martes, 6 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 16

Salió por la puerta de cristal y se encontró en un lateral de la casa, desde el que podía acortar entre los arbustos y bajar hacia el lago sin que nadie la viera. Se sentía como  un  animal  huyendo,  tenía  el  corazón  desbocado.  Sin  embargo,  mientras  se  alejaba,  oía  el  canto  de  sirena  que  la  instaba  a  regresar.  Lo  que  quería  estaba  a  su  espalda, no ante ella. Sin  embargo,  sabía  que  no  todo  lo  que  deseaba  era  bueno.  Había  comprobado  los resultados de esa autoindulgencia y se había jurado que no se repetirían. Así que siguió  hacia  el  bosque,  buscando  reposo  para  sus  inquietos  sentidos.  Pero  no  encontró la paz, ni siquiera en el cenador cubierto por una rosaleda que había al otro extremo del lago, junto al agua. Se agarró a una de las vigas de madera y cerró los ojos, admitiendo que estaba perdiendo la batalla. Su deseo por Pedro era un fuego que no se apagaba. La idea de no verlo de nuevo le oprimía el corazón. Desde el momento en que lo había visto por primera vez, había sabido que no podría alejarse sin cicatrices. Había resucitado a la mujer que había sido y por, más que luchara, no vencería a su propia naturaleza. El ruido de pasos interrumpió sus pensamientos. Como en un sueño, se volvió hacia  la  entrada  al  cenador.  Pedro estaba  allí  y  a  Paula le  pareció  que  el  mundo  suspiraba lentamente.

—Me has seguido —dijo, sin asomo de sorpresa.

—Sabías que lo  haría  —respondió   él   con   voz   ronca—.   Me atraes  hacia  dondequiera que estás. Y a tí te ocurre lo mismo.

—¿Tú crees? —Paula  tomó aire.

 —Es  asombroso,  ¿No?  —Pedro  dió  un  paso  hacia  ella—,  esto  que  hay  entre  nosotros. Lo sentimos nada más vernos.

—¿Lo sentimos? —lo retó ella, alzando la mano para mantenerlo a distancia.

 Él  siguió  avanzando  hasta  que  su  pecho  rozó  la  mano  de  ella.  Entonces  se  detuvo y la miró a los ojos.

—Oh, sí. Sabes que tu piel grita por conocer la textura de la mía —susurró él—. A  mí  me  ocurre lo mismo.  No  puedo  apartarme  de  tí,  Pau.  Aún  no.  Ni  tú  puedes  huir de mí.

—No me conoces tan bien —musitó ella con voz entrecortada.

Sentía el calor de su pecho bajo la palma de la mano. Instintivamente, alzó la otra para sentir la fuerza de su corazón latiendo.

 —Pretendo conocerte mejor —respondió él con voz sedosa.

Aunque  parte  de  ella  sabía  que  debía  detenerlo,  no  pudo.  La  necesidad  de  sentir  la  abrumaba.  Su  cerebro  dejó  de  funcionar,  dando  paso  al  sentimiento.  Temblando,  alzó  los  ojos  hacia  los  de  él  y  el  fuego  que  vio  en  ellos  la  hipnotizó.  Después,  cuando  él  bajó  la  cabeza,  fue  como  si  el  mundo  se  detuviera.  Sus  bocas  se  encontraron y la tierra giró sobre su eje. El  contacto  de  sus  labios  firmes  reverberó  en  todo  su  cuerpo.  Fue  increíble.  Todos  sus  sentidos  se  exacerbaron  en  un  instante.  Las  ascuas  del  deseo  volvieron  a  llamear, abrasándola con su intensidad. No había vuelta atrás. Jonas reclamó su boca con  un  gruñido  de  macho  satisfecho,  y  Aimi  respondió  abriendo  los  labios  para  aceptar la invasión de su lengua. Fue un encuentro salvaje y ardiente, un beso llevó a otro hasta que se fundieron en uno, sin principio ni fin. Durante  interminables  minutos,  ninguno  de  ellos  pudo  controlar  la  potente  atracción física que sentían. Eran como marionetas cuyas cuerdas volvían a moverse tras  días  de  cautividad.  Habían abierto la caja de Pandora  de  la  atracción  y  se  ahogaban en sus delicias. No había barreras ni restricciones. Por fin se sentían libres para entregarse a los deseos que los impulsaban. Tras  vivir  esa  primera  oleada  de  excitación,  se  apartaron,  jadeando,  y  sus  miradas revelaron la fuerza de lo que acababan de experimentar.

 —¡Oh,  Dios!  —gimió  Paual suavemente,  apoyando  la  frente  en  la  barbilla  de  él—. Lo había olvidado —dijo.

Hacía tanto tiempo que no se permitía sentir que era casi como la primera vez. —

¿Qué podía ser así? —preguntó Pedro con voz espesa. La rodeó con un brazo, atrayéndola hacia sí; alzó la otra mano y empezó a sacar las horquillas de su cabello, hasta que cayó como un halo sobre sus hombros—. Que Dios me ayude, yo también lo había olvidado —sonó sorprendido, atónito casi.

Paula apenas  escuchaba.  Con  cada  inspiración  se  llenaba  de  su  aroma  y  la  piel  bronceada de su cuello estaba muy cerca. Sólo tuvo que girar la cabeza para que sus labios hicieran contacto. Se estremeció de arriba abajo. Sacó la lengua y la deslizó por su  piel,  el  gemido  de  Jonas  casi  la  volvió  loca.  Pero  quería  mucho  más.  Un  instante  después,  sus  dedos  impacientes  desabrochaban  su  camisa  para  poder  apartarla  y  reclamar su presa. No  tuvo  mucho  tiempo  para  disfrutar  con  su  sabor  y  su  tacto;  los  dedos  de  Pedro se hundieron en su cabello y la obligaron a echar la cabeza atrás.

—Me estás volviendo loco —declaró con voz gutural.

Atacó su cuello con labios ardientes. Paula se  aferró  a  sus  hombros  y  su  cuerpo  empezó  a  fundirse  como  un  metal.  No tenía fuerza en las piernas, pero Pedro soportaba su peso sin problemas e hizo que se  arrodillara  con  él.  Sintió  sus  manos  desabotonarle  la  blusa  y  abrirla,  revelando  la  seda  color  miel  de  su  sujetador.  Una  mano  de  dedos  largos  reclamó  su  seno.  Instintivamente,  se  arqueó  hacia  él,  cerrando  los  ojos  y  disfrutando  de  la  placentera  sensación.  Las  manos  de  él  se  movieron,  acariciándola  y  apartando  la  barrera  de  seda,  trazando  un  camino  de  llamas  que  sus  labios  siguieron  después,  hasta  que  su  boca se cerró sobre un pezón y lo succionó. Entonces ella perdió el control. Ya  no  eran  posibles  cordura  o  sensatez  para  ninguno  de  ellos.  Sólo  cabían  las  sensaciones  y,  como  piedras  de  la  playa,  no  podían  evitar  el  embate  de  las  olas  de  placer  que los ahogaban.   Se libraron de   la   ropa,   afanándose   por   acercarse   y   descubrirse.  Cayeron  al  suelo,  un  amasijo  de  miembros  entrelazados,  envueltos  en  una pasión tan cálida y húmeda como la noche que los rodeaba. La urgencia del deseo impidió que se hicieran el amor con calma. Los dominaba el impulso primario de alcanzar el objetivo que sus cuerpos exigían. Paula sólo sabía que cada beso y cada caricia incrementaba su necesidad de sentirlo dentro de ella. Lo anhelaba tanto que, cuando Jonas finalmente se colocó entre sus piernas y la penetró, dejó escapar un grito.

 —¿Pau? —Pedro se quedó quieto—. ¿Te he hecho daño? —su voz sonó cargada de pasión.

—No.  Estoy  bien.  Es  sólo  que...  hacía  mucho  tiempo  —susurró  ella,  sin  ganas  de hablar.

La miró como si quisiera decir algo, pero ella lo apretó entre sus brazos y clavó los  dedos  en  su  espalda.  Él  volvió  a  moverse  y  segundos  después  se  perdieron  en  una  carrera  hacia  la  liberación.  Llegó  como  una  explosión  de  fuego  blanco  que  hizo  que  ambos  gritaran.  Abrazados,  cabalgaron  juntos  sobre  el  placer,  hasta  que  acabó.  Después, saciados, se quedaron dormidos.

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