Paula, que seguía recriminándose, se irritó por la pregunta. Se dió la vuelta y clavó un dedo en su pecho.
—Yo debería haberlo impedido. ¡Lo sabía! Sólo quería... pero fue un error. Ahora estoy segura.
Pedro movió la cabeza, claramente intrigado por su forma de comportarse.
—¿Qué pasa por esa cabecita tuya? —preguntó, poniendo las manos en sus hombros—. Hicimos el amor, nada más.
—No hicimos el amor —Paula se libró de él—. Fue sexo, sin más.
—Si buscara sexo sin más, podría encontrarlo en muchos sitios —Pedro dió un paso atrás y sus ojos destellaron de forma peligrosa.
Paula tuvo la sensación de que lo había herido, pero no sabía en qué sentido. Además, no podía permitirse ninguna debilidad. Ya había dicho demasiado.
—Entonces, sugiero que la próxima vez lo busques allí. Yo no estaré disponible.
—No tienes muy buena opinión de mí, ¿Eh?
—Tu reputación habla por sí sola —contestó Paula, que en ese momento no pensaba nada bien de sí misma.
—¿Ah, sí? —se rió con amargura—. ¿Te interesaría saber que no soy el bastardo que «las usa y desecha» que insiste en sugerir la prensa?
—No importa. Sea lo que sea que crees que hay entre nosotros, acabo de ponerle punto final —declaró ella con firmeza.
Más claro, imposible.
—¿Por qué? ¿Te da miedo disfrutar demasiado? Antes de que abras esos deliciosos labios y me sueltes un montón de mentiras, anoche disfrutaste. ¡Tengo arañazos en la espalda que lo demuestran!
—Mientes —protestó ella, moviendo la cabeza.
Lo miró, totalmente avergonzada. Rápido como el rayo, Pedro se sacó la camisa del pantalón, se dió la vuelta y la alzó para mostrarle las marcas rojas.
—¿Eso parece una mentira? —exigió. Se volvió de nuevo hacia ella—. Fuiste una tigresa, cielo. Y sé que bastaría con rodearte con los brazos y besarte para que recuperases es mirada nublada y enfebrecida. No fue sólo sexo. Hicimos el amor, te guste o no llamarlo así.
Sus palabras le recordaron lo que había estado intentando olvidar. Con un gemido entrecortado, se mordió el labio y desvió la mirada.
—Pedro, si no te callas, ¡Gritaré!
—Hazlo —la retó él—. Me gusta cómo gritas.
—¡Maldito seas! —al límite de su paciencia, Paula se dió la vuelta y alzó la mano para golpearlo. Pedro lo impidió agarrando sus muñecas y poniéndoselas a la espalda, lo que atrajo su cuerpo hacia él. Ella lo miró, jadeante.
—Eso está mejor. Ahora me recuerdas a la mujer que conozco. Hay fuego en tus ojos y pasión en tus venas. Ésa es la auténtica Paula Chaves, no la mujer de sangre helada que simulas ser —declaró él con aire satisfecho.
Paula palideció. Había caído en su trampa y revelado una vez más esa parte de sí misma que había intentado enterrar. Era imperativo recuperar el equilibrio, así que hizo acopio de toda su experiencia para reestablecer la calma.
—Suéltame, por favor —ordenó con voz más tranquila. Él lo hizo—. Gracias —añadió con frialdad, apartándose.
Pedro movió la cabeza.
—Deberías ser actriz, con ese control que tienes de tus emociones —comentó con ironía, haciendo que Paula se riera.
—Descubrí hace tiempo que no tengo talento para eso —lo corrigió, recordando la expresión de su madre cuando aceptó que su joven hija no seguiría sus pasos.
—Te equivocaste. Tienes una habilidad asombrosa para encubrir lo que sientes. Es una representación que supongo has practicado durante años hasta conseguir la perfección.
—No es ninguna representación. Es quien soy —Paula le dirigió una mirada gélida. Ella no había simulado cambiar, lo había hecho de verdad.
—Es quien te gustaría ser —sonrió débilmente—. He visto a tu otro yo y me gusta más.
—¿Tal vez porque se acostó contigo? No volverá a hacerlo —curvó el labio con desdén.
Ya que sabía que la antigua Paula podía resurgir en cualquier momento, tendría más cuidado.
—No estés tan segura de eso. Puedo ser muy persuasivo. Aún no estoy listo para decir adiós, Pau. Lo de anoche me ha hecho desear más.
—Es una lástima, porque a mí me hizo comprender que había sido más que suficiente.
Pedro se rió y mientras Paula batallaba consigo misma para no darle una bofetada, Luciana salió de la casa.
—¡Caramba, sí que han madrugado! —exclamó, con su alegría habitual—. ¡Menuda nochecita! ¡Me siento como un trapo viejo!
—Hizo mucho calor —corroboró Paula, agradeciendo el cambio de tema. Incrementó la distancia entre Pedro y ella.
—Muchísimo —dijo él.
El brillo de sus ojos indicó a Paula que estaba pensando en un calor muy distinto al climatológico.
—¿A qué horas pensabas volver, Pepe? Nosotros saldremos temprano, para evitar la hora punta —dijo su hermana, sentándose en una silla.
—Después de comer. Imagino que Paula necesita pasar unas horas más en la biblioteca, investigando para el libro de Fede—contestó Pedro, alzando una ceja interrogativa hacia ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario