Con un suspiro, se acurrucó bajo la sábana con la intención de dormir un rato más. No iba a preocuparse por el futuro ni por lo que podría ocurrir. Mejor vivir el presente y disfrutarlo mientras durase. Aimi llegó tarde, por primera vez desde que trabajaba con Federico. Había olvidado poner el despertador y se había dormido. Entró en su casa, incómoda por haber tenido que apresurarse.
—Siento llegar tarde —se disculpó cuando entró al despacho y vió a Federico ya trabajando ante el escritorio. Él alzó la vista, dio un respingo y la miró boquiabierto. Paula parpadeó con sorpresa.
—¿Qué ocurre? ¿Algo va mal?
Federico sacudió una mano en su dirección.
—Tu pelo —dijo.
Ella alzó una mano y descubrió, atónita, que lo llevaba suelto.
—¡Dios mío! ¡Se me olvidó! —exclamó, sintiéndose vulnerable. Se sentó, sacó una caja de horquillas del cajón y se hizo el moño rápidamente, con dedos temblorosos. No entendía cómo lo había olvidado. Era una de las primeras cosas que hacía cada día: ponerse su armadura contra el mundo. Pero esa mañana había estado pensando en Pedro—. ¡Ya está! —dijo, dándose una palmadita para comprobar que su cabello estaba bien sujeto.
—¿Cómo puedes hacer eso sin mirar? —preguntó Federico con asombro.
—Práctica —rió Paula—. ¿Cómo fue la operación? —deslizó la silla hacia delante y agarró la agenda de sobremesa de Federico.
—Hubo momentos críticos, pero creo que superamos el bache. Tuve que quedarme por si había que volver al quirófano, pero no hizo falta.
—Eso son buenas noticias —Paula sonrió con alivio—. Al menos hoy tienes un día fácil —revisó su horario con él. Hubo que cambiar la hora de un par de citas, pero todo lo demás estaba bien.
Federico se recostó en la silla y la observó encender el ordenador y teclear los cambios.
—Dime, ¿Se comportó Pedro cuando te llevó a casa ayer?
—Claro que sí —la inesperada pregunta hizo que se ruborizase—. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque esta mañana no pareces tú misma —observó él.
Ella casi gruñó, lo sabía bien.
—Es el calor —explicó, sin alzar la vista, esperando que él no insistiera—. Me está afectando. Tiene que refrescar pronto.
—Amén —dijo Federico.
No preguntó más.
Trabajaron en armonía durante una hora, después Federico subió a prepararse para su primera cita en el hospital. Acababa de salir del despacho cuando sonó el teléfono. Paula, que estaba reescribiendo un párrafo bastante farragoso, alzó el auricular con un suspiro.
—Residencia Alfonso, Paula Chaves al aparato —respondió con su fórmula habitual.
Se le erizó el vello de la nuca al oír la respuesta.
—Hola, Paula Chaves.
Un escalofrió recorrió su cuerpo con el sonido de su voz. Todos sus sentidos entraron en alerta.
—¿Pedro? —su voz sonó grave y ronca, como si no hubiera hablado en todo el día.
—¿Esperabas a otra persona? —preguntó Pedro, con voz risueña y seductora.
Ella sintió otro escalofrío en la espalda. Anonadada por cómo reaccionaba a él, se recostó en la silla y la hizo girar para mirar hacia el jardín.
—No esperaba que llamases tú. ¿Algo va mal?
—Nada va mal, excepto mi estado mental. Lo cierto es que estoy en mitad de una reunión muy importante —reveló él.
—No lo creo —arrugó la frente—. Dudo que haya nada que pueda interponerse a tus negocios.
—Hasta hace cinco minutos, habría estado de acuerdo contigo —Pedro se rió.
—¿Y qué ocurrió hace cinco minutos?
—De pronto tuve el deseo urgente de oír tu voz.
—¿Qué? —la confesión la había dejado sin aire y tenía la sensación de que el corazón no le cabía en el pecho.
—Lo sé. Parece difícil de creer, pero me encanta tu voz seca y aguda cuanto te irritas, y el tono dulce y jadeante que usas al hacer el amor.
—¡Estás loco! —si no hubiera estado sentada, se le habrían doblado las piernas.
Hacía mucho tiempo que no mantenía esa clase de conversación telefónica con un hombre, había olvidado lo divertido que podía ser.
—Los hombres que esperan en la sala de reuniones deben de pensar lo mismo —rió Pedro—. No suelo irme en mitad de una discusión.
—¿Y lo has hecho sólo para hablar conmigo? —Paula sintió una oleada de calidez invadir su cuerpo de pies a cabeza.
Oyó un suspiro de él.
—La necesidad de oír tu voz era más fuerte que mi deseo de comprar la empresa de la que estábamos hablando. Pensé que me ayudaría llamarte, pero me ha salido el tiro por la culata.
—¿Por la culata? —Paula cerró los ojos y se mordió el labio.
—Ahora quiero verte, y tocarte —admitió él con un gruñido sexy que encendió una llamarada de deseo en el cuerpo de Paula.
Su voz era tan sensual como una caricia.
—¡Para! ¡No hagas eso! —le ordenó, con poca convicción.
—¿Qué estoy haciendo, Pau? —preguntó él con urgencia—. ¿Se parece a lo que me estás haciendo a mí? ¿Tienes el pulso acelerado y te quema la sangre en las venas?
—¡Pedro, tengo trabajo que hacer! ¿Cómo voy a concentrarme así?
—Dile a Fede que no te encuentras bien y tómate el día libre. Yo haré lo mismo.
—¿He oído bien? —alzó una ceja—. ¿Estás sugiriendo perderte un trato de negocios para verme? ¡Podría costarte millones!
—Pau, cariño, ¡Tú vales cada penique!
—Apuesto a que le dices eso a todas tus mujeres —lo acusó ella, odiando la posibilidad de que hubiera otras mujeres.
—En absoluto. Tú eres la primera —dijo él tras una breve pausa.
—Si es verdad, me halagas —dijo Paula—. Por desgracia, no puedo aceptar tu sugerencia porque tengo trabajo, y tú tienes que ayudar a esa empresa con problemas. Sálvala y te haré la cena esta noche.
—¿Y si no puedo salvarla?
—Al menos sabré que has hecho lo posible.
—¿Y seguirás dándome de cenar?
—Desde luego.
—Trato hecho. Más vale que vuelva antes de que crean que he cambiado de opinión. Estaré deseando que llegue esta noche.
—Adiós, Pedro—suspiró ella.
Sonriente, giró la silla y colgó el auricular. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un flirteo telefónico. Lo cierto era que no había deseado flirtear hasta que Pedro había entrado en su vida. Estaban cambiando muchas cosas y se preguntó dónde acabaría todo. No tenía ni idea, pero tampoco quería pensarlo. Tarareando para sí, volvió al ordenador. Intentó concentrarse, pero la sonrisa traviesa de Pedro invadía su mente cada dos por tres.
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