martes, 20 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 31

—Iré de compras en la hora de la comida  —prometió. 

Riendo,  se  escabulló  de  sus brazos y corrió al dormitorio. Si  embargo,  cuando  se  sentó  en  la  cama  para  secarse  el  pelo,  su  sonrisa  se  apagó.  Tenía  la  sensación  de  que  una  sombra  había  caído  sobre  su  rinconcito  de  felicidad.  Se  dijo  que  era  una  tontería.  Aunque  habría  preferido  que  la  familia  de  Jonas no estuviera al tanto de lo que había entre ellos, ya no tenía remedio. De hecho, era casi increíble que hubieran mantenido el secreto tanto tiempo. Sin embargo, en el fondo de su mente, presentía que iba a ocurrir algo malo. Cuando  llegó  el  sábado,  Paula se  puso  el  vestido  que  había  comprado  para  la  ocasión.  También  estrenó  sandalias  y  bolso  a  juego.  El  azul  intenso  del  vestido  complementaba el color dorado de su cabello, que había dejado suelto. Al  mirarse  en  el  espejo,  se  asombró.  La  mujer  que  veía  era  una  desconocida.  Atractiva y guapa, no le recordaba a sí misma. Estaba acostumbrada a ver la persona fría  y  controlada  que  había  sido  durante  nueve  años.  Lo  cierto  era  que  tampoco  parecía  la  Paula de  antes;  y  no  era  sólo  cuestión  de  edad,  sino  de  pose,  seguridad  y  madurez. No  pudo  evitar  una  sonrisa.  Había  estado  tan  ocupada  que  no  se  había  dado  cuenta  del  cambio.  Además,  la  imagen  cuadraba  con  cómo  se  sentía:  feliz.  Gracias  a  Jonas.  Siempre  se  sentía  así  con  él,  pero  las  pesadillas  empezaban  a  agobiarla, sobre todo las noches que no dormían juntos. Un vistazo al reloj le confirmó que él debía estar a punto de llegar. Mientras lo pensaba, sonó el timbre. Nerviosa, se secó las manos en la falda antes de abrir. Pero sus  nervios  se  desvanecieron  al  ver  a  Pedro.  Estaba  guapísimo  con  un  traje  de  seda  cruda; su corazón sufrió un bombardeo de emociones que la dejaron sin habla. Jonas, en cambio, no tuvo ese problema.

—¡Deslumbrante!   —exclamó, mirándola—.  Seré  la   envidia  de   todos  los  hombres.

—Y yo la envidia de todas las mujeres —respondió Paula, recuperando la voz.

—Me  alegro  de  que  te  hayas  dejado  el  pelo  suelto  —comentó  Pedro,  entrando.  La  rodeó  con  los  brazos  y  la  besó.  Como  por  arte  de  magia,  Paula olvidó  sus  miedos—. ¿Nerviosa? —preguntó él. 

—Un poco —Paula se llevaba bien con Luciana y con Federico, pero tenía la sensación de que no les alegraría que tuviera una relación con su hermano.

—Pues olvida los nervios; estás conmigo, puedes relajarte y disfrutar.

Paula lo miró con solemnidad y asintió.

—Haré  lo  que  pueda.  Debo  parecerte  ridícula  por  preocuparme  de  lo  que  pensarán —añadió.

—En absoluto. Yo también he tenido mis momentos de ansiedad —confesó él.

—¿Tú? —lo miró con escepticismo.

—No es fácil pensar seriamente en una mujer cuando se sabe que la mayoría te busca porque eres rico —Pedro encogió los hombros—. Al final acabas preguntándote si te ven a tí o si sólo ven tu cartera.

—No habíapensadoen eso.  Debe de ser desagradable   —contestó ella,  compasiva.

—Lo  era, hasta  que  llegaste  tú  y  me  dí  cuenta  de  que  mi  riqueza  te  molestaba  más que agradarte. Como es natural, eso me intrigó —le dijo él.

—He conocido a muchos hombres ricos y no tardé en darme cuenta de que no es  indicativo  de  decencia  —afirmó  Paula,  pensando  en  el  mundo  de  ricos  y  famosos  en el que había habitado.

—¿Y dónde conociste a esas hordas de hombres ricos? —preguntó él.


Paula bajó la vista y se apartó de él para recoger el bolso que había en la mesita de café.

—En otra vida —contestó, incómoda. No quería hablar de eso. Se volvió hacia Pedro y le sonrió—. ¿Nos vamos? No quiero llegar tarde.

 Pedro se quedó inmóvil, estudiando su rostro.

—Un día me lo contarás —dijo con voz suave.

 A ella le dió un bote el corazón; hacía bastante que él no hacía referencia a sus demonios.

—No  hay nada que contar  y,  si lo  hubiera,  no  sería  asunto  tuyo  —le  dijo,  tajante.

—Tengo la esperanza de que un día confíes en mí lo suficiente para que dejes que sea asunto mío —se hizo a un lado para dejarla salir.

—¿Por qué iba a hacer eso? —Paula arrugó la frente y observó cómo cerraba la puerta.

—Cariño,  la  respuesta  será  obvia  cuando  llegue  el  momento  —dijo  él  con  voz  ligera.

A ella eso no le aclaró nada. Seguía  dándole  vueltas  al  críptico  comentario  cuando  salieron  del  edificio.  Había un taxi esperándolos. Paula volvió a pensar en lo que ocurriría cuando llegaran al  club.  Sintió  mariposas  en  el  estómago.  Todos  los  ojos  estarían  en  ella,  por  llegar  con Pedro, y ya no estaba acostumbrada a ser el centro de atención. No le apetecía lo más mínimo. Sin embargo,  cuando entró al  club del  brazo de  él,  se sintió    sorprendentemente  tranquila.  Algunas  personas  los  miraron,  puede  que  incluso  lo reconocieran, pero duró sólo un momento. Pedro miró a su alrededor y puso la mano libre sobre la de ella.

—¿Estás bien? —preguntó, ella sonrió.

—Sí, ¡Sí que lo estoy! —exclamó ella.

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