—¿Qué dijo? —preguntó Alejandra, inquieta.
—Lo que siempre he sabido, que fue culpa mía que Sofía muriese.
—Pero Pau, nadie te culpó.
—Yo me culpé —Paula sonrió, no quería hacer más daño a su madre—. Pero no te preocupes, ahora todo está bien.
—Me alegro, cariño —dijo Alejandra con alivio—. Deja todo eso atrás. Últimamente te pareces más a la que eras; sabía que algo había cambiado. Es Pedro, ¿Verdad? Es un buen hombre, ha estado tan preocupado por tí que se negó a irse a casa.
—¿Está aquí? —Paula se quedó helada.
Ni siquiera se le había ocurrido esa posibilidad. Su cerebro aún no funcionaba con normalidad.
—Claro. Ha ido a traer café. Sentirá un gran alivio al ver que por fin te has despertado.
—Dile que se vaya. No quiero verlo —le ordenó Paula.
Sabía por qué había ido a casa de los padres de Sofía, y el encuentro le había recordado lo que la pasión había borrado de su mente. Pedro, y todo lo que representaba, no eran para ella. No podía tener la felicidad que le había negado a su amiga.
—¿Por qué? —preguntó su madre, confusa—. No lo entiendo. ¿Ha ocurrido algo?
Había ocurrido que Paula no quería seguir viviendo un sueño imposible.
—No nos hemos peleado, ni nada de eso. Pero no quiero verlo. Por favor, dile que se vaya a casa.
—De acuerdo, si es lo que quieres —accedió Alejandra con tristeza.
—Tranquila, Alejandra, Paula pude decírmelo ella misma —declaró Pedro con templanza. Ambas volvieron la cabeza y lo vieron en el umbral, con dos vasos de café en las manos. Los dejó en la mesita—. ¿Puedes dejarnos un momento? —le pidió a Alejandra.
Ella se puso en pie.
—Diez minutos —accedió ella.
Miró de uno a otro y, con un suspiro, salió de la habitación.
Pedro no ocupó la silla, se quedó de pie, con las manos en los bolsillos de los vaqueros.
—Me diste un susto de muerte. Primero me despierto y no estás, después recibo una llamada de tu madre, diciéndome que estás hospitalizada. ¿Cómo se te ocurrió cruzar la calle sin mirar?
Paula lo miró y vóo que parecía cansado y necesitaba afeitarse. Pero endureció su corazón.
—Tenía... muchas cosas en la cabeza. No me dí cuenta. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí? ¿Qué has oído?
—Lo suficiente para saber que no quieres verme —dijo él—. ¿Cómo te encuentras?
—Me duele todo —contestó ella con una mueca.
—Eso es porque eres un gran cardenal —dijo él, con calma—. ¿Por qué no quieres verme, Paula? ¿Qué te llevó a salir del piso sin decir palabra?
—Salí porque necesitaba pensar —contestó ella, seca—. Y no quiero verte porque no tendría sentido. Nuestra relación no tiene futuro, así que lo mejor es ponerle fin.
—¿Cómo que no tiene futuro? —estrechó los ojos—. ¡Anoche dijiste que me querías! —protestó Jonas con incredulidad.
—Te mentí —Paula tragó saliva.
Él la miró con paciencia, intentando entender qué ocurría.
—¿Mentiste? —movió la cabeza y se pasó la mano por el pelo—. No, cielo. No lo creo. Es ahora cuando mientes.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—No lo sé, ¡Pero pienso descubrirlo! —ladró él. —
Estoy cansada —Paula miró hacia la pared—. Quiero que te vayas. Por favor, no vuelvas —dijo. No podía verlo, pero oyó cómo tomaba aire.
—De acuerdo, me voy, pero esto no se ha terminado. No te dejaré sin más, Paula—prometió.
—Deberías —Paula cerró los ojos—. Aquí no hay nada para tí. No puedo darte lo que quieres.
—Entonces estoy condenado, cielo, porque tal y como yo lo veo, eres la única que puede —contestó él.
Después salió de la habitación. Paula sabía que había hecho lo correcto, pero no había creído que pudiera dolerle tanto. Era como si alguien le hubiera arrancado el corazón y lo hubiera rasgado en tiras.
Por suerte, su madre volvió y fue a sentarse a su lado. La miró con preocupación.
—He visto a Pedro. No parecía contento. ¿Por qué le has dicho que se fuera, Pau? Ese hombre te quiere, es obvio. Y tú lo quieres a él. ¿Por qué haces esto?
Paula suspiró con tristeza.
—Porque había olvidado una promesa que hice, ahora la he recordado y todo irá bien —agitó las pestañas y suspiró—. Estoy cansada. Creo que necesito dormir.
Alejandra se recostó en la silla y se estremeció como si alguien hubiera andado sobre su tumba. Temía saber a qué se refería su hija, y eso la horrorizaba. Había sentido júbilo la noche anterior, al verla radiante y feliz; haría cuanto pudiera para que eso no se perdiera. Tenía llamadas que hacer y gente a la que ver. Iba a luchar por su hija como nunca antes.
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