jueves, 22 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 33

—¡Tal  vez  no  me  conozcas  tan  bien  como  crees!  —protestó  ella,  explorando  su  cuello y hombros con los dedos.

Pedro acercó su mejilla a la de ella.

—Sé  que  mentiste  sobre  no  saber  a  quién  te  parecías  —dijo  en  su  oído,  Paula aguantó  la  respiración—.  ¿Por  qué  no  querías  que  supiera  que  tu  madre  es  Alejandra Schulz?

Paula cerró los ojos un momento, luego habló.

—No  es  un  vínculo  del  que  suela  alardear,  sencillamente  porque  mi  madre  nunca quiso condenarme a vivir en la pecera en la que tiene que vivir ella —no dijo que eso no había funcionado, porque había creado su propia notoriedad. Cruzó los dedos, esperando que él no supiera nada de su pasado.

—Eso  lo  entiendo.  Y  ahora  sé  de  dónde  provienen  tus  dotes  de  actriz  —dijo Pedro.

Paula rió con alivio.

—Soy incapaz de actuar. He salido a mi padre. Era un académico. Mi amor por la historia se lo debo a él.

—Belleza  y cerebro.  Una  combinación  irresistible  —dijo  él  con  su  diabólico  encanto habitual—. ¿Vas a ir a saludarla?

—Más tarde  —confirmó   ella, que prefería  hacerlo  con un  poco  más de privacidad.

—Bien, estoy deseando conocerla. Quiero preguntarle algunas cosas sobre tí.

A Paula le dió un vuelco el corazón.

—¿Qué clase de cosas? —preguntó, con voz más aguda de lo habitual.

—No  te  preocupes  —rió  él—.  Sólo  quiero  saber  cómo  consiguió  crear  una  hija  tan  bella  y  llena  de  talento  —alzó  la  mano  que  agarraba  la  de  ella,  se  la  llevó  a  los  labios y besó sus dedos.

—¡No hagas eso! —ordenó ella con voz grave; hasta ese leve contacto le quitaba el aliento y alentaba su deseo.

—No  puedo  evitarlo  —admitió  él,  conduciéndola  hacia  el  otro  extremo  de  la  pista—. Siempre que estoy contigo siento la necesidad de tocarte. Me has hechizado, Pau. Cada minuto del día estás en mis pensamientos, y en mis sueños... —su voz se apagó, sabiendo que era innecesario seguir.

—¡Eres  un  diablo!  —lo  regañó  ella.  Pero  lo  miró  con  ojos  nublados  por  la  pasión.

—Ya  te  he  advertido  sobre  lo  que  ocurre  cuando  me  miras  así  —gruñó  Pedro,  ella le contestó con una sonrisa seductora.

—¿Qué vas a hacer al respecto? —lo retó.

—Nada ante toda esta gente —dejó de bailar, miró a su alrededor y encontró lo que  buscaba—.  Ven  conmigo  —ordenó. 

Agarrándola  del  brazo  la  llevó  hacia  las  puertas de cristal que daban salida a la terraza. A ella se le aceleró el pulso un poco.  Sólo habían dado unos pasos afuera cuando una voz detuvo su avance.

—¿Pau? —la voz era una mezcla de esperanza e incertidumbre.

Paula se detuvo y giró en redondo hacia su madre que, parpadeó y esbozó una gran sonrisa.

—¡Me pareció que eras tú! —exclamó.

Un instante después envolvía a su hija en un fuerte abrazo. Paula se lo devolvió, encantada de verla, como siempre.

—Creía que seguías en el rodaje. ¿Cuándo has vuelto?

—La verdad, cariño, es que en realidad no he vuelto —Alejandra Schulz se rió—.  Adrián  se  ha  roto  una  pierna  y  no  puede  seguir  rodando,  así  que  he  vuelto  unos  días, mientras encuentran a un sustituto. Es frustrante, pero al menos así podré verte. Deja que te mire —dio un paso atrás para contemplarla. Sus ojos se ensancharon con asombro—.  ¡Oh,  Dios  mío!  —soltó  las  manos  de  su  hija  y  se  las  llevó  al  rostro.  Las  lágrimas surcaron sus mejillas—. ¡No sabes cuánto he esperado verte así! ¡Ay, cariño, gracias  a  Dios!  He  estado  tan  preocupada...  pero,  mírate.  Tu  pelo,  tu  ropa...  ¡Es  maravilloso! —Alejandra empezó a sollozar.

 Atónita  al  comprender,  por  su  reacción,  lo  preocupada  que  había  estado  su  madre, Paula se apresuró a abrazarla.

—No llores. Por favor, no llores —suplicó, sintiéndose fatal.

—Estoy  bien,  cielo  —Alejandra se  apartó  y  se  sorbió  la  nariz—.  Ya  sabes  lo  emocional que soy. Debe de haber un pañuelo de papel por aquí —dijo, rebuscando en su bolso.

—Use éste —sugirió Pedro, ofreciéndole un pañuelo inmaculado.

 Alejandra lo  aceptó,  se  secó  los  ojos  y  miró  al  hombre  que  había  acudido  en  su  rescate. Arqueó las cejas y sonrió.

—Ahora  lo  entiendo  —miró  de  Pedro a  su  hija—.  Quienquiera  que  seas,  ¡Encantada de conocerte!

—Pedro Alfonso, señorita Schulz, es un gran honor para mí —se presentó Pedro,  sonriente,  ofreciendo  a  la  madre  de  Paula una  buena  dosis  de  su  devastador  encanto.

—Alejandra,  por  favor  —rectificó  ella—.  Nada  de  ceremonias.  Cuando  estoy  con  mi hija soy su madre, no una actriz. Y si eres el responsable de esta transformación, estoy en deuda contigo.

—¡Mamá! —exclamó Paula, desazonada. Pero su madre esbozó una sonrisa tan rebosante de amor que se le hizo un nudo en la garganta.

—Cariño,  he  esperado  ver  este  día  mucho  tiempo,  no  me  impidas  que  lo  disfrute.

Paula se  mordió  el  labio.  Sabía  lo  que  estaba  pensando  su  madre  y  tenía  que  aclarar  las  cosas.  Aunque  ella  estuviera  enamorada  de  Pedro,  dudaba  que  él  sintiera  lo mismo por ella.

—Mamá, Pedro y yo... no somos...

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