jueves, 28 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 41

—Cuando  Melisa  Mae  Alien  empezó  a  coquetear  con  él  de  forma  descarada.  Me puso tan furiosa que le habría pegado.

—¿Por qué no lo hiciste?

 —Yo era la reina del rodeo. Tenía que cuidar mi imagen —dijo ella moviendo la cabeza—. Pero estaba muy furiosa. Sentí que si no hacía algo lo perdería.

—Sí  —dijo Pedro,  sabiendo  que  Diego había  sido  el  tipo  de  persona  que  utilizaría aquello en su beneficio.

 —Lo  que  hubo  entre  Diego y  yo  fue maravilloso  —dijo ella  sonrojándose  un  poco  a  pesar  del  tono  ligeramente  defensivo  de  su  voz—.  Pero  me  hubiese  gustado  hablar  contigo  antes  de  que  todo  se  complicara.  No  hice  las  cosas  bien  y  mi  única  excusa es que era muy joven.

—Esa  es  una de  esas  experiencias  de  las  que  hablaba  tu  padre  que  forman  el  carácter.

Camila sonrió con tristeza y suspiró.

—Solo quiero  decirte  otra  vez  que  lo  siento.  Sé  que  llego  con  diez  años  de  retraso, pero espero que aceptes mis disculpas.

—De acuerdo. ¿Lo zanjamos ya?

 —Sí —dijo ella, y pareció aliviada—. Dime, ¿Hay alguien especial en tu vida?

«Tu hermana». Aquel  pensamiento  le  vino  de  forma  instantánea,  y  por  un  momento  temió  haberlo dicho en voz alta, pero la mirada inquisitiva de Jen no se había cambiado por otra de sorpresa o desaprobación.

—¿A qué te refieres con especial?

 —Paula—dijo ella sin dudarlo. Había dado en el blanco, pero Pedro sabía que no tenía ningún sentido admitir que estaba enamorado.

No era adecuado para Paula. El padre de ella le había dejado aquello muy claro respecto a Camila.

—¿Quién querría a una persona que va dando tumbos de un lado a otro, como yo? —le preguntó, deseando cambiar de tema.

—Una pregunta más fácil sería ¿Qué mujer no lo querría? —dijo ella riéndose.

—No —dijo él negando con la cabeza—. Soy un hombre solitario, siempre lo he sido y siempre lo seré.

—¿No tendrás aún la espina clavada?

—¡No! Soy así —dijo él intentando sonreír.

 —Lo  sé —dijo  Camila,  y  a  Pedro le  pareció  que  sus  ojos  verdes  le  atravesaban  el  alma—. ¿Necesitas que te diga que eres más que apropiado para ella?

—Ese no es tu trabajo.

—Pero  alguien  tiene  que  hacerlo  porque,  si  no,  vas  a  echar  a  perder  algo  maravilloso con mi hermana.

—¿Qué te hace pensar que...

Camila levantó una mano.

—No hace falta ser un genio para darse cuenta. Llevas varias semanas viviendo con ella. Taylor y yo conversamos casi todos los días, y sé leer entre líneas. Además, conmigo  nunca  hablaste  de  la  forma  en  que  lo  hacías  con  Paula—dijo  Camila—.  A  mí  nunca  me  contabas  todas  las  cosas  que  le  contabas  a  ella.  Muchas  veces  los  ví  hablando y riendo, pero conmigo eras introvertido y callado.

—Era  fácil  hablar  con  Paula—dijo   él—.   No  sentía  la  necesidad  de  impresionarla, no tenía que ser lo suficientemente bueno.

—Papá  ya  no  está   —dijo  Camila—.   Soy  la  mayor  de   la  familia,  y  es  mi   responsabilidad  decirte  que  si  él  estuviese  aquí  te  diría  que  se  había  equivocado  contigo, que eres un buen hombre y que eres bienvenido a la familia.

—¿Lo piensas realmente?

—Con todo mi corazón —dijo ella—. Eres más que bueno.

De repente, todos aquellos años de falta de seguridad en sí mismo empezaron a borrarse y por fin se sintió libre.

—¿Y tú? ¿Hay alguien especial en tu vida?

Una triste expresión se dibujó en el rostro de Camila.

 —Yo ya tuve mi oportunidad con el amor, y fue maravilloso mientras duró. He tenido lo que el destino me ha reservado.

—¿No ha habido nadie  más?  —le  preguntó. 

Paula se  lo  había  dicho,  pero  resultaba  difícil  creer  que  una  mujer  tan  guapa  como  Jen  no  hubiese  tenido  otra  relación.

—Nunca he querido a nadie más —dijo ella mirándolo.

—Tengo que hacerte una  pregunta  —dijo él  pasándose  la  mano  por  el  pelo—.  ¿Te volverías a casar con Diego?

—Sin dudarlo —dijo ella—. Creo sinceramente que es mejor amar y perder que no amar nunca. Así que no seas tonto y dile a Paula lo que sientes.

—El  que  te  encuentre  será  un  hombre  afortunado  —dijo  él  tomándola  de  las  manos—. Gracias, Cami.

Se acercó a  ella  y  la  besó  en  la  mejilla.  Después  le  dió  un  abrazo.  En  aquel  mismo momento Pedro supo que había hecho las paces con su pasado, el cual ya no tenía ningún poder sobre él. Quería echar raíces y formar una familia con Paula. En cuanto la viese... Se oyeron las pisadas de unas botas.

—He  visto tu  coche,  Cami.   ¿Dónde  estás?   —dijo Paula,  apareciendo  de  improviso.

Pedro se dió la vuelta justo a tiempo para  ver  la  chispa  que  desaparecía  de  los  ojos de Paula; rápidamente se separó de Camila.

—Hola, Paula—dijo.

—Lo siento. No quería interrumpir —dijo ella sin mirarlo.

—No lo has hecho.  Solo hablábamos  de  los  viejos  tiempos  —intervino  Camila sonriendo—. ¡Hola hermanita!

 Extendió  los  brazos  y  las  dos  se  abrazaron.  No  había  ninguna  duda  sobre  el  cariño que se tenían.  Pedro lo  envidiaba.  Lo  más  cerca  que  había  estado  de  aquella  sensación  fue  la  amistad  que  compartió  con  Marcos,  Gabriel  y  Ariel.  Pedro no  había  podido  imaginarse  una relación más estrecha hasta ahora, con Paula. Vió  la  dolorida  mirada  en  sus  ojos  y  quiso  asegurarle  que  no  sentía  amor  por  Camila.

Irresistible: Capítulo 40

Pedro sacó varias maletas.

—¿Te mudas de nuevo aquí? —le preguntó.

 —Me he tomado un poco de tiempo libre —contestó ella vagamente.

 Él  asintió  y  subieron  las escaleras  a  la  casa.  Cuando  entraron,  Camila recorrió  el  piso de abajo.

—Paula ha hecho maravillas aquí —comentó.

—Te llevaré las maletas a la habitación.

—De acuerdo.

Subieron  al  segundo  piso  y  Camila se  asomó  a  todas  las  habitaciones  para  ver  los  cambios que su hermana había hecho. Al final del pasillo, Pedro torció a la derecha y dejó el equipaje en la habitación donde había estado  durmiendo Paula.  Aún la echaba de menos. Camila lo miró fijamente.

—Ha pasado mucho tiempo.

 —Sí —dijo él metiendo las manos en los bolsillos y apoyándose en el quicio de la puerta.

Pedro cayó  en  la  cuenta  de  que  durante  la  siguiente  semana,  hasta  que  terminase  el  campeonato,  compartiría  cuarto  de  baño  con  Camila Chaves.  Aquella  sería  la  prueba  definitiva  para  sus  sentimientos.  Diez años antes  habría vendido  su alma  por  aquella  oportunidad.  Ahora la miraba  y  esperaba  a  ver  si  las  chispas  saltaban. Pero no ocurrió nada. Únicamente se alegraba de ver a una vieja amiga. No habría reconocido sus piernas, pero había notado la electricidad que existía entre ella y Gabriel. Creía que se sentiría celoso, sin embargo tampoco ocurrió nada. De haberlos tenido en aquel momento,  habría  reconocido  los  celos,  pues  últimamente  los  había  sentido  con  frecuencia.  Por  ejemplo  al  ver a Paula hablando  con  Marcos Hart  o  al  verla  entre  este  y  Gabriel para  las  fotos  del  artículo.  Lo  ponía  furioso que cualquiera de aquellos dos hombres la atrajese. No podía soportar la idea de perderla.

—Paula   me  dijo  que  habías  vuelto  —dijo  Camila poniendo  una  mano  sobre  su  brazo—. Pero no me dijo mucho más. ¿Qué tal estás?

—Bien. He oído que eres una abogada prometedora.

—Papá  siempre dijo que discutía  igual  que  un  abogado  y  que  debía  ir a la universidad y aprovecharlo.

—Supongo que tenía razón —dijo Pedro.

—No dejo de preguntarme si...

—¿Qué?  —la  animó.  Tenía  la  sensación  de  que  sabía  lo  que  iba  a  decir—.  ¿Si  habrías vuelto a estudiar en caso de que Diego no hubiese...?

Camila parecía  incómoda,  y  se  pasó  una  mano  por  la  oscura  melena.  Finalmente  asintió.

—¿Cómo lo has sabido? —le preguntó.

—Desde que regresé, el pasado no ha dejado de acecharme —dijo él.

 Paula le había dicho prácticamente lo mismo. Entonces él se había reído, pero ahora sabía perfectamente a qué se refería, y tenía razón. Camila lo miraba, y sus ojos verdes estaban llenos de remordimiento.

 —He pensado en tí a menudo, Pedro.

—¿Y qué pensabas?

—Que me hubiese gustado decirte lo mucho que siento todo lo que pasó.

Lo que pasó fue que ella había perdido el tiempo con alguien que no lo merecía, pero no  tenía ningún  sentido  que  él hablase  mal  de  quien ya había muerto, y destrozase las ilusiones de Camila.

—No te preocupes —dijo Pedro.

—Me arrepiento de haberte hecho daño.

—Fue hace mucho tiempo.

—Sí, y va siendo  hora de que  aclare ciertas cosas.  La  verdad es  que  no  te engañaba  con  Diego.  Éramos  amigos  y  coqueteábamos  un  poco.  Yo  era  demasiado  joven para darme cuenta de que estaba jugando con fuego, y aquella noche el juego se  me fue de las  manos.  No  lo planeé,  ni  te  engañé  deliberadamente  —dijo ella gesticulando con las manos—. Simplemente ocurrió.

—Olvídalo.

—Me  enamoré  perdidamente  de  Diego,  y  no  voy  a  disculparme  por  el  año  tan  perfecto que pasé con el amor de mi vida. Pero eso no justifica el daño que te hice, sobre todo por la forma en que lo descubriste. No quiero perder tu amistad.

—¿Necesitas que te diga que no pasa nada?

 Camila se mordió el labio y asintió.

 —Considéralo  hecho.  Ya  pasó  todo,  Cami,  estoy  bien.  Pero quiero preguntarte  algo.

—Lo que sea. Te lo debo.

 —¿Cómo sabías que lo que Diego sentía era amor? —le preguntó.

Pedro vió que Camila tenía la mirada perdida en el pasado.

—Recuerdo el momento exacto en que lo supe sin lugar a dudas.

 —Pareces una abogada —dijo él riéndose—. ¿Cuándo fue eso?

Irresistible: Capítulo 39

Pedro estaba con Gabriel de pie junto a la puerta de la casa de Paula. Desde allí vió cómo un BMW rojo descapotable levantaba nubes de polvo a lo largo del camino y se acercaba rápidamente. El  campeonato  iba  a  iniciarse  en  un par de  horas,  y  los  espectadores  no  tardarían en empezar a llegar.

—Parece  que  alguien tiene estropeado  el  sistema  de  navegación  —le  comentó  Pedro a Gabriel.

El sheriff miró a través de las gafas de sol el vehículo que se les acercaba.

 —Yo me ocupo de esto —dijo—. Estoy aquí para vigilar que se cumpla la ley.

—Y para asistir al campeonato —le aclaró Pedro.

—Y para devolver a las  señoritas  extraviadas  al  buen  camino  —añadió  Gabriel señalando con la cabeza al lujoso coche que acababa de detenerse.

—Tiene las lunas tintadas. ¿Cómo sabes que conduce una mujer? —le preguntó Mitch intrigado.

—Me lo dice mi instinto. El coche, el color... Además, al cabo de un tiempo los policías desarrollamos un sexto sentido para este tipo de cosas. Si pones en duda mi experiencia, espera un segundo —añadió Gabriel mirando hacia el coche.

 Se abrió la  puerta  y  aparecieron  un  par  de  piernas  delgadas  y  morenas.  Una  mujer  con  un vestido  color  lima  salió  del  coche  revelando  unas  estilizadas  caderas.  Llevaba unas sandalias de cuero marrón que dejaban a la vista las uñas pintadas de rosa. Pedro recordó fugazmente los pies de Paula en la bañera, también pintados de rosa. Una sensación de familiaridad se apoderó de él. Vió que la mujer tenía más o menos  la  misma  altura  que  Paula.  Era  delgada,  pero estaba bien formada. El pelo marrón con reflejos color caoba le cubría el cuello y le llegaba justo a la altura de los hombros. Pedro adivinó quién era. Miró a Gabriel preguntándose si la había reconocido, y vió por la expresión de la cara de este que le gustaba lo que veía. Gabriel miró a Pedro.

—Camila—dijeron al unísono.

—¿Cómo lo has sabido? —le preguntó Pedro.

Sabía que Gabriel había  salido  con  ella,  pero  lo  sorprendió  que  fuese  capaz  de  reconocerla de espaldas.

—No parece  la  típica  espectadora  de  rodeos  —apuntó Gabriel—.  No lleva  vaqueros ni botas.

—Eso no es concluyente. A este tipo de acontecimientos viene mucha gente que no viste así. ¿Cuál ha sido la verdadera pista?

Gabriel sonrió.

—Que son las mejores piernas que he visto en mi vida.

Gabriel se  acercó  a  saludarla.  Sonriendo por  lo  que  acababa  de  decir,  Pedro lo  siguió.

—Hola, Camila—dijo Gabriel quitándose las gafas de sol y sonriendo.

—Hola, Gabriel—contestó ella.

 Entonces vió a Pedro.

—Hola, forastero.

Pedro dudó un instante antes de alargar la mano.

—Hola, Camila. Me alegro de verte. Paula no te esperaba hasta más tarde.

—¿Sabías que iba a venir? —le preguntó Gabriel.

—Sí.

—O sea que podrías habérmelo dicho en cualquier momento.

—No tardaste mucho tiempo en averiguar quién era —le dijo Pedro—. Además, no quería interrumpir tu sexto sentido en acción. Me ha impresionado.

Camila los miraba intrigada.

—¿Y cómo averiguaste que era yo, si puede saberse? —le preguntó a Gabriel.

—Por las... ruedas —dijo Gabriel finalmente—. Bonito coche.

—Gracias —contestó ella.

Gabriel volvió a ponerse las gafas de sol.

—Me alegro de verte,  Camila.  Tengo que volver al  trabajo,  pero ya los alcanzaré  después.

 —De acuerdo —contestó ella.

Gabriel se tocó el borde del sombrero a modo de despedida y se marchó. Camila lo miró por unos instantes mientras se alejaba y después se fijó en la casa.

—Estoy deseando ver lo que Paula ha hecho en la casa.

—¿Aún no la has visto?

—Terminada del todo, no.  Trabajo  en  Dallas  y  estoy  bastante  ocupada.  No  vengo a casa tan a menudo como quisiera.

Otra vez aquella palabra. «Casa». Desde que estaba allí, Pedro había sentido su peso. Paula le había hecho pensar en echar raíces y en formar parte de una familia.

—Vamos dentro. Yo te llevo la maleta.

—Gracias —dijo ella abriendo el maletero del coche.

Irresistible: Capítulo 38

Estaban  ultimando  los  últimos  preparativos para el campeonato de aquella noche.  Él se  encontraba  de  pie  junto  a  la  valla,  supervisando  el  montaje  de  las  gradas  del  público.  Habían  colocado  una  gigantesca  lona  para  dar  sombra.  Junto  al  área  para  el  rodeo  estaba  la  caravana  de  la  doctora  Daniela  Morgan,  y  había  un  puesto de refrescos. Pedro contaba con el hambre y la sed de los asistentes, porque los beneficios de las  ventas  irían  a  la  asociación  de  rodeo.  Al  igual  que  los  obtenidos  con  la  venta  de  souvenirs. Florencia Benson había aceptado encargarse del puesto en que se exhibían. A lo  lejos  vió  que  se  estaba  delimitando  las  zonas  de  aparcamiento  para  los  amigos,  familiares y seguidores que asistiesen a las actividades del fin de semana.  Pedro estaba satisfecho. Todo parecía marchar bien. Pero  aquello  no  era  nada  en  comparación  con  el  esfuerzo  que  tenía  que  hacer  para no pensar en Paula. Oyó  pasos  detrás  de  él  y  supo  que  era  ella.  El  corazón  empezó  a  latirle  con  rapidez. ¿Cómo iba a tratarla como a una hermana pequeña después de haberla besado como a una amante?

—Hola, Pedro—dijo ella apoyándose en la valla.

—Hola —contestó él.

—¿Qué ocurre? —le preguntó.

 —Nada. ¿Cómo van las cosas en la casa? ¿Se han instalado ya los huéspedes?

Pedro había conseguido que algunos directores de la asociación se quedasen en el rancho.

—Menos mi antigua habitación, la casa está llena —dijo ella asintiendo—. Creo que  los  hombres a los que  recomendaste  el  rancho serán de gran  ayuda.  Muchas  gracias.

 —Me alegro de que todo vaya bien. Es lo menos que la asociación puede hacer, pues gracias a ti se celebrará el rodeo.

—No,  gracias  a  tí —contestó  ella—.  Yo  he  proporcionado  el  terreno,  pero  tú  lo  has organizado todo.

Paula se  dió  la  vuelta  para  observar  los  preparativos.  Pedro aprovechó  la  oportunidad para memorizar su imagen. Llevaba un sombrero de paja blanco que la protegía del sol, y el pelo lo llevaba recogido dejando el cuello a la vista. Su pequeña naríz,  que  empezaba  a  pelarse  por  el  sol,  estaba  cubierta  de  pecas.  Una  camisa  vaquera de color azul claro resaltaba sus curvas.  Sería  tan  fácil  agarrarla  de  la  cintura  y  abrazarla...  Días  atrás,  Pedro había  descubierto  que  su  cuerpo  se  amoldaba  al  suyo  a  la  perfección.  Ahora  se  esforzaba  por olvidarlo.

—Es emocionante, ¿verdad? —comentó ella.

Pedro asintió.

—Algunos  de  mis  mejores  recuerdos  son  del  rodeo  del  instituto.  Lo  que  más  echo  de  menos  es  la  expectación,  la  sensación  de  estar  con  todos  los  músculos  preparados y en tensión —dijo él.

—¿Incluso después de tanto tiempo?

 —Es una sensación que seguirá conmigo hasta que tenga ciento cinco años.

 —¡Ciento cinco años! Eso es muy ambicioso —dijo ella sonriendo.

 —Me encantaría poder participar de nuevo, pero desgraciadamente mis huesos están viejos. ¿Y tú, Paula?

—¿Qué pasa conmigo? —dijo ella.

Pedro recordó  su  expresión  cuando  le  dijo  que  no  había  vuelto  a  participar  en  un rodeo desde hacía diez años. En aquel momento tuvo la sensación de que lo que ella le había dicho respecto a la falta de apoyo de su padre no era la única razón de su  abandono.  Por  lo  que  él  recordaba,  el  padre  de  Paula y  Camila siempre  las  había  apoyado  a  ambas  en  todo,  así  que  sospechaba  que  había  sido  Paula la  que  había  decidido dejar de competir, y no podía evitar preguntarse por qué.

—¿Echas de menos competir? —le preguntó.

—Algunos  de  mis  mejores  recuerdos  son  del  rodeo  en  el  instituto  —le  imitó  ella.

—Eras  muy  rápida,  y  muy  buena.  Creo  que  nunca  he  visto  a  nadie  con  tantas  posibilidades  como  tú.  ¿Por  qué  lo  dejaste?  Y  no  me  vale  la  excusa  que  me  diste  el  otro día. Tu padre estaba orgulloso de tí; yo veía la expresión de su cara cada vez que competías. ¿Cuál fue la verdadera razón? Ella lo miró, dudando.

—Camila  se fugó.

—¿Qué tenía eso que ver contigo?

 Paula miró hacia el ruedo.

—Y tú te marchaste. Nada volvió a ser igual. Supongo que para mí perdió toda la emoción.

—¿Te gustaría que las cosas volviesen a ser como antes?

—Sí. —A mí no. —¿Por qué no? Tenías a muchas chicas a tu alrededor. Es por Camila.

En la voz de Paula no había ningún tipo de emoción, pero Pedro supo que fingía.

—En parte —admitió él—. Pero mis sentimientos hacia ella desaparecieron hace mucho tiempo.

—¿Admites que te hizo daño?

—Nunca lo he negado, y tú lo sabes mejor que nadie.

—O sea que, cuando llegue mi hermana esta noche, no sentirás nada.

 —Eso es. Ya te he dicho que dejé de querer a Camila hace mucho tiempo.

—Está más guapa que hace diez años.

 —Como la mayoría de la gente. Tú también —dijo él—. ¿Es que estás haciendo de celestina?

Taylor negó con la cabeza.

—Es que tengo una sensación...

—¿Cuál? —la animó al ver que ella dudaba.

—Te  vas a reír de mí,  pero  desde  que  llegaste  he  estado  sintiendo  que  una  fuerza trabaja para que hagamos todos las paces con el pasado.

 —Eso parece sacado de una película de ciencia-ficción —dijo él riéndose.

—Sabía que no  me tomarías  en  serio.  Camila está  muy  guapa,  es  elegante  y  simpática, además de una abogada con un futuro prometedor.

—Hablando del futuro  —la  interrumpió  él—,  ¿En algún  momento  se  cruza  el  mío con el tuyo?

 A  Pedro le  parecía  que  Paula intentaba  volver  a  unirlo  con  su  hermana,  y  no  sabía por qué.

—No sé si hablabas en serio... —dijo ella— sobre qué pasará cuando vuelvas a ver a Camila. Mentiste al decir que no sientes nada por ella.

 —No me hace falta verla. Puedo decirte ahora mismo que estaba mintiendo.

—¿Sí? —dijo ella.

 Parecía sorprendida, pero también parecía dudar.

—Sí.  Supongo que cuando vea  a  Camila me  alegraré  de  volverme  a  encontrar  con  una vieja amiga.

—Ya.

Paula se metió  las  manos  en  los  bolsillos  y  sin  decir  otra  palabra  se  dió  la  vuelta y se dirigió hacia la casa. Pedro quería  seguirla  y  abrazarla,  pero no se atrevía. Por nada del mundo quería hacerle daño; nunca había sentido nada igual por una mujer. Pero debía hacer las paces con el pasado, y tenía que cerrar el capítulo con su hermana. Estaba casi seguro de que ya no sentía nada por Camila, pero ella fue su primer amor, la primera mujer a la que había querido.

Al día siguiente lo sabría.

martes, 26 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 37

—Me alegraré de volver a verla —dijo Pedro tranquilamente.

 Paula observó su cara para ver si percibía alguna señal de que aún quisiese a su hermana, pero no vio nada. De todas formas, Pedro tenía los nervios de acero por la costumbre de montar a los toros, y seguro que podía controlar su reacción. Quizá debía provocársela ella.

—Camila ha estado muy ocupada con su  trabajo  y  la he visto  muy  poco,  así  que  tengo ganas de que venga —le dijo ella.

—O sea, que sí que te sientes sola —le dijo él.

—Ya te has  dado cuenta  de que a  veces  hablo  sola,  así  que  es  una  deducción  lógica  —dijo  ella  mirándolo—.  Y  aunque  estoy  muy  contenta  aquí  en  el  rancho,  no  voy a negar que de vez en cuando es agradable tener a alguien con quien hablar.

 Pedro frunció el ceño.

—¿Por qué no te has casado, Paula?

Ella aún lo  observaba,  buscando  una  señal  de  impaciencia  por  ver  a  Camila de  nuevo.  Pero de nuevo  él  la había  pillado  desprevenida  con  su  pregunta.  ¿Qué  pretendía  Pedro centrando  la  atención  en  ella?  Debido a la  confusión,  tuvo  que  pensar un momento antes de contestar.

—Ya te dije la razón —dijo finalmente—. Estuve comprometida y no salió bien.

—Hay  muchos hombres  disponibles  para una  mujer  tan  guapa  como  tú  —dijo  él.

—¿Como quién?

—Gabriel O'Connor, por ejemplo.

—Tiene bastante con las gemelas —dijo ella riéndose—. En más de una ocasión ha dicho que no quiere más mujeres en su vida.

—De acuerdo —concedió él, aunque por su tono de voz se notaba que no se lo creía—. ¿Y Marcos Hart?

—Más de un entrometido ha intentado que yo empezase una relación con él.

—No me extraña. Los dos tienen mucho en común.

—Pero yo no quiero.

—¿Por qué no? Es un hombre atractivo.

 —¡Te has dado cuenta! —le dijo con una sonrisa.

Utilizó la burla para  protegerse  a  sí  misma.  ¿Estaba intentando  ser  amable?  ¿Trataba de emparejarla para que no sufriese cuando él volviese con su hermana?

—Me  preocupo  por  tí —le  contestó—.  Marcos tiene  dinero,  una  casa  bonita  y  una  buena hija. ¿Qué hay de malo?

—Marcos no ha olvidado a su exmujer, y yo ya he pasado por esa experiencia. ¿Por qué iba a cambiar una maravillosa amistad por un romance condenado al fracaso de antemano?

—Para no estar sola.

—Si alguien no hace que tu vida sea mejor, es porque algo falla. Ya he pasado la edad en que una mujer necesita a un hombre para sentirse realizada.

—Eres demasiado joven para estar por encima de todo.

—De acuerdo. Entonces estoy en la fase de que si algo no está roto, no quieres arreglarlo.

—¿Es esa en la que salir con alguien es demasiado complicado?

—Sí —dijo ella—. El fracaso de mi compromiso fue porque no le dí importancia al fiasco de la universidad.

—¿Cómo? —preguntó Pedro.

 —No pasa nada. Creo que todas las chicas se topan alguna vez con un hombre así. Si son listas, solo ocurre una vez.

—¿Un hombre cómo?  —le preguntó agarrándola de la muñeca  para  retener  su  atención.

Su mirada le dijo a Paula que no aceptaría que se saliese por la tangente.

—Ya sabes, el  tipo de hombre  que  piensa  que  una  mujer  debe  sentirse  afortunada  si  él  decide  prestarle  atención.  Al  principio  no  me  dí  cuenta,  lo  quería  mucho. Hasta que me pidió algo que yo no estaba dispuesta a darle.

—¿Qué hizo? —le preguntó él con los ojos brillantes por la furia.

—Se puso pesado. Dijo que había esperado mucho tiempo y no aceptaría un no por  respuesta.  Me defendí  de  él  con un  golpe que tú me enseñaste: una rodilla bien colocada resulta muy convincente.

 Pedro la observó un momento, y después sonrió.

 —¿Funcionó?

—Sí —dijo ella sonriendo también—. Me llamó de todo y me dijo que si seguía así me quedaría sola porque a los hombres solo les interesa una cosa.

—A muchos sí, pero no a todos —le dijo.

—¿Los otros, qué quieren?

 —Éxito, estabilidad, una familia y amigos, un sitio al que llamar hogar. Todo el mundo tiene que averiguar qué está buscando.

—¿Tú lo has averiguado? —le preguntó ella.

Pero ya  sabía  la  respuesta.  Había estado buscando  durante  diez años  y  aún  quería a Camila.

—Aún no lo  sé —dijo  él  negando  con  la  cabeza—.  Pero  cuando lo  averigüe,  serás la primera en saberlo.

Paula pensó  que  no  tendría  que  esperar  mucho.  Cuando  viese a  Camila,  Pedro sería como un libro abierto para ella. No tendría que decir nada.

Irresistible: Capítulo 36

—¡Pedro! Estás despistado. Realmente debes estar muy cansado.

—Sí.

—¿Qué  piensas  sobre  la  posibilidad de vivir en Destiny?  —repitió ella  mirándolo esperanzada.

Ahora era  el  momento,  pensó  él.  La  oportunidad  de  ser  noble  y  no  hacerle  daño. Respiró profundamente.

—Haré  lo  que  sea  necesario para que  mi  empresa  tenga  éxito  —dijo  él  con  precaución.

En los ojos de  Paula brilló  algo  parecido  a  la  decepción,  pero  enseguida  desapareció.

—Nadie mejor que yo comprende la necesidad de sacar adelante un negocio — dijo llevando los platos al comedor.

 —¿Sabes algo de tu hermana? —le preguntó él.

Pedro solo había  querido  cambiar  de  tema,  pero  la  mirada  que  Paula le  lanzó  no fue precisamente de indiferencia.

—Hablo con ella casi todos los días —le contestó.

Paula no  quería  parecer  que  estaba  a  la  defensiva,  pero  si  era  así,  no podía  evitarlo. Cuando lo oyó mencionar a su hermana casi se le cayeron los platos al suelo. No se esperaba aquella pregunta, ya que Pedro no había vuelto a hablar de Camila desde que llegó, y ella había pensado que... ¿Qué Pedro la quería a  ella?  ¿Que los dos  besos  lo  habían hecho  olvidarse  de  Camila? Era obvio que, en lo que a Pedro Alfonso se refería, estaba destinada a ponerse siempre en ridículo.

—¿Qué tal está? —le preguntó él.

—¿Quién?

—Camila—contestó Pedro y se sentó mirándola con una interrogación—. ¿Quién es ahora   el  despistado?  Debes de estar cansada   —añadió  utilizando sus  mismas  palabras.

—Lo  estoy  —contestó  ella. 

Estaba despistada  y  cansada,  pero  no  por  la  razón  que él creía. Desde el día en que la había sorprendido en la bañera, Pedro había mantenido las  distancias,  y ella le estaba  realmente agradecida  por  ello  aunque  en  algún  momento  había  deseado  que  la  volviese  a  besar.  En  aquellos  instantes  de  debilidad  había querido estar de nuevo en sus brazos, pero él no se había aproximado a ella. La  relación que  habían mantenido   había   sido amistosa, pero distante.   Aquello la  molestaba. Después de romper su compromiso había aceptado que estaría sola, pero eso fue  hasta  que  Pedro reapareció  en  su  vida.  Verlo de  nuevo  le  había  hecho  preguntarse  si  las  cosas  podrían  haber  sido  distintas,  y  compartir  la  casa  le  había  dado la oportunidad de comprobar cómo sería una relación con él. Paula descubrió que le gustaría. Y,  ahora, de repente,  preguntaba  por  Camila.  Inmediatamente,  las  esperanzas  que  ella ni siquiera sospechaba que albergaba afloraron y se evaporaron. Se dió cuenta de que, a pesar de haber transcurrido diez años él no había superado la relación con su hermana. ¿Qué  diría Pedro si  supiese  que  Camila iba  a  estar  la  semana  del  rodeo?  ¿Era  él  la  razón por la que su hermana iba a ir al rodeo? Quizá era mejor que los dos se viesen, porque desde hacía tres semanas tenía la sensación  de  que  unas  fuerzas  ocultas  intentaban  hacer  las  paces  con  el  pasado.  ¿Se  estaría volviendo loca? De cualquier modo, no tenía ningún sentido ocultarle que Camila llegaría pronto.

—Camila llegará mañana —le dijo.

Irresistible: Capítulo 35

Pedro se dió cuenta de que quería decirle lo mismo que le dijo diez años atrás. Que no quería hablar con ella.  Suspiró.

—Me he pasado varias horas en el ayuntamiento intentando convencerlos para que cambien la calificación de los terrenos, para que mi empresa pueda construir un centro comercial. Intenté convencerlos de que sus esposas e hijas estarían encantadas de  tener  las  tiendas  tan  cerca, pero, ahora que lo pienso,  quizá no  ha sido  la  mejo  estrategia.

—A  mí  me  parece  una  buena  idea.  Ahora  tenemos  que  ir  muy  lejos  para  comprar —dijo ella—. Si aceptan, ¿Te quedarás aquí una temporada? —le preguntó.

—Sí.

Ella se dió  la  vuelta  para  sacar  los  platos  del  armario,  y  Pedro no  pudo  ver  la  expresión de su cara. ¿Querría ella que se quedase? ¿Qué sentiría? La  idea  de  establecer  su  empresa  en  Destiny  le  gustaba.  Cuanto  más  tiempo  pasaba en la ciudad, más le apetecía. Desde  que  volvió,  había  estado  recordando  los  malos  tiempos  que  pasó  allí,  pero también tenía buenos recuerdos, como lo que había disfrutado describiéndole a Paula sus proezas con los toros de su padre. También le había gustado hablarle de lo que  le  pasaba  en  el  colegio,  y  cuando  cumplió  los  dieciocho  años  y  los  servicios  sociales le dijeron que ya no tenía derecho a la manutención, fue a ella a quien buscó para hablar. Y ella no lo decepcionó: lo ayudó a buscar una habitación y convenció a su  padre  para  que  le  diese  más  trabajo  para  poder  pagarla.  Siempre  había  pensado  que  la  amistad  que  los  unía  era  una  rutina,  o  una  consecuencia  de  que  ella  siempre  andaba  a  su  alrededor.  Pero  ahora  no  estaba  tan  seguro.  Aún  tenía  la  sensación  de  que a ella podía contarle todo. Excepto...  Recordó  aquella  noche.  Paula había  intentado  ir  con  él  y  con  sus  amigos  al  lago.  Él  se  la  quitó  de  encima,  a  pesar  de  sus  quejas  y  de  su  enfado.  Tal  y  como  salieron las cosas, probablemente fue la mejor decisión que había tomado en su vida. Era muy joven, y podría haber sido ella... Y la noche siguiente cuando Jen lo dejó, arremetió contra ella, la única persona que le había dado su amistad. ¿Por qué siempre se hace daño a las personas a las que se quiere? Sin  duda  alguna,  Taylor  era  una  mujer  que  merecía  que  la  cuidasen.  ¿Y  el  amor? Pedro no  estaba  seguro  de  lo  que  aquella  palabra  significaba.  Desde  luego,  sentía algo por ella, pero no quería arriesgarse a ponerle nombre.

 —¿Qué piensas al respecto? —dijo ella mientras servía la cena.

 —¿Sobre qué?

 —Sobre quedarte en  Destiny   —le aclaró—.   Después  de  todo,  eres  una celebridad  en  el  rodeo  y  un  hombre  de  negocios  con  éxito.  ¿Estarías  a  gusto  en  una  ciudad como Destiny?

Por la mirada en los ojos de Paula, Pedro se dió cuenta de que la respuesta era importante  para  ella,  y  no  quería  volver  a  hacerle  daño.  Cuando  fijó  la  vista  en  su  boca  y  se  apoderó  de  él  un  incontrolable  deseo  de  besarla,  se  dió  la  vuelta.  Un  hombre como él solo podía herirla. Si  hubiese  tenido  los  pies  en  la  tierra,  se  habría  marchado  de  allí  en  cuanto rechazó la invitación de Melisa Mae. Fue en aquel momento cuando supo que algo se  le  estaba  yendo  de  las  manos.  Sin  embargo,  volvió  al  rancho.  Allí  se  había  encontrado  con  Paula desnuda  y  cubierta  de  burbujas,  y  después  la  había  besado.  Aquello  era  algo  de  lo  que  se  arrepentiría  hasta  el  final  de  sus  días,  porque  desde  entonces  su  deseo  tenía  tanta  fuerza  que  se  había  convertido  en  dolor.  Comparaba  mentalmente cómo se sentiría teniéndola y no  teniéndola:  tenerla sería mucho mejor, pero no muy inteligente. Había  intentado  controlar  sus  sentimientos  hacia  ella  sin  conseguirlo,  pero  nunca era demasiado tarde. Si quería lograrlo, no debía volver a besarla, porque si lo hacía  no  sería  capaz  de  detenerse  hasta  dejarla  sin  sentido,  o  la  tocaría  hasta  que  gimiese de pasión.

Irresistible: Capítulo 34

Pedro bebió de su cerveza.

 —Es la mejor oferta que he tenido en todo el día.

—Parece  que  no  has  tenido  un  buen  día.  ¿Quieres  que  hablemos  de  ello?  —le  preguntó Paula.

Pedro negó  con  la  cabeza,  aunque  sí  deseaba  hablar  con ella.  Demasiado  apetecible y eso no le gustaba, porque compartir cosas con ella significaba meterse de cabeza en algo de lo que quizá no pudiese salir.

—¿Qué has estado haciendo tú? —le preguntó desviando así la conversación de sí mismo.

—He estado enseñando a los que he contratado. Son buenos chicos, y creo que lo harán bien. Sobre todo Gastón White. Me gustaría que se quedase aquí para siempre: trabaja  duro,  es  divertido  y  emplea  parte  de  su  sueldo  en  montar  en  los  toros  que  criamos aquí para Marcos. ¿Te suena eso?

 Pedro sonrió.

—No.

Paula apoyó los brazos sobre la encimera y también sonrió.

—Mientes.

Pedro se encogió de hombros.

—¿Qué más has estado haciendo? —le preguntó.

—Fui  a recoger  los  folletos  y  la  publicidad,  y  los he  mandado  a  las  grandes  agencias de viajes de todo el país.

—¿Ha llamado alguien en relación con el artículo? —le preguntó, y dió un largo trago a su cerveza.

—Mucha  gente.  Les  he  mandado  una  carta  de  agradecimiento  a  Brenda y  a  Walter  —dijo  Paula—.  Los  fines  de  semana  de  las  vacaciones  de  verano  ya  están  todos  reservados,  y algunas semanas entre medias  también.   Incluso están haciendo   reservas para el otoño y el invierno.

 Los  ojos  de  Paula brillaban  con  entusiasmo,  como  cuando  la  sorprendió  en  la  bañera cubierta únicamente con burbujas.

—Bien —dijo él.

 Aquella  no  era  una  contestación  en  condiciones,  pero  sabía  que  si  decía  algo  más, no podría ocultar el deseo en su voz. Le habría gustado agarrarla de la cintura y bailar con ella por toda la casa para celebrar su éxito, pero su reacción ante todo lo que tuviese que ver con Paula era no bajar la guardia.

—Gracias, Pedro.

—¿Por qué?

—Por  recomendarme.  Por  traer  a  Brenda aquí.  No me creo que  lo  hicieses  por  el  campeonato;   la  publicidad para el  rodeo se  extiende  sola,  a   través   de   los   competidores, sus familiares, los amigos. Eso sin mencionar las páginas de deportes de los periódicos de Texas. Me diste tu palabra, y desde luego la has cumplido.

—No tienes que agradecer nada.

—Eres un buen hombre, y lo aprecio —dijo ella.

 Pedro se  dió  cuenta  de  que  ella  se  mantenía  al  otro  lado  de  la  cocina.  No  la  culpaba por ello, ni por las dudas que pudiese tener sobre él; nunca podría estar a su altura, por mucho dinero que ganase. A  pesar  de  todo,  sintió  una  urgente  necesidad  de  acercarse  a  ella  y tocarla,  abrazarla.  Pero ya había  fracasado  en  dos  relaciones,  ¿Cómo  iba  a  arriesgarse  a  intentarlo una tercera vez? ¿A que le rompiesen el corazón de nuevo?

Paula apoyó la barbilla sobre una mano.

—Pareces  cansado.  Cuéntame qué has hecho hoy  —le  dijo—.  Ya  sé  que no  quieres hablar de ello, pero cuéntamelo por encima.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 33

Pedro condujo la camioneta por el camino y estacionó delante de la casa de Paula. Echó  la  cabeza hacia atrás y  suspiró.  Faltaba  una  semana  para  el  campeonato,  y  él  había  trabajado  largas  horas en  el  rancho  y fuera de él para asegurarse de que todo salía bien. También había estado ocupado con sus negocios; había salido de la última reunión  poco  después  de  las  ocho  y  continuarían  temprano  al  día  siguiente.  Estaba  cansado  y  lo  único  en  lo  que podía  pensar era  en  ver  a Paula.  Por  ocupado  que  estuviese no dejaba de pensar en ella y de preocuparse por cómo le iría todo cuando él no estaba. Hacía  tres  semanas  que  la  periodista  la  había  entrevistado.  También  hacía  tres  semanas que él la había besado y ella se había apartado. Desde entonces habían compartido  muchas  cenas  y  charlas juntos,  pero nada más íntimo.  El beso la había cambiado,  pero  no  para  bien.  Era  amable y educada,  pero  se  mantenía  distante.  Además, se había cambiado  a  la  habitación  que  estaba  junto  a  la  cocina. Pedro debería  sentirse  agradecido.  Eran  totalmente  distintos  uno  del  otro,  y  a  ella le iría mucho mejor con Marcos Hart o Gabriel O'Connor. Con cualquiera menos con él. ¡Ojalá pudiese convencer a su corazón de aquello! Ahora que se había cambiado de habitación, echaba de menos hablar con  ella.  Las  pequeñas  conversaciones  que  tenían  sobre  el  tiempo  no  era  lo  que  esperaba  de  Paula. De repente no pudo esperar más para verla y se bajó de la camioneta. Entró en la casa, dejó su maletín en la oficina y fue a buscarla. La encontró en la cocina, preparando la comida. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de que, por su aroma floral y por la ropa que llevaba puesta, sabía que acababa de ducharse. Se quedó embelesado mirándole las piernas que los pantalones cortos dejaban a la vista; llevaba una ajustada camiseta rosa  que  le  llegaba  hasta  la  cintura,  y  cuando  levantó  los  brazos  hacia  el  armario  pudo ver la suave piel de su estómago. Su bonita cara estaba limpia de maquillaje, y el pelo lo llevaba recogido. Si  volvía  a  hablar  del  tiempo  él  convertiría  la  conversación  en  algo  personal,  aunque tuviese que abrazarla y besarla hasta dejarla sin sentido. Se aclaró la garganta para que Paula no se sobresaltase.

—Veo que tú también acabas de llegar del trabajo.

Ella  se  dió  la  vuelta  y  sonrió;  en  sus  ojos  brillaba  una  cálida  expresión  de  bienvenida.

—Hola, forastero.

—Si esa es tu forma de decir que he estado ocupado, no soy el único. Tú también.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

Porque la había observado y sabía que hasta que no terminaba de trabajar no se quitaba los vaqueros y se ponía los pantalones cortos.

—Una suposición —dijo él.

Paula abrió la nevera y sacó una cerveza. Era la marca favorita de Pedro. Por lo visto, ella también se fijaba en los detalles. Abrió la botella y se la dió.

—Supuse que te apetecería.

—Muchas gracias.

Ella le dedicó  una amplia sonrisa,  y  Pedro sintió  alegría  y  dolor  al  mismo  tiempo. Se   daba cuenta de que  las  semanas que había pasado en el rancho probablemente habían sido las más felices de su vida. Desde que había vuelto a ver a Paula y había pasado tiempo con ella, sentía cada vez más intensamente la presencia de  lazos en su  vida.  ¿Con  ella?  ¿Con  Destiny?  ¿Empezaba  a  saber  lo  que  era  tener  raíces?

—Estoy  preparando  un  poco  de  arroz  con  pollo  y  verduras.  ¿Te apetece?  He  hecho suficiente por si volvías a casa para cenar —dijo ella.

¿Se  habría dado cuenta  de  lo  que  acababa  de  decir?  ¿Que él estaba  en  «casa»?  Pedro nunca había considerado  ningún  sitio como  su  hogar, pero aquel  lugar,  y  Paula, estaban calando muy hondo en él. El problema era que no estaba seguro de si aquello lo alegraba o no. No creía que estuviese preparado para los altibajos de una relación.

Irresistible: Capítulo 32

—Pero tienes que controlarlos a todos, sobre todo a los contratados.

—¿Estás insinuando  que te contrate también a tí, Pedro?  —dijo  Gabriel y  chasqueó los dedos—. Ya sé, Paula, Pedro podría ser tu guardaespaldas.

Paula se rió.  Esperaba que  Gabriel estuviese  bromeando  y que  no se hubiesen  dado  cuenta de  que  su  risa  ocultaba  sus  sentimientos.  La sola idea  de  Pedro protegiéndola le provocaba un hormigueo por todo el cuerpo.

—¿Qué te hace pensar que no lo está haciendo ya? —dijo Marcos.

Pedro los miró furioso a los dos.

—¿Es que no se toman nada  en serio  ninguno?  Sobre  todo  tú,  Gabriel.  Eres  el  sheriff.

 —Tengo sentido del  humor, Pedro—dijo Gabriel  moviendo  la  cabeza—.  Y  también sé cuándo tengo que ponerme serio.

—¿Por qué no me esperáis en la casa? —les sugirió irritado

. —De acuerdo —dijo Gabriel colocándose el sombrero.

 —¿Podemos servirnos té? —preguntó Marcos.

Paula asintió y los dos hombres volvieron a la casa dejándolos solos.

—Paula, hablo en serio.  No me  había parado  a pensar  en  ello  hasta  que  Brenda empezó a hablar sobre los clientes. ¿Estás segura de que estás preparada?

—Creo que sí,  pero no lo sabré con  seguridad  hasta  que  todo  empiece  a  funcionar, ¿No? —le dijo.

—No lo sé...

—No  te  preocupes  —dijo  ella  poniendo  la  mano  sobre  su  brazo.  El  calor  de  la  piel de Pedro se transmitió a todo su cuerpo—. Estaré bien. Quiero hacer esto, y llevo mucho tiempo pensando en ello y preparándolo. Tengo ganas de empezar a conocer gente; es un trabajo, pero creo que también es la válvula de escape que necesitaba.

—¿Eso  incluye  conocer hombres?  —preguntó él con un  intenso  brillo  en  los  ojos. Taylor dió un paso hacia atrás.

—¿Qué pasa si lo hago?

—¿Hace falta que te diga que estás jugando con fuego?

 —Sé cuidar de mí misma. Superé lo tuyo, ¿No?

—Yo no soy el problema. El asunto es que...

—No hay ningún asunto —lo interrumpió ella—. No eres mi guardaespaldas, ni mi   hermano  mayor.   No  tenemos  ninguna  relación  y  tú  no  tienes  ninguna   responsabilidad conmigo —le dijo, aunque deseaba todo lo contrario.

—Paula, escúchame...

Ella negó con la cabeza.

—Tú te marcharás de aquí en cuanto termine el campeonato. No tengo por qué escucharte.  Aprecio el  hecho  de  que  te  preocupes  por mí,  de  verdad,  pero ¿De  qué  servirá cuando te marches? Harás tu vida y yo la mía.

 —Que no esté aquí no significa que no te quiera, ni que no me preocupe por tí —dijo él.

—No tienes  que  hacerlo  —dijo  ella  encogiéndose  de  hombros.   El corazón le  latía con rapidez, pero no pudo evitar sonreír—. Si hubieses sido así de amable hace diez años, Destiny habría tenido que buscarse otro chico malo.

Pedro la miró fijamente por un momento y después se rió.

—En el fondo nunca me conociste, Paula —le dijo, y comenzó a caminar hacia la casa.

—¡Pedro!

Él se detuvo y la miró.

—Siempre te he conocido. Sé que eres un buen hombre y ya va siendo hora de que dejes de intentar ocultarlo.

—Eso es mentira, y siempre lo negaré.

 Paula observó  cómo se alejaba,  y contuvo  un  suspiro  hasta  que  estuvo  segura  de que no la oía.

 —Tengo un problema —se dijo en voz alta.

Irresistible: Capítulo 31

Aquel  pensamiento  le  dió un   momento  de lucidez  y  la  resolución  que  necesitaba.  Paula tomó  la  cara  de  Pedro en  sus  manos  y  lo  besó  con  ternura  en  la  mejilla. Después se apartó de él, aunque inmediatamente echó de menos la excitación que sentía estando a su lado.

—No sé tú, pero yo aún no he cenado —le dijo con la respiración entrecortada.

—¿Por qué no hablamos sobre esto?

Pedro alargó una mano y le colocó un mechón de pelo tras la oreja; Paula sintió que estaba a punto de ceder de nuevo. Sin contar el  de hacía diez  años,  aquel  era el segundo beso, y no debía probar un tercero. Dió un paso hacia atrás e intentó sonreír.

—No hay nada de qué hablar. Vamos a olvidarnos de lo que ha pasado.

—De acuerdo —dijo él respirando hondo.

Deseaba que Pedro no hubiese estado conforme, pero era mejor así. 


Dos días  más  tarde  Paula seguía  intentando  olvidar aquel  beso.  La  visita  de  Brenda Crandall, la periodista amiga de Pedro, la ayudó. Estaban fuera haciendo fotos para el artículo y Brenda le daba ideas.

—Si yo fuera tú, Paula—le decía—, contrataría a Pedro, a Marcos y a Gabriel para que se pasearan por el rancho; las mujeres vendrían volando, te lo aseguro.

Brenda había  llegado  al  mismo tiempo  que  Marcos y  Gabriel, que estaban  allí  para  hablar del campeonato con Pedro. Paula los miró divertida a los tres.

 —A mí me vendría bien un poco de trabajo extra —le dijo Marcos sonriendo.

Gabriel se rió.

—Yo no tengo tiempo, pero puedes poner una figura de cartón de tamaño real con mi foto. No te cobraré mucho y seguro que atrae a muchas mujeres.

—Quizá a Melisa Mae Arbrook —dijo Pedro, y se rió al ver temblar a Gabriel—. No se preocupen, Paula no los necesita estando yo aquí.

—Acabas de lanzar hasta las nubes el ego de los tres —dijo Paula sonriendo a la reportera.

—Tú tampoco te quedas corta. ¿Nunca te han dicho lo guapa que eres? —le dijo Brenda Crandall.

Paula se sonrojó ante aquel piropo.

—Cuando el fotógrafo  termine con  las  fotos,  las  enviaremos  junto  con  el  artículo  sobre  el  campeonato.  Incluiré  también  un  pequeño  artículo  sobre  el  rancho  como centro de turismo rural, junto con el número de fax que me has dado para las reservas.  Vas  a  tener  más  clientes  de  lo  que  te  imaginas,  y  no  solo  mujeres  —dijo  la  periodista.  Los  miró  y  enarcó  una  ceja;  estaban  los  cuatro  apoyados  en  la  valla  del  granero—. Desde luego son un ejemplo de todo lo bueno que puede ofrecer Texas.

Brenda comprobó sus notas y se dirigió al fotógrafo.

—Creo que tengo todo lo que necesito. ¿Y tú? —le preguntó.

 Él asintió.

 —Paula, Pedro, chicos —dijo ella mirándolos uno a uno—, ha sido un placer.

Pedro le estrechó la mano.

—Gracias, Brenda. Te debo una.

La periodista negó con la cabeza.

—La exclusiva que me concediste cuando tuviste el accidente lanzó mi carrera. Ahora estamos en paz.

—De acuerdo. Cuídate y gracias. A tí también, Walter —dijo Pedro estrechando la mano del fotógrafo.

Cuando se marcharon, Paula miró a Marcos, a Gabriel y a Pedro. Los dos primeros estaban tranquilos, pero Pedro parecía a punto de explotar. Removió la tierra con los pies y puso los brazos en jarras.

—Cuando salga el artículo, vas a estar más ocupada de lo que crees —le dijo.

—No me preocupa. Tengo ayuda de sobra: Javier, las personas que he contratado y los chicos del instituto.

Irresistible: Capítulo 30

Pero se dió cuenta de que no era posible cuando, al entrar a la cocina y verlo, se le formó un nudo. Estaba de espaldas a ella, descorchando una botella de vino. Ponía el listón de la  masculinidad muy  alto,  con  la  camisa  blanca  con  las  mangas  enrolladas  bajo  los  codos,  la ancha  espalda  estrechándose  hacia  la  esbelta  cintura, las delgadas caderas y las largas piernas, formando todo ello una imagen que agitaba  el  susceptible  corazón  de  Paula.  Debería  darse  la  vuelta  y  volver  a  su  habitación, pero no lo hizo por dos razones: la primera que no era una cobarde y, la segunda, que aún necesitaba a Pedro para el asunto del turismo.

—Aquí está el señor mirón —dijo.

Pedro miró por encima de su hombro y sonrió.

—No es para tanto, Paula.  No ví  nada.  Además,  siempre  llevas  camisas  y  vaqueros, ¿Cuándo vas a exhibir esos preciosos hombros? ¿Y una bonita pintura rosa de uñas en los dedos de los pies?

 —Como me descuide, lo  siguiente  será  decirme  que  mis  dientes  son  como  estrellas cuando brillan por la noche, que mis ojos son...

 —¿Por qué no, si es cierto?  ¿Por qué te cuesta  tanto  creer  que  eres  una  mujer  guapa? —preguntó Pedro mientras buscaba unas copas.

—Están en el armario del comedor —dijo ella.

Paula fue al comedor y volvió a la cocina con dos copas de pie alto. Se quedó al otro lado de la barra. Pedro sirvió el vino y la miró.

 —No has contestado a mi pregunta. ¿Por qué te cuesta creer que eres guapa?

 —Mi  hermana puso  el  listón muy  alto;  es  muy  difícil  intentar  competir  con  la  perfección. Y cuando mi compromiso se rompió, decidí que ya era hora de volver a la realidad y dejar de intentarlo —dijo ella encogiéndose de hombros—. Soy como soy, y tengo que aceptarlo.

Pedro le ofreció una de las copas.

—Tú no eres una persona que se dé por vencida —le dijo.

—No creo que eso sea darse por vencido. De todos modos, ¿Qué sabes tú?

—Lo sé. La niña que yo recuerdo de aquella noche no se dió por vencida con un idiota que arremetió contra ella e intentó empujarla y apartarla de su lado.

—Por lo que recuerdo,  fui  yo quien  te  empujó a  tí  —contestó  ella  sorbiendo  el  vino.

—A eso me refiero —dijo él sonriendo—. Tú no te andas con tonterías.

—Pedro, no quiero hablar sobre mí.

—Yo sí.

 Paula lo miró  mientras  bebía  de  su  copa.  Era  tan  guapo  y  masculino  que  el  corazón le latía dolorosamente en el pecho.

—¿De qué quieres hablar?  —preguntó ella deseando  no  tener  que  arrepentirse  de haber pronunciado aquellas palabras.

—Aquella noche dijiste que me amabas.

Paula se llevó la copa a los labios presa del desconcierto. El vino se le fue por otro lado y se atragantó. Enseguida Pedro se acercó a su lado y le dió unas palmadas en la espalda.

—¿Estás bien? —le preguntó sujetándola por los hombros.

—Sí  —dijo ella con  los ojos llorosos—.  Escucha Pedro, lo único  que quiero es  olvidar aquella noche.

—Yo  también,  pero  no  puedo.  Quería  que  hablásemos  sobre  ello  y  después  olvidarlo para siempre. ¿Lo dijiste en serio?

—Claro que sí, tenía catorce años —dijo ella suspirando—. Pero tenías razón.

—¿Sobre qué?

—Era una niña delgaducha —contestó.

—Tú también tenías razón —dijo él.

—¿Respecto a qué?

—Me dijiste que ya me enseñarías...

 —Estaba furiosa. No lo decía en serio.

Pedro puso la mano bajo su barbilla y le levantó la cabeza.

—Eres muy  guapa.  Estoy  seguro  de  que  atraes  todas  las  miradas  cuando  vas  por la calle.

—Estás exagerando. Yo no...

—Eres toda una mujer ahora, Paula. Ya no eres una niña delgaducha —dijo él moviendo la cabeza con admiración.

Todas las advertencias que  se  había hecho a sí  misma  se  esfumaron;  Pedro era  tan encantador, tan seductor, tan...  Su corazón se aceleró cuando él tomó su cara con la mano. La intensa expresión  de  sus  ojos  azules de  chico  malo despertó el  deseo  en  ella.  Cuando Pedro pasó  el  brazo alrededor  de  su  cintura  y  la  sujetó  contra  él,  Paula tembló  como  si  fuese gelatina. Y aún no la había besado. Sus piernas desnudas rozaron las de él , creando una fricción que se extendió como el fuego por todo su cuerpo. Entonces, él agachó  la  cabeza y  sus  labios se  encontraron.  El suave  contacto  la  dejó  sin  aliento  mientras  él  exploraba  su  boca.  Después Pedro la  besó en  los  ojos,  en  la  nariz,  en  la  mejilla, y le mordisqueó el cuello de forma seductora deteniéndose detrás de la oreja. Un  cosquilleo  se  apoderó  de  todo  su  cuerpo.  Pedro anulaba  su  capacidad  para  resistirse, pero tenía que encontrar fuerzas para apartarse; no quería volver a sufrir.

martes, 19 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 29

Paula se metió  en  la  bañera.  Era  una  buena  oportunidad;  Pedro estaba  en  Destiny  y  no  volvería  para  la  hora  de  cenar.  Al  día  siguiente ella  se  mudaría a la  habitación que había junto a la cocina en la planta de abajo. Enrolló una  toalla  y  la  colocó  sobre  el  borde de la bañera  bajo su  cabeza,  se  relajó y cerró los ojos, disfrutando de las burbujas perfumadas. Al principio, cuando Pedro le dijo que no volvería para cenar, se había sentido decepcionada.  Descubrió  que  su  ausencia  dejaba  un  vacío  que  la  irritaba.  Llevaba  menos  de  veinticuatro  horas  allí,  ¿Cómo  era  posible que se  sintiese  de  aquella  manera? ¡Ojalá no hubiese vuelto!  ¡Ojalá no la hubiese  besado!  ¿En  qué  había  estado  pensando? Un escalofrío la recorrió al recordar la sensación que el contacto de los labios de él sobre los suyos la había provocado. ¿Por qué había  reaccionado  de aquella  manera?  Ya  no era  una  niña.  Era  una  mujer, y ya no estaba locamente enamorada de Pedro Alfonso. Movió la cabeza mientras se tapaba con la espuma y colocaba los pies a los lados de la bañera.

 —No quiero volver a sentir nada por él. Después del campeonato se marchará.

 —¿Estás hablando sola otra vez?

 ¡Era Pedro! Su voz llegaba desde el pasillo, y ella no había cerrado ninguna de las puertas que daban al cuarto de baño. ¡Lo que daría por una toalla!

—No tendrías que estar aquí —gritó.

—Pues  menos mal  que  sí  estoy  —dijo él acercándose al cuarto  de  baño—.  Si  sigues hablando sola, la gente empezará a decir cosas sobre tí: «la loca que vive sola en el rancho». No sería muy buena publicidad para tu negocio —añadió asomando la cabeza por la puerta.

—¡Sal de aquí inmediatamente! —gritó Paula deslizándose bajo la espuma. La toalla en que tenía  apoyada la cabeza  cayó  al  agua—.  Hay leyes  contra  el  acoso  en  Texas.

—Lo  siento.  No sabía que te estabas dando un baño  —dijo él,  pero  su  sonrisa  decía lo contrario.

—Dijiste que no vendrías a cenar —dijo ella.

No tenía nada con que taparse.

—Cambié de opinión.

 —¿Por  qué?  ¿Es que no  hay  nada  interesant  en  Destiny  un  sábado  por  la  noche?

—Yo no diría eso. Melisa Mae Arbrook me hizo saber que estaba libre.

Paula resopló.

 —Desde luego. «Disponible» es su apellido desde que se divorció.

 ¿Por  qué mantenía  una  conversación  con  él  mientras  estaba  en  la  bañera,  sin  nada que la tapase excepto un poco de espuma que se estaba deshaciendo?

—Sal de aquí, Pedro.

—¿Por qué? No tengo rayos X para ver a través de las burbujas. En el chapuzón en la piscina ví más a través de tu blusa.

Paula le tiró la esponja, pero él se metió riendo en el dormitorio y no lo alcanzó.

—No eres un caballero, y mientes si dices que lo eres.

—Soy  un  hombre.  No sería  humano  si  no  intentase  echar  una  ojeada  a  una  mujer guapa.

¿Pensaba Pedro que  ella era  guapa?  Paula sonrió,  aunque  preferiría  morir  antes de que él supiese que su adulación había funcionado.

—Lo menos que podías hacer es marcharte al piso de abajo para que yo pueda salir de la bañera.

—Sal. No miraré.

—No me lo creo.

—Palabra de boy scout, Paula.

—¿Cuándo has sido tú boy scout?

—Lo importante es que tengo su corazón y su espíritu —dijo él con humor.

 A pesar de sí misma, Paula sonrió.

—Eres incorregible —le dijo.

—Algunas cosas nunca cambian.

—El agua se está enfriando. Tendré que fiarme de tí, pero como te pille mirando recuerda que tengo una piscina y que sé cómo utilizarla.

 —Has logrado asustarme —dijo él a modo de tregua—. Te espero en la cocina.

Paula oyó cómo se alejaba por las escaleras, salió rápidamente de la bañera y se tapó con una toalla. Después vació la bañera y se encerró en su habitación. Tras secarse, se puso unos pantalones cortos y una camiseta color melocotón. Se cepilló el pelo y se lo recogió en una coleta, dejando mechones sueltos alrededor de la cara, y finalmente se maquilló un poco. Cuando salió  de  la  habitación  su  corazón estaba  alegre y su paso  era  ligero,  y  todo porque Pedro estaba en el piso de abajo. Sentía un gran vacío cuando él no se encontraba en la casa. La expectación y el nerviosismo se apoderaron de ella. Tenía que controlar aquella ridícula reacción antes de llegar a la cocina.

Irresistible: Capítulo 28

¿No estaba interesado? ¿Desde cuándo rechazaba a una mujer guapa con unas generosas curvas? Recordó a Paula , empapada y furiosa. Después la imagen cambió y  la  vió  con  los  ojos brillantes  y  llenos  de  alegría.  Eso  sin  mencionar  su  resuelta  barbilla,  con  el  hoyuelo  que  más  de  una  vez  él  había  deseado  explorar.  Y por supuesto, su menudo y seductor cuerpo de sinuosas curvas y piel suave. Si  no  la  hubiese  besado,  ni  la  hubiese  abrazado,  ni  hubiese  hablado  con  ella...  Entonces quizá habría podido aceptar la oferta de Melisa. Desde que se rompió su compromiso, había perfeccionado la técnica para tener relaciones sin compromiso y le sería fácil evitarlo con Melisa. Ya lo había hecho en una ocasión.

—¡Pedro!

—¿Sí? —dijo encontrándose con la mirada de Gabriel.

—Algo me dice que no piensas en Melisa Mae, sino en Paula Chaves.

—¿Qué es lo que te hace pensar eso? —le preguntó Pedro.

—Cuando dijiste «hasta hoy» —dijo Gabriel recostándose en la silla.

Pedro lo miró furioso.

—Espero que tu trabajo como sheriff no se base en las adivinanzas, porque estás totalmente equivocado.

—No lo creo. Estás colgado por Paula.

—Esa es una afirmación muy arriesgada.

 —No lo es. Estás viviendo en su casa. Tal y como ha dicho Melisa, lo sabe toda la  ciudad.  Además, tengo entendido que no  hay más  mujeres en  el  rancho.  Es  un  proceso de eliminación.

—¿Qué te hace  estar  tan  seguro  de  que  estoy  colgado por ella?  —exigió  saber  Pedro.

—Que no lo has negado.

 El sheriff  tenía razón  en  todo,  aunque  lógicamente,  no  sabía  lo  del  beso.  Pero  Pedro no estaba dispuesto a admitir que realmente estaba colgado por Paula. Suspiró mientras miraba a su amigo.

—Gabriel,  creo que llevas demasiado  tiempo  detrás  de  esa  mesa  —le  dijo—.  Sabes que Marcos me convenció para que organizase el campeonato —le comentó.

—¿En qué  te puedo ayudar?  —le  preguntó el  sheriff al  mismo  tiempo que asentía.

—Quería hablar contigo sobre los temas de seguridad durante el campeonato —le dijo.

—No hacía falta que vinieses hasta aquí para eso. ¿Por qué no me has llamado?

 Por supuesto, Pedro no iba a confesar la verdadera razón de su desplazamiento.

—Pensé que podríamos  aprovechar para  hablar  de  los  viejos  tiempos,  además  de los negocios.

—Me encantaría, pero no es un buen momento.  En cuanto termine el sándwich tengo que ir a ver al alcalde.

—¿Qué tal mañana? —le preguntó Pedro.

Gabriel miró el calendario que tenía sobre la mesa y negó con la cabeza.

—Mañana  no.  Las niñas tienen  reconocimiento médico. Cuando no les apetece hacer algo tengo que poner todo mi empeño para convencerlas, pero por primera vez en su vida, están encantadas de ver al médico.

—¿Qué ha cambiado?

—La médica —le aclaró Gabriel—. Pero supongo que ya sabrás que va a ocupar el puesto del doctor Holloway.

 —Sí, la conozco. Marcos me ayudó a convencerla para que esté en el rodeo.

—Entonces mis chicas no son las únicas que se alegran de que ella esté aquí —dijo Gabriel sin dejar de mirar el calendario—. ¿Qué te parece pasado mañana? Puedo acercarme al rancho.

Pedro asintió.

—Por la tarde tengo una cita con una periodista, pero no creo que haya ningún problema. Me gustaría que Marcos también fuese para comprobar las instalaciones y ver si necesita algo.

—Me parece bien. Todos juntos, como en los viejos tiempos.

—Menos Ariel —dijo Pedro.

—¿Tampoco tú sabes nada de él? —preguntó Gabriel frunciendo el ceño.

—No. Pero estuve de un lado a otro al principio. Le habría resultado difícil localizarme.

—Por lo que he oído, no le habría supuesto ningún problema encontrarte. Dicen que se unió a un grupo militar de elite después de entrar en el ejército.

—¿No ha vuelto a Destiny? —preguntó Pedro.

—Muy  brevemente  en  una  ocasión, cuando  su  padre falleció.  A  los cuatro  nos  vendría  bien recordar  los  viejos  tiempos  —añadió  Gabriel.

 Luego  una  sombra  nubló  su mirada; él tampoco había olvidado aquella noche junto al lago.

—Entonces, hasta pasado mañana —dijo Pedro.

—Te  veré  entonces  —dijo  Gabriel al  tiempo  que  le  daba  un  mordisco  a  su  sándwich—. Saluda a Paula de mi parte —consiguió decir con la boca llena.

Pedro salió de la oficina y se metió en su camioneta. Le había dicho a Paula que no  llegaría  para cenar,  ¿Sería una  sorpresa  agradable para ella el que  estuviese de  vuelta tan pronto? Todo lo que pensaba estaba ya relacionado con ella.

Irresistible: Capítulo 27

La ayudante del sheriff, Laura Johnson, estaba en la recepción.

—¿En qué puedo ayudarlo? —le preguntó.

—Vengo a ver a Gabriel O'Connor.

—¿Me dice su nombre?

—Pedro Alfonso.

—Le  diré  que  está  aquí  —dijo  descolgando  el  teléfono—.  Sheriff,  ha  venido  a  verlo Pedro Alfonso...  Sí, señor.

—Puede usted pasar —le indicó.

—Gracias —dijo.

Pedro caminó por el pasillo asomándose a los despachos hasta que vió una cara familiar.

 —Gabriel—saludó entrando.

 Su amigo no estaba solo. Una mujer alta, morena y de ojos verdes estaba con él.

—Hola, Pedro—dijo Gabriel poniéndose de pie para estrecharle la mano—. ¿Te acuerdas de Melisa Mae Arbrook?

 Pedro estrechó  la  mano  de  Gabriel  y  después  miró  a  la  mujer  intentando  hacer  memoria.

—Melisa Mae.

—No  me  recuerdas,  ¿Verdad?   —preguntó  ella  sonriendo  y  haciendo  un  mohín—. Arbrook es mi apellido de casada, aunque ahora estoy divorciada —añadió de forma significativa—. Mi apellido de soltera era Alien.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo él recordando vagamente.

Había mantenido una corta relación con ella en el instituto, antes de salir con Camila—. ¿Cómo estás?

—Bien. Trabajo en la cafetería Road Kill.

—¿Cómo te va, Gabriel?

 —No me puedo quejar.

 El sheriff era alto, más o menos como él y llevaba el pelo cortado al cero. Sus ojos azules miraron divertidos a Pedro.

—Pues debería quejarse  —dijo  Melisa  Mae—.  Le  he traído un  sándwich  porque  siempre  se  salta  la  comida. 

Entre sus obligaciones como sheriff,  el  dirigir  el  rancho y el ser el papá de dos encantadoras gemelas de nueve años, el pobre hombre no da abasto.

—Creo que  te  vendría bien un poco de ayuda  —comentó Pedro. 

Resultaba  obvio que Melisa Mae intentaba encargarse de ello.

—Estoy bien así —dijo Gabriel.

 —¿Y tú? —preguntó Melisa Mae acercándose a Pedro.

El olor de su perfume era fuerte y cuando se acercó lo hizo toser.

—No me puedo quejar —dijo Pedro.

—¿Estás casado?

 Él negó con la cabeza. Cuando vió que los verdes ojos de Melisa brillaron con interés, se arrepintió por decir la verdad con tanta facilidad.

—Pues debes de sentirte  muy  solo  —comentó  ella— a pesar  de que  estés  en  casa de Paula Chaves.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Pedro.

Melisa se encogió de hombros y se miró sus grandes pechos.

—Esta es una ciudad pequeña.

 Sonó el teléfono y Gabriel contestó inmediatamente.

—Sheriff O'Connor, dígame. Sí, se lo diré. Miró a Melisa mientras colgaba el auricular.

—Carla dice que te des prisa en volver a la cafetería.

Melisa tomó a Pedro del brazo y le sonrió de forma provocadora.

 —Mi turno termina a las ocho —le dijo.

—¿Sí? —contestó él.

Sabía qué sería lo siguiente.

—Podemos quedar.  Quiero saber  todo  lo  que  has  hecho en  los  últimos  diez  años; después quizá podamos retomar las cosas donde las dejamos en el instituto.

El  recuerdo  del  beso  con  Paula cruzó  por  su  mente,  envolviéndolo  en  su  sensualidad.

—No me ha pasado nada interesante hasta hoy —dijo él.

Melisa creyó que se estaba refiriendo a ella y sonrió.

 —Todo eso podría cambiar  —le  dijo—.  Me  han  dicho  que  sé  hacer  pasar  un  buen rato a un hombre.

Pedro estaba considerando aceptar la oferta cuando dos alegres ojos castaños y unos labios carnosos y sonrientes se dibujaron en su mente.

—Tengo otros planes —dijo mirándola—. Pero gracias por la invitación.

—Mucho trabajo y  poca  diversión —dijo  ella—.  Tengo que marcharme,  pero  piénsatelo. Si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy. Adiós, Gabriel.

Gabriel se aclaró la garganta.

—Tendrías que  estar sordo,  ciego  y  mudo  para  no  darte  cuenta  de  que  te  recibiría con los brazos abiertos —dijo,  irónicamente.

—Me he dado cuenta —dijo Pedro—. Pero no...

Irresistible: Capítulo 26

Vió,  en  los  grandes  ojos  de  ella,  sorpresa  y  algo  más.  Paula tenía  otra  vez  la  respiración  acelerada,  y  Pedro deseó  que  fuese  por  la  misma  razón  por  la  que  él  había  perdido  el  aliento:  por  la  atracción  que  sentía  por  ella,  que  no  era  capaz  de  ignorar por mucho que lo intentase y por muchas razones que se diese a sí mismo. Sin poder evitarlo, la besó. La boca de Paula era fresca, y estaba húmeda por las gotas de agua. Era dulce y suave. Con las manos enterradas en su pelo, Pedro la acercó más hacia sí para que el contacto entre sus labios fuese más firme, y ella ladeó la cabeza para profundizar el beso. A él le latía el corazón con fuerza, y la sangre que hervía en sus venas le disparó el  deseo.  Con  la  lengua,  recorrió  el  borde  de  sus  labios  y  ella  inmediatamente  los  abrió.  Pedro acarició  los  dulces  recovecos  de  la  boca  de  Paula.  Sentía  que  estaba  a  punto de incendiarse, pues las camisas mojadas le dejaban sentir el calor de la piel de Taylor  cuando  ella  se  estrechaba  contra  él,  y  su  respuesta  lo  volvió  loco.  No  sabía si podría detenerse.

 A Paula la consumió la pasión en cuanto él le apartó suavemente el pelo de la cara. ¿Por qué era tan dulce con ella? No era capaz de resistirse a aquello. Si él hubiese  mantenido  las  distancias,  ella  estaría  ahora  tranquila.  Pero  el  suave  y  delicado tacto de las manos de Mitch en su pelo fue su perdición. A Taylor le ardía la piel,  y  el  corazón  le  latía  con  violencia.  Él  era  fuerte,  masculino  y  seductor.  Y  muy  romántico.  Sentir  su  boca,  el  contacto  de  sus  fuertes  dedos  y  la  firmeza  de  su  torso  sobre  sus  pechos  era  tan  maravilloso  como  se  había  imaginado.  No  quería  que  él  parase, pero en aquel momento él se apartó. La respiración de Pedro era irregular, igual que la de ella. La miró con ardor.

—Besas como una mujer —le dijo.

 Aquello  sirvió  para  que la herida  que  la  había  atormentado  durante  diez  años  desapareciese.

—Gracias, Pedro. Es un elogio viniendo del vaquero más solicitado de Texas.

—Ya no —dijo él al tiempo que la soltaba y salía del agua—. Me aparté de todo aquello —añadió ofreciéndole la mano para ayudarla a salir del agua.

Paula aylor sintió una punzada de dolor en el corazón al oír aquellas palabras. Eran un  recordatorio  de  lo  que  él  había  sufrido,  y  podía  comprenderlo  porque  sabía  lo  doloroso  que  había  sido  cuando  Pedro la  dió  de  lado.  Volver  a  pasar  de  nuevo  por  todo  ello  sería  una  estupidez,  así  que  tomaría  sus  palabras,  y  el  beso,  como  una  ofrenda de paz.

 —Creo que ahora estamos en paz —dijo ella intentando dar firmeza a su voz.

—Sí —dijo él pasándose la mano por el pelo mojado.

Pero ¿No le estaban temblando los dedos? Paula pensó que no podía ser: Pedro era un hombre sereno y tranquilo. Sería su imaginación.

Paula estaba  de  pie  en  medio  del  charco  que  había  hecho  el  agua  que  chorreaba de   sus   vaqueros,   y   miró  su  aspecto:   la  blusa era  prácticamente transparente. Se sintió avergonzada y empezó a ponerse colorada. Se separó la blusa mojada,  en  la  medida  de  lo  posible,  del  cuerpo,  y  escurrió  su  parte  inferior  para  disimular el temblor de sus manos.

—Se acabó el recreo —dijo ella.

—Tienes razón.

—Yo tengo que poner en marcha un negocio y tú un rodeo.

—Sí. —No sería muy inteligente por nuestra parte dejarnos llevar.

—No te lo discuto —dijo Pedro—. No debemos divertirnos demasiado.

Paula pensó irritada que él no tenía por qué estar de acuerdo con ella.

—Voy por unas toallas. La lavandería está allí —le dijo señalando una puerta a la izquierda.

 —Gracias.

¿Era aquello todo lo que él tenía que decir tras el apasionado beso? De repente, furiosa, se preguntó qué veían las mujeres en los hombres fuertes y reservados. Ella prefería a los  hombres  que  expresasen  sus  sentimientos.  No  necesitaba jugar a las  adivinanzas.

—Paula.

—¿Sí? —dijo mirándolo por encima del hombro.

—Esta tarde voy a la ciudad.

—No hace falta que me informes de tus idas y venidas.

—Probablemente no vuelva para la hora de la cena.

—Gracias por avisarme —dijo ella, y la furia que sentía dió paso a la decepción.

Tenía que esforzarse por no sentir nada. Sin volverse a mirarlo, Paula se dirigió a la casa. Al igual que diez años atrás, lo  dejó  junto  a  la  piscina,  solo  que  esta  vez  él  había  sido  quien  la  había  besado.  Entonces, ¿Por qué no se sentía mejor?

 Después de  arreglarse,  Pedro se fue  a Destiny.  Su  excusa  era  que  el  rodeo  no  podía  esperar,  que  tenía  que  ver  a  su  viejo  amigo,  el  sheriff  Gabriel O'Connor  para  tratar una serie de temas, pero en el fondo sabía que aquella escapada la provocaba lo que había sentido después de besarla, el hecho de que le habría gustado abrazarla de  nuevo  y  continuar  donde  lo  habían  dejado.  Eso  era  precisamente  lo  que  quería  evitar. Estacionó la camioneta delante de la oficina del sheriff y entró.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 25

—¿Por qué has hecho eso? —le gritó.

—Parecías acalorada —le contestó.

—Pues ahora sí lo estoy  —Paula se  retiró  el  pelo  mojado  de  los  ojos  y  nadó  hacia el bordillo de la piscina.

—Los pantalones vaqueros pesan.

—Creo  recordar  algo  parecido  —dijo él ofreciéndole la mano—.   Pero  a  diferencia de tí, yo te ayudaré a salir.

—Porque  eres  un  hombre  amable  —dijo  ella,  dudando antes  de  agarrarle  las  manos—. ¿Qué tal está tu pierna? —le preguntó con excesiva amabilidad.

—Bien —contestó él, pero el tono de voz de Paula lo había puesto sobre aviso.

Cuando  ella  apoyó  los  pies  en  el  borde  de  la  piscina  y  tiró  de  él  con  todas  sus  fuerzas,  Pedro ya  estaba  preparado.  Podría  haberse  resistido,  pero  dejó  que  ella  lo  tirara a la piscina. Cuando volvió a la superficie, vio que ella intentaba salir del agua.

—No lo harás —le dijo, y alargando un brazo la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí, colocándola de espaldas a él.

Paula intentó zafarse.

—Suéltame. Ya estamos en paz.

—Ni hablar. Aún me llevas ventaja.

Al mirar por encima de los hombros de Paula, Pedro no pudo evitar fijarse en sus  pechos.  La blusa  rosa  que  se  había  puesto  limpia  aquella  mañana,  estab  ahora  mojada y se transparentaba, dejando ver con claridad el sujetador blanco que llevaba debajo. Dudoso, podía ver la oscura sombra de sus pezones. A  pesar  de  estar  dentro  del  agua  a  Pedro se  le  secó  la  boca,  y  sintió  calor  por  todo  el  cuerpo.  Tener a Paula Chaves empapada  en  sus  brazos  le  hacía  pensar  en  cosas que no debía. Por ejemplo, en el aspecto que tendría sin ropa.

Pedro no  se  dioó cuenta  de  que  había  aflojado  el  brazo  hasta  que  ella  se  dió  la  vuelta, y se apoyó con fuerza sobre sus hombros y le hizo una ahogadilla. En cuanto pudo, fue tras ella, que intentaba llegar a la zona poco profunda de la piscina.

—No tan deprisa —le dijo—. Has hecho trampa.

—No he hecho  trampa.  En el  amor y  en  la  guerra  todo  vale  —contestó  ella  mirando  por  encima  del  hombro,  cuando  la  agarró  del  tobillo—.  Y  esto  es  la  guerra  —dijo tirando de la pierna para alejarse.

—Desde luego —dijo él.

Pedro hacía  pie,  lo  que  le  daba  ventaja.  La  agarró de  la  cintura,  la  aupó  y la volvió a tirar al agua. Cuando apareció de nuevo, Paula se estaba riendo, y gritó al ver que él se acercaba otra vez.

—Me  ganas en  fuerza  y  tamaño,  pero no  tengo  ningún  inconveniente  en  usar  las uñas y los dientes.

—De  acuerdo,  me  rindo  —dijo  él  levantando  los  brazos  mientras  Paula se  apartaba el pelo mojado de la cara.

Pedro se  acercó  al  bordillo  con  intención  de  salir  de  la  piscina,  pero  ella  no  se  daba  por  vencida.  Lo  siguió  e  intentó  hacerle  otra  ahogadilla,  pero  él  se  mantuvo  firme y no pudo moverlo.

—Hay otras formas de darte tu merecido —dijo Paula, y ahuecando las manos lanzó agua a su cara.

Pedro movió la cabeza para sacudirse el agua y sonrió.

—Te la has ganado —dijo.

—¿De verdad? Estoy temblando.

Pedro empezó a salpicarla a su vez. Y aunque sus manos eran más grandes, ella le  hizo  frente.  No  se  daba  por  vencida  pero  estaba  cansada,  y  él  se  compadeció  de  ella.

—Tú  ganas  —dijo  levantando  las  manos,  sabiendo  que  aquella  era  la  única  forma de pararla.

—¿Te rindes?

—Sí.

Pedro se apoyó en el bordillo y Paula se acercó a él riéndose. Apoyó un brazo en el borde mientras intentaba normalizar su respiración. Él se fijó en  su  boca,  sin  poder  apartar  la  mirada  de  aquellos  labios  carnosos. Sus caras estaban a escasos centímetros de distancia y podía sentir la respiración de Paula sobre su mejilla. Pedro fijó la mirada en su pecho. Quería saborear y sentir a la mujer en la que se había convertido, y se preguntó si ella sentiría lo mismo. Sin pensárselo dos veces, le apartó el pelo de la cara y enterró las manos en su melena. Luego rodeó el fino cuello de Paula con la mano y la atrajo hacia sí.

Irresistible: Capítulo 24

—Me  gusta  lo  que  veo,  Paula.  De  verdad.  Y creo que  también  le  gustará  a  mucha gente. Cuando dije que me gustaba tu modo de vida hablaba en serio.

Paula lo creyó. Quizá porque lo necesitaba, pero lo creyó.

—¡Gracias!  —dijo ella  arrojándose  a  sus  brazos  y  besándolo  en  la  mejilla—.  Gracias.

 —De nada —dijo él con alegría en la voz.

Paula cerró los ojos por un momento y disfrutó de su contacto. Era arriesgado, sobre todo porque él encajaba en la categoría de hombre dulce y considerado por la que sentía tanto recelo. Pero no pudo evitarlo. Entonces sintió que Pedro la apretaba con más fuerza contra él.

—¿Qué dirán los vecinos? —dijo ella zafándose de sus brazos.

—Probablemente nada, ya que los más cercanos ni siquiera están a la vista.

—Sí,  claro  —dijo  ella  apartándose  y  metiéndose  las  manos en  los  bolsillos—.  Bueno, repito que estoy muy agradecida.

—Me alegra poder ayudarte —contestó él.

Comenzaron  a  caminar  en  silencio.  Según  se  acercaban  a  la  piscina, Paula se  dió cuenta de que Pedro cojeaba más que antes.

—¿Estás bien?

 Él asintió.

—Solo  está  un  poco  rígida.  Esa  era  otra  razón  por  la  que  salí  a  buscarte:  necesitaba caminar un poco.

Paula se  quitó  las  botas  para  no  ensuciar  el  borde  de  la  piscina  y  se  detuvo  junto a la puerta que daba a la cocina. Dejó las botas junto a una alfombrilla. Observó  a  Pedro,  que  se  había  quedado  mirando  el  agua,  y  vio  algo  en  su  expresión que le tocó el corazón. Volvió y se detuvo junto a él.

—Debiste  pasarlo  muy  mal  cuando  tuviste  el  accidente.  Tampoco  debió  de  ser  fácil tomar la decisión de dejar el rodeo —le dijo mirándolo.

—Considerando las alternativas, fue fácil.

—De todos modos, eras muy joven. Me imagino que ella se quedó contigo hasta que saliste del hospital.

—No me acuerdo —dijo él con una sombría expresión.

—Sé que nunca lo admitirías, pero debiste estar asustado.

 —Tienes razón.

—¿Estuviste asustado?

 Él negó con la cabeza.

—Nunca lo admitiría.

—No siempre tienes que ser el tipo duro que se lo calla todo.

—No estoy siendo nada. Pero creo que lo que no te mata te hace más fuerte.

Paula se agachó para meter la mano en el agua.

—Está bien —dijo poniéndose de pie de nuevo—. No está demasiado fría, y el jacuzzi puede mejorar la rigidez de tu pierna...

 De repente, Pedro la tomó en brazos.

 —¿Qué haces?

—Un ajuste de cuentas.

Sin enfado. Paula movió la cabeza.

—¿No hemos pasado ya por esto? Si no me tiraste en su momento, no creo que lo vayas a hacer ahora, Pedro Alfonso.

Pedro sonrió de forma malévola mientras caminaba hacia el lado profundo de la piscina.

—No te atreverás —le avisó ella.

—Nunca he podido resistirme a un atrevimiento —dijo él.

Y cuando quiso darse cuenta, Paula había caído al agua.

Pedro vió  a  Paula salir  a  la  superficie.  No  estaba  muy  seguro  de por  qué  la había  tirado;  quizá  había  sido  un  intento  de  borrar  la  tristeza  que  vió  en  sus ojos  al  contarle  lo  de  su  pierna. Desde  que  era  niño,  todo el mundo  lo  había  mirado  con  la  misma  expresión  de  tristeza, porque  era  un  niño  al que  nadie  quería.  Pero  no  toleraría que nadie sintiese lástima por él. Desde que había vuelto a Destiny, lo había perseguido la necesidad de hacer las paces  con  su  pasado;  otra  sensación  que  no  lo  abandonaba  era  que  Paula trabajaba  demasiado y necesitaba un poco de diversión en su vida.