—Mucho mejor —contestó Ana, un poco más animada—. Están casi seguros de que no ha sido un ataque al corazón, sino un dolor causado por la ansiedad. Ya sabes cómo es Alfredo, y estaba tan preocupado por el viaje de Lautaro a América...
—No tiene que preocuparse de nada, mamá — dijo Pedro.
—Lo sé, hijo, pero ya sabes cómo es. Se siente mal porque estás pagando la universidad de Lautaro cuando tú no...
— ¿Cuando yo qué? —la interrumpió él —. ¿Cuando yo tuve que abrirme camino por mí mismo, sin terminar mis estudios? —Terminó él la frase—. ¿No pensará que estoy resentido contra él por eso?
—No, claro que no —aseguró su madre—. Alfredo sabe que eres un buen chico. Y has hecho tantas cosas por nosotros... Solo me gustaría que volvieras a casarte y me dieras nietos... —empezó a decir su madre, como cada vez que se veían. De repente, se quedó callada al ver un brillo especial en los ojos de su hijo—. Has conocido a alguien, ¿Verdad? No me lo niegues, lo veo en tus ojos, Pepe.
Pedro se había quedado demasiado sorprendido con la percepción maternal como para negarlo.
—No quiero hablar de ello, mamá. Y, además... —pero no pudo terminar la frase, sintiendo una enorme rabia por dentro. Quizá no era tan extraño que su madre hubiera adivinado que había una mujer en su vida. Después de todo, no había dejado de pensar en Paula desde que había leído la nota. Incluso cuando más angustiado estaba por su padrastro, el recuerdo de ella seguía persiguiéndolo, atormentándolo. Había intentado decirse a sí mismo que todo lo que había hecho estaba justificado, que se lo debía a Lautaro y a sus otras víctimas, pero solo podía pensar en sus labios, en su aroma, en su piel y en cuánto la echaba de menos.
—Háblame de ella —insistió su madre con maternal autoridad.
Pedro miró la puerta de la habitación de Alfredo, pero estaba claro que no iba a haber rescate por ese lado.
—No hay nada que contar —dijo, bruscamente—. No me mires así, mamá — añadió. Pedro enrojeció ligeramente al ver la compasión en los ojos de su madre—. Es una mentirosa, mamá, y una estafadora. No debería sentir lo que siento por ella, pero...
—Cuéntame —exigió su madre.
—No te va a gustar —dijo él.
Veinte minutos después había terminado su relato y su madre estaba pálida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario