martes, 6 de diciembre de 2016

Tiempo Después: Capítulo 3

—No pasa nada, Paula.

Ella cerró los ojos, dejándose caer sobre su pecho. Aunque estaba más delgada que antes, Pedro tuvo que hacer fuerza para sostenerla. Con cuidado, la sentó en una silla. Llevaba un vestido de color verde hoja, con estampado de peces tropicales. A Paula nunca le habían gustado los colores aburridos. El calor de su piel bajo los dedos le produjo un escalofrío. ¿Siempre había sido tan blanca, tan cremosa, como la leche de la vaca Jersey que tenía su padre? Olía a flores y su pelo parecía de oro bajo la luz de la lámpara. Su cuello, largo y delicado, despertó en él tal confusión que su único pensamiento era salir corriendo. Pero se quedó.

—No pasa nada, Paula. Te has mareado un poco.

No se había mareado, se había desmayado. ¿Por qué? Habría entendido que se pusiera furiosa al verlo. O que lo mirase con desdén. Incluso entendería un gesto de indiferencia después de tantos años. ¿Pero terror? No llevaba anillos, ni alianza, ni anillo de compromiso.

—Te has cortado el pelo —murmuró, sin saber qué decir.

A los dieciocho años, su melena ondulada caía por su espalda como una cascada de bronce. En aquel momento parecía una aureola de fuego, dejando la cara despejada. Paula respiraba con dificultad, intentando calmarse.

—Eres tú. Pedro. Pedro Alfonso.

 —No quería asustarte. Ella se incorporó, apoyando la espalda en el respaldo de la silla.

—¿Qué haces aquí?

—Tenía una reunión en Montreal y pensé que, estando tan cerca de Terranova, debería pasarme por Cranberry Cove —contestó él, con falsa tranquilidad.

—Después de trece años.

—No esperaba verte —suspiró Pedro, apartándose—. Pensé que te habrías ido de aquí hace años.

—No tenemos nada que decirnos. Y tampoco creo que tengas nada que decirle a nadie en Cranberry Cove.

—Abel Gamble me contó lo de tus padres, Paula. Lo siento mucho.

—Fue hace mucho tiempo —contestó ella.  Pedro se percató entonces de que había miedo en sus ojos verdes—. ¿Qué más te ha contado?


—Que volviste de la universidad para cuidar de tus hermanos. En otras circunstancias, supongo que no habrías vuelto...

—Tú no sabes nada de mis circunstancias. Ni de mí —replicó Paula. Pero Pedro había estado haciendo cálculos.

—Gonzalo ha terminado sus estudios. Debe tener... dieciocho años, ¿No? ¿Por qué no te has ido ahora que son mayores?

—Marcharse de aquí no es tan fácil como crees. He invertido todo mi dinero en esta tienda, no puedo desaparecer así como así.

—¡Pero no quisiste venir conmigo!

—Hice lo que tenía que hacer —dijo ella, levantando la barbilla.

—Me alegro de que no lo hayas lamentado —replicó Pedro, con una buena dosis de sarcasmo.

Paula se levantó, agarrándose al mostrador, y lo miró de arriba abajo.

—Tu sitio no está aquí... eres como los turistas que vienen en verano. Cranberry Cove ya no es tu hogar, pero es el mío y... no quiero verte.

—¿Por qué?

—Porque te fuiste y no volví a saber nada de tí —contestó ella, amargamente—. No me llamaste, no me enviaste una sola carta. No tienes derecho a hacerme preguntas.

Aquél no era momento para descubrir que lo único que deseaba era estrecharla entre sus brazos y besarla hasta que el pellizco que sentía en el corazón desapareciera.

—Estás... diferente. Más delgada. No ha sido fácil para tí, ¿Verdad?

—Eso no es asunto tuyo. ¿Por qué no te vas? Y esta vez, no te molestes en volver.

Pero Pedro no pensaba dejarse amedrentar.

—Estás más guapa que nunca, eso es lo que intento decir. Podría haber jurado ver un brillo de alegría en sus ojos, pero...

—Guárdate esos halagos para otra. A mí no me hacen falta.

—No me he casado. ¿Y tú?

Paula apretó los labios, tan generosos, tan sensuales.

—No lo entiendes, ¿Verdad? Sal de mi tienda, Pedro. Vete de mi vida. No quiero volver a verte nunca.

—No me gusta que me digan lo que tengo que hacer. Tú lo sabes.

—No has crecido, es lo que quieres decir. Tus deseos son lo único importante, no los de los demás —replicó ella, con dureza—. Si no te vas, llamaré a mis hermanos y te sacarán de aquí a la fuerza.

—Tendrías que llamar a los tres —bromeó Pedro—. ¿De qué te has asustado, Paula?

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