jueves, 1 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 11

—Lógico —respondió ella con sarcasmo.

 Le dió la taza y sus manos se rozaron. Paula apartó la mano de golpe y observó, horrorizada, como la taza de porcelana caía al suelo y se hacía añicos.

 —¡Ay, Dios! —exclamó, apurada—. ¡Lo siento mucho! —sin pensarlo, se agachó para recoger los pedazos.

—¡No!  ¡Cuidado!  —ordenó  Pedro,  pero  ya  era  tarde.  Un  trozo  afilado  había  cortado  su  dedo  y  ella  gritó  de  dolor.  Pedro se  inclinó  para  levantarla.  La  llevó  al  fregadero, abrió el grifo y sujetó su mano bajo el agua—. Has hecho una tontería.

 —Ha  sido  sin  pensar  —se  defendió  Paula, haciendo una mueca de dolor por el frío.

—Eso  es  obvio.  Echaré  un  vistazo  —cerró  el  grifo  y  secó  el  corte  con  una  servilleta  limpia,  que  sacó  de  un  cajón—.  Bueno,  no  es  profundo.  Apriétalo  con  la  servilleta mientras voy a buscar antiséptico y tiritas.

Paula,  aturdida,  obedeció.  Había  hecho  una  tontería,  pero  se  debía  a  cuánto  la  afectaba que él la tocase. Pedro regresó y se aseguró de que la herida estaba seca antes de ponerle crema antiséptica y una tirita. Sus cabezas se juntaron y ella contempló las ondas negro azulado, deseando acariciarlas, sentirlas bajo sus dedos. Volvió a la realidad cuando sintió el roce de los labios de él sobre la herida tapada.  Parpadeó,  atónita.  Un  momento  después  se  quedó  sin  aire  cuando  esos  mismos labios besaron la palma de su mano.

—¿Qué haces? —gimió, con el pulso acelerado.

Pedro alzó  la  cabeza,  con  un  brillo  diabólico  en  los  ojos.  No  soltó  su  mano,  siguió acariciándola con el pulgar.

—Algo  que  llevo  deseando  hacer  desde  que  te  ví.  Besarte.  —declaró,  con  voz  sensual.

 Paula se  debatió  entre  dos  mundos.  Su  voz  y  su  caricia  habían  conseguido  que  perdiera el control de sus sentidos. Lo miró, casi hechizada.

—¡Vas demasiado lejos! —protestó, sin fuerza.

—Al contrario —los labios de él se curvaron con una sonrisa perceptiva—, esto ni se acerca a lo que será, y tú lo sabes, cariño.

—¡No  te  atrevas  a  suponer  que  sabes  lo  que  pienso!  —clamó  ella,  aunque  ese  «cariño» había sido como una caricia para sus sentidos.

 Pedro rió suavemente y acarició su labio inferior con un dedo.

 —No  supongo,  lo  sé.  Ambos  lo  sabemos.  Hemos  sabido  lo  que  pensábamos  y  sentíamos desde el momento en que nos vimos.

Paula  no  necesitaba  oír  eso,  porque  era  verdad.  Sin  embargo,  sirvió  para  que  alzara sus defensas de nuevo e hiciera acopio de fuerzas para no rendirse a él.

—No estoy de acuerdo. Y no he hecho nada para alimentar esa fantasía tuya —exclamó.

—Paula, ¡Sabes que no necesitas hacer nada! Tú y yo conectamos a otro nivel.

 Ella se estremeció; Pedro hablaba de un nivel que ella había jurado no volvería a ver la luz en su vida. Angustiada, se apartó de él.

—Pues vamos a desconectar, ¡No escucharé más tonterías como ésa!

 —Echar a correr no cambiará nada. Ambos sabemos que nos deseamos. Se nota en cada bocanada de aire, en cada latido.

Ella  sabía  bien  a  qué  se  refería.  Y  no  querer  que  ocurriera  era  insuficiente.  La  atracción sensual era más fuerte que nunca y el deseo de explorarla la quemaba por dentro.  No  había  creído  que  pudiera  desear  a  un  hombre  tanto  como  para  sentir  la  tentación de faltar a las promesas que se había hecho tras perder a Sofía. Pensar en ese traumático evento la llevó a alzar la barbilla con determinación.

—Puede que sí, pero no pienso iniciar una relación contigo, Pedro.

—Eso  suena  bien,  pero  ambos  sabemos  que  no  lo  dices  en  serio  —replicó  él,  dejándola sin aire.

—¡Claro que lo digo en serio! ¿Por qué iba a mentir? —lo retó.

Él dejó escapar una risotada.

—Porque este deseo no desaparecerá fácilmente. Tiene que agotarse, y sólo hay una  forma  de  conseguirlo.  Por  eso  tú  y  yo  tendremos  una  aventura  muy  pronto  —declaró él.

 Sus palabras incrementaban la sensación de que iba a ocurrir algo inevitable. Aimi se dijo que no tenía por qué ser así. No estaba obligada a seguir el camino que  se  dibujaba  ante  sus  ojos,  por  atractivo  que  pareciera.  Por  muy  guapo  y  encantador que fuera Jonas, no lo quería en su vida. No perdería lo que había ganado por la evanescente satisfacción de una aventura sexual.

—Si yo fuera tú, no contendría la respiración —le dijo, brusca—. Nunca tendré una aventura contigo.

—Nunca digas nunca, es como agitar un trapo rojo ante un toro —advirtió el.

 —Perderás el tiempo intentando que cambie de opinión —Paula alzó la barbilla, desafiante.

—Ya  veremos.  Me  gustan  los  retos  —sonrió  con  ironía—.  Puede  que  seas  uno  de los mejores a los que me he enfrentado.

—Mantente  lejos  de  mí, Pedro—dijo  ella,  airada  por  su  arrogancia. 

Giró  sobre  los talones y salió de la cocina. El hombre era insoportable. Estaba  tan  enfadada  que  no  podía  reunirse con el resto de la familia. Tenía los nervios  a  flor  de  piel  y  necesitaba  intimidad  para  recuperar  el  aliento  y  pensar.  Acababan  de  volver  a  derrumbar  sus  defensas  con  muy  poco  esfuerzo.  Necesitaba  reconstruirlas cuanto antes.


Paula fue a la biblioteca. No se molestó en encender la luz. Se acomodó en un sillón,  junto  a  la  chimenea.  Cerró  los  ojos  y  rememoró  el  roce  de  los  labios  de  Pedro en su mano. Eso la llevó a preguntarse qué caos provocaría en su ser si permitía un contacto más apasionado. Una parte de ella sabía lo que sería sensato hacer, pero su sensualidad tomaba las  riendas  cuando  él  la  tocaba.  Consciente  de  su  debilidad,  la  única  solución  era  mantener las distancias. Si no dejaba que se acercase, todo iría bien. Cuando, pasados dos días, se alejara de su influencia magnética, la atracción se difuminaría y la Paula del presente volvería a ser la que era.  Suspirando,  rezó  para  que  el  tiempo  pasara  deprisa.  Necesitaba  recuperar  la  calma que tanto le había costado obtener. Sólo entonces se sentiría a salvo de nuevo.

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