martes, 20 de marzo de 2018

Desafío: Capítulo 30

Las  semanas   siguientes   fueron   mágicas   para   Paula,   que no se   permitía   cuestionarse  lo  que  hacía,  simplemente  vivía  el  momento.  Cuando  su  conciencia  intentaba  alzar  la  cabeza,  la  aplastaba,  haciendo  oídos  sordos.  Pero,  a  pesar  de  que  disfrutaba con la relación, no podía evitar la sensación de que vivía en un castillo de naipes que pronto se desmoronaría a su alrededor. Había supuesto que Pedro querría cenar fuera todas las noches y ser visto en los lugares  más  elegantes,  pero  se  equivocó  de  plano.  A  veces  cenaban  fuera,  pero  lo  habitual  era  que  cenaran  en  casa,  en  la  suya  o  en  la  de  él,  disfrutando  a  solas.  Los  fines  de  semanas  salían  al  campo,  a  encantadores  hoteles  rurales  desde  donde  emprendían largos y deliciosos paseos. A veces tenía la sensación de estar soñando, porque lo pasaba demasiado bien. Sin embargo, con Pedro era imposible evitarlo. Con él se relajaba. Era fantástico poder ser ella misma. Sin embargo, a veces, cuando se miraba al espejo, sentía asco de sí misma. Esas noches dormía fatal y se despertaba sabiendo que había tenido pesadillas. Le costaba un gran esfuerzo simular que no había ocurrido nada. Jonas nunca hacía preguntas, pero era obvio que lo sabía. Esperaba que ella diera el primer paso, pero no lo hacía. Con  el  tiempo  quedaba  olvidado,  hasta  la  siguiente  vez.  Lo  que  preocupaba  a  Aimi  era que los malos sueños aumentaban en frecuencia. En ese momento, con la cabeza apoyada en el hombro de Jonas, no pensaba en eso.  Hacía  calor,  pero  las  elevadas  temperaturas  de  semanas  antes  habían  llegado  a  su  fin,  tras  una  serie  de  espectaculares  tormentas  de  verano.  Estaban  en  la  cama  de  Jonas y, por la ventana, veía a los pájaros volar de árbol en árbol. Oyó  un  suspiro  y  volvió  la  cabeza.  Sus  ojos  verdes  se  encontraron  con  unos  azules y somnolientos.

—Buenos días —adoraba verlo adormilado.

—¿Qué hora es? —preguntó Pedro, pasándose una mano por el pelo.

—Las nueve y media —contestó ella.

—¿Tan tarde? ¿Por qué no me has despertado?

 Ella movió la cabeza.

—Me gusta verte dormir —confesó.

—¿Ah,   sí?   ¿Y ocurre a  menudo?   —preguntó  él,   moviéndose   para   poder   acariciar su cadera.

—De vez en cuando —admitió ella, estremeciéndose bajo su mano.

—Pues la próxima vez, despiértame. Así los dos disfrutaremos del momento —sugirió él.

Después, capturó sus labios con un beso largo y sensual. Una  cosa  llevó  a  otra  y  pasó  un  buen  rato  antes  de  que  pudieran  volver  a  pensar  de  forma  racional.  Compartieron  el  cuarto  de  baño,  Puala se  duchó  mientras  Jonas se afeitaba. Ella estaba aclarándose cuando le pareció oírle decir algo. Cerró el grifo y abrió la mampara un poco. —

¿Has dicho algo?

—Luciana me  llamó  ayer  para  invitarnos  a  cenar  —contestó  él,  mirándola  en  el  espejo—.  Iba  a  decírtelo  anoche,  pero  me  distrajiste  —añadió,  con  una  sonrisita  traviesa.

—¿Has dicho «invitarnos»? —repitió ella, envolviéndose en una toalla.

 —¿Te  parece  mal?  —Pedro enarcó  las  cejas  al  oír  el  tono  de  su  voz—.  Por  lo  visto  te  llamó  a  casa  y,  al  no  encontrarte,  llamó  a  Fede.  Él  le  dijo  que  hablara  conmigo.

—Oh, no —a Paula se le encogió el corazón—. ¿Por qué tuvo que decirle eso?

—¿Por qué  no iba  a  hacerlo?  —Pedro bajó  la  mano  con  la  que  se  afeitaba  y  la  miró.

—Porque Luciana no es tonta. ¡Supondrá que tú y yo nos vemos! —exclamó Paula con  frustración,  sin  captar  la  extraña  mirada  de  Pedro. 

Ella  había  pretendido  ocultar  su aventura al resto de la familia. Si se hacía pública adquiriría un toque de realidad que no podría ignorar.

—¿Te  avergüenza estar conmigo,  Paula?  —preguntó  él  con   voz   fría. 

 Ella   comprendió cómo debía sentirse por su comentario.

—¡No!  ¡No  es  eso!  —clamó,  acercándose  y  tocando  su  brazo.  No  sabía  cómo  explicarle que había iniciado esa relación arriesgando algo muy personal. Había roto su promesa a Sofía para estar con él—. Sólo quería que fuera nuestro secreto.

 —Pues Fede lo sabe, y eso no te ha sorprendido —la miró dubitativo—, así que supongo que se lo has dicho.

—No se lo dije, lo adivinó —suspiró ella—. Me advirtió que no me involucrara contigo desde el primer día y lo descubrió cuando me enviaste la rosa e intenté darle largas —explicó Paula.

—Pues  has  acertado  respecto  a  Luciana—Pedro dejó  de  afeitarse  y  la  rodeó  con  los  brazos—;  deber  tener  claro  lo  que  hay.  Así  que  tienes  dos  opciones:  o  te  quedas  en casa reconcomiéndote o te enfrentas a ella. ¿Cuál vas a elegir?

Si Luciana sabía la verdad, ocultar la aventura ya no tenía ningún sentido. El daño estaba hecho.

—¿A qué hora? ¿Tengo que ir elegante? —fue su respuesta.

La sonrisa traviesa de Jonas reapareció por arte de magia.

—El sábado, a las ocho y media. No conozco el local pero, tal y como es Luciana, será caro y con pista de baile. Un vestido elegante es de rigor.

Paula le sonrió, se puso de puntillas y le besó la nariz.

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