rió—. Gracias, Luciana. Me encanta tu vestido.
Siguió una ronda de saludos y nadie, excepto Paula, pareció notar que Federico fue brusco con Pedro. Ella había creído que Federico empezaba a aceptar su relación y la entristeció ver que seguía enfadado con su hermano. Cuando todos estuvieron sentados de nuevo, Luciana se inclinó hacia delante, con expresión aún más animada de lo habitual.
—¿No es un sitio maravilloso? Hemos estado a la caza de famosos y la cabeza me da vueltas. Les diré a quiénes hemos visto... —empezó la lista, contando con los dedos mientras los nombraba.
—¿Has conseguido algún autógrafo? —se mofó Pedro.
Ella hizo una mueca.
—No, pensé hacerlo, pero Santiago no me dejó —lanzó a su marido una mirada burlona. Alguien captó su atención y se enderezó—. Ay, Dios, ¡Nunca adivinarán quién acaba de entrar!
—No me lo digas, el Papa —bromeó Pedro con indulgencia; recibió una patada en la espinilla.
—No seas tonto, está en Roma. No, es esa actriz famosa. ¡Ésa..., ya saben!
—No tengo ni la más remota idea —dijo Pedro.
—Tengo el nombre en la punta de la lengua. Siempre hace esos papelones que me hacen llorar a lágrima viva. ¡Ya lo sé! Alejandra. ¡Alejandra Schulz! —encantada por haberlo recordado, sonrió de oreja a oreja.
Paula volvió la cabeza, intentando ver a su madre, pero había demasiada gente en la sala.
—¿Dónde?
—Ha desaparecido —contestó Luciana con decepción—. No, allí está, al otro lado de la sala.
Todos miraron y esa vez Paula captó la familiar figura de su madre. Sonrió, sintiendo una oleada de placer. Su madre llevaba tres meses rodando en Nueva Zelanda y la había echado de menos. Muchas cabezas se volvían a su paso; Alejandra Schulz era una especie de tesoro nacional y siempre ocurría lo mismo. Su madre saludó con la mano, amistosa, antes de sentarse.
En ese momento, Pedro se volvió para mirar a Paula atentamente. Ella captó el brillo de comprensión en sus fascinantes ojos azules y supo que había descubierto a quién le recordaba. Antes de que él pudiera decir nada, el camarero se acercó a tomar nota de qué querían beber.
Paula abrió la carta, consciente de que era cuestión de tiempo el que Pedro sacara el tema de su madre. Sabía que debería habérselo dicho, pero no había querido que realizara la conexión. Su madre había abandonado un rodaje para reunirse con ella tras la tragedia. No quería que él pensara mal de ella, pero ya sería inevitable. La carta se nubló ante sus ojos cuando se hizo una inquietante pregunta. «¿Por qué te preocupa tanto lo que él piense?». La respuesta llegó alta y clara. Una mujer quería que el hombre de quien se había enamorado pensara lo mejor de ella. Los labios de Paula se entreabrieron al comprender sus verdaderos sentimientos. Estaba enamorada de él. Debería haberlo sabido antes, pero no había esperado que ocurriera. Se suponía que su aventura con Jonas sería superficial, sin nada que ver con el amor. Sin embargo, su relación estaba siendo todo menos intrascendente. En ese momento, oyó que Paula se reía y alzó la vista. Todos la miraban.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—El camarero quiere saber qué deseas comer —contestó Luciana, sonriente.
Paula se sonrojó.
—Ah, perdón —se disculpó.
Miró la carta y eligió el primer plato que vió. El camarero tomó nota, esbozó una sonrisa amigable y se marchó. Ella se preguntaba qué decir cuando Pedro la sacó del apuro.
—Vamos a bailar —le urgió, agarrando su mano.
Dando por sentado que aceptaría, se puso en pie. Ella lo siguió porque, si iba a comentarle algo, prefería que lo hiciera en privado. La pista de baile estaba llena de parejas y Paula no tuvo más remedio que apretarse contra Pedro. Él puso una mano en su espalda, y se llevó la de ella al corazón con la otra. Paula apoyó la mano libre en su hombro. Con las cabezas juntas, empezaron a moverse. Era la primera vez que bailaban juntos y a ella le pareció el baile más sensual que había experimentado en su vida. Sus cuerpos se tocaban de hombro a muslo y con cada paso sentía el roce de su cuerpo musculoso y firme. No dejaba de pensar que estaba enamorada de ese hombre y por eso permitió que su mente registrara cada detalle, cada sensación. Su cuerpo parecía hacerse fluido, amoldarse al de él como una segunda piel.
— Es una locura, ¿Verdad? —le murmuró Pedro al oído—. Dos personas supuestamente inteligentes no pueden controlar la atracción que sienten el uno por el otro, ni siquiera en una pista de baile.
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo, sonriendo ante el provocativo comentario.
—Habla por tí. ¡Yo no tengo problemas de autocontrol! —dijo con voz coqueta.
—Mentirosa —susurró él con ojos chispeantes.
Paula controló un gemido al sentir el calor de su mano en la espalda. Bailar así con él, sabiendo que lo amaba, era una dulce tortura.
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