—Iré de compras en la hora de la comida —prometió.
Riendo, se escabulló de sus brazos y corrió al dormitorio. Si embargo, cuando se sentó en la cama para secarse el pelo, su sonrisa se apagó. Tenía la sensación de que una sombra había caído sobre su rinconcito de felicidad. Se dijo que era una tontería. Aunque habría preferido que la familia de Jonas no estuviera al tanto de lo que había entre ellos, ya no tenía remedio. De hecho, era casi increíble que hubieran mantenido el secreto tanto tiempo. Sin embargo, en el fondo de su mente, presentía que iba a ocurrir algo malo. Cuando llegó el sábado, Paula se puso el vestido que había comprado para la ocasión. También estrenó sandalias y bolso a juego. El azul intenso del vestido complementaba el color dorado de su cabello, que había dejado suelto. Al mirarse en el espejo, se asombró. La mujer que veía era una desconocida. Atractiva y guapa, no le recordaba a sí misma. Estaba acostumbrada a ver la persona fría y controlada que había sido durante nueve años. Lo cierto era que tampoco parecía la Paula de antes; y no era sólo cuestión de edad, sino de pose, seguridad y madurez. No pudo evitar una sonrisa. Había estado tan ocupada que no se había dado cuenta del cambio. Además, la imagen cuadraba con cómo se sentía: feliz. Gracias a Jonas. Siempre se sentía así con él, pero las pesadillas empezaban a agobiarla, sobre todo las noches que no dormían juntos. Un vistazo al reloj le confirmó que él debía estar a punto de llegar. Mientras lo pensaba, sonó el timbre. Nerviosa, se secó las manos en la falda antes de abrir. Pero sus nervios se desvanecieron al ver a Pedro. Estaba guapísimo con un traje de seda cruda; su corazón sufrió un bombardeo de emociones que la dejaron sin habla. Jonas, en cambio, no tuvo ese problema.
—¡Deslumbrante! —exclamó, mirándola—. Seré la envidia de todos los hombres.
—Y yo la envidia de todas las mujeres —respondió Paula, recuperando la voz.
—Me alegro de que te hayas dejado el pelo suelto —comentó Pedro, entrando. La rodeó con los brazos y la besó. Como por arte de magia, Paula olvidó sus miedos—. ¿Nerviosa? —preguntó él.
—Un poco —Paula se llevaba bien con Luciana y con Federico, pero tenía la sensación de que no les alegraría que tuviera una relación con su hermano.
—Pues olvida los nervios; estás conmigo, puedes relajarte y disfrutar.
Paula lo miró con solemnidad y asintió.
—Haré lo que pueda. Debo parecerte ridícula por preocuparme de lo que pensarán —añadió.
—En absoluto. Yo también he tenido mis momentos de ansiedad —confesó él.
—¿Tú? —lo miró con escepticismo.
—No es fácil pensar seriamente en una mujer cuando se sabe que la mayoría te busca porque eres rico —Pedro encogió los hombros—. Al final acabas preguntándote si te ven a tí o si sólo ven tu cartera.
—No habíapensadoen eso. Debe de ser desagradable —contestó ella, compasiva.
—Lo era, hasta que llegaste tú y me dí cuenta de que mi riqueza te molestaba más que agradarte. Como es natural, eso me intrigó —le dijo él.
—He conocido a muchos hombres ricos y no tardé en darme cuenta de que no es indicativo de decencia —afirmó Paula, pensando en el mundo de ricos y famosos en el que había habitado.
—¿Y dónde conociste a esas hordas de hombres ricos? —preguntó él.
Paula bajó la vista y se apartó de él para recoger el bolso que había en la mesita de café.
—En otra vida —contestó, incómoda. No quería hablar de eso. Se volvió hacia Pedro y le sonrió—. ¿Nos vamos? No quiero llegar tarde.
Pedro se quedó inmóvil, estudiando su rostro.
—Un día me lo contarás —dijo con voz suave.
A ella le dió un bote el corazón; hacía bastante que él no hacía referencia a sus demonios.
—No hay nada que contar y, si lo hubiera, no sería asunto tuyo —le dijo, tajante.
—Tengo la esperanza de que un día confíes en mí lo suficiente para que dejes que sea asunto mío —se hizo a un lado para dejarla salir.
—¿Por qué iba a hacer eso? —Paula arrugó la frente y observó cómo cerraba la puerta.
—Cariño, la respuesta será obvia cuando llegue el momento —dijo él con voz ligera.
A ella eso no le aclaró nada. Seguía dándole vueltas al críptico comentario cuando salieron del edificio. Había un taxi esperándolos. Paula volvió a pensar en lo que ocurriría cuando llegaran al club. Sintió mariposas en el estómago. Todos los ojos estarían en ella, por llegar con Pedro, y ya no estaba acostumbrada a ser el centro de atención. No le apetecía lo más mínimo. Sin embargo, cuando entró al club del brazo de él, se sintió sorprendentemente tranquila. Algunas personas los miraron, puede que incluso lo reconocieran, pero duró sólo un momento. Pedro miró a su alrededor y puso la mano libre sobre la de ella.
—¿Estás bien? —preguntó, ella sonrió.
—Sí, ¡Sí que lo estoy! —exclamó ella.
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