—¿Prefieres que se entere por otra persona? ¿Alguien a quien no le importen sus sentimientos?
—¡No tiene que saber nada!
—Tiene que saberlo.
—No, Pedro. No habrás hablado con él, ¿Verdad? No, entonces sabrías su nombre. Benja no sabe quién eres y nunca lo sabrá.
Él dio un paso atrás, una nube roja oscureciendo su visión.
—¿Quién te crees que eres? He visto a Benja y nada de lo que hagas o digas podrá alejarme de él.
—¿Qué vas a hacer? ¿Contratar a un famoso bufete de abogados para quitármelo?
—Me odias —dijo Pedro entonces.
—Intenta verlo desde mi punto de vista. Comparada contigo soy una mendiga. ¿A quién podría yo contratar para que no me quitases a Benja, a un abogado de Deep Cove, uno de los que vienen aquí una vez por semana para resolver las multas de estacionamiento?
—Debes pensar que soy un canalla...
—No creo que hayas llegado a la cima siendo un alma cándida.
—Yo nunca intentaría quitarte a Benja, pero quiero ser parte de su vida, Paula. Para compensar el tiempo perdido —suspiró Pedro.
—¿Y qué sabes tú de ser padre? No tiene dos años, tiene doce. Una edad muy difícil. ¿Cómo crees que va a reaccionar ante la repentina aparición de su padre?
Pedro recordó entonces lo incómodo que parecía el chico cuando sus ojos se encontraron en la pista de hielo. ¿Qué sabía él de ser padre? Nada. Nada en absoluto. Sus amigos eran solteros o parejas que no querían tener hijos hasta que ganaran su primer millón de dólares.
—Puedo aprender —murmuró.
—Benja está bien sin tí. No le falta una figura masculina, mis hermanos se encargan de eso. Saca buenas notas, se le da bien el deporte y tiene muchos amigos. No necesita un padre —Paula se pasó una mano temblorosa por el pelo—. Hay otra cosa en la que no has pensado: éste es su hogar. Cranberry Cove, no Nueva York. Si le obligas a pasar las vacaciones contigo y luego vuelves a traerlo aquí... No sabrá cuál es su sitio.
—La gente es más importante que los sitios.
—Su gente está aquí —insistió Paula—. Vete y olvídate de nosotros, Pedro. Eso se te da bien.
—Es demasiado tarde... no puedo olvidar que tengo un hijo —replicó él.
—¡Eres como el granito, inamovible! —gritó Paula entonces, dándole una patada a la roca.
—Y tú como una loba protegiendo a su cachorro —sonrió Pedro.
—¿Y por qué no iba a serlo?
—Eres igual que yo, una cabezota.
—Mira, Pedro, tenemos que aclarar esto de una vez por todas... Benja es demasiado importante como para que perdamos el tiempo intercambiando insultos.
—Por fin algo en lo que estamos de acuerdo.
Pedro no pensaba irse, pensó ella, angustiada. Pero había algo que no había intentado...
—¿Me harías un favor?
—Depende de lo que sea.
—Quiero que te vayas de Cranberry Cove sin ver a Benja. Quiero que vuelvas a Nueva York y pienses si de verdad quieres ser su padre. Porque si he aprendido algo en los últimos doce años es que ser padre es el mayor compromiso que una persona puede aceptar. Y no sé si tú eres capaz de eso.
—Hasta ahora no he podido asumir ese compromiso... y tú eres en parte responsable de ello —replicó él—. Pero no he tenido que ser un canalla para llegar arriba... he tenido que ser flexible. Abierto a nuevas posibilidades, dispuesto a cambiar.
—¡Benja no es un negocio!
—No me insultes, Paula.
—Lo siento —murmuró ella—. Pero no he terminado. Quiero que te tomes una semana para pensarlo. Al final de la semana, llámame por teléfono. Te daré el número de la tienda... ¿No te das cuenta, Pedro? Esta es una decisión que podría cambiar nuestras vidas de forma irrevocable. Y una de esas vidas es la de Benjamín, un niño de doce años. Es demasiado importante como para que tomes una decisión estando tan furioso.
Pedro asintió. Tenía razón. Estaba furioso, dolido, enfadado y, en el fondo, muerto de miedo.
—Si después de pensarlo decido que quiero formar parte de la vida de mi hijo, ¿Tendré que pelearme contigo, Paula?
—No. No tendrás que hacerlo.
Pedro tragó saliva. Admiraba su honestidad. Siempre la había admirado.
—Muy bien.
—Entonces, ¿Lo harás?
—Sí.
Paula tuvo que contener las lágrimas, emocionada. Al menos, le daba un respiro.
—No llores. No soporto verte llorar.
—Contigo he llorado muchas veces.
—Sí, es verdad.
—¿Recuerdas cuando suspendí álgebra? —intentó sonreír Paula.
—Lo único que tenía en el bolsillo era el pañuelo con el que limpiaba mis patines... sí, me acuerdo.
—Y luego fuiste mi tutor durante seis meses... el profesor más duro que he tenido nunca.
—Pero al final aprobaste —sonrió Pedro—. Dime qué te pasa ahora.
—Nada —contestó ella, sin mirarlo.
—Te has sentido sola, ¿Verdad?
—Estamos hablando de Benja, no de mí.
—Ya lo sé, pero es lo mismo. Yo puedo ayudarte, Pau. Económicamente, por supuesto, pero además...
—¡No puedes comprarlo! —exclamó ella, asustada.
Ése era su gran miedo. ¿Cómo iba a ser Benja inmune a tanto dinero? Ningún chico de su edad podría serlo.
—¡No quiero comprarlo, por Dios bendito!
—Pedro, tengo que irme... Benja llegará a casa enseguida y no quiero arriesgarme a que te vea. ¿Te importaría volver al pueblo por el bosque?
Él asintió con la cabeza.
—He estacionado el coche delante de tu tienda.
—Muy bien. Adiós, Pedro—dijo Paula entonces.
A Pedro no le gustó el tono. No le gustó nada. Porque le recordó cómo le había dicho adiós tantos años atrás.
—En caso de que decidiera no volver, abriré una cuenta en un banco de Corner Brook... te contaré los detalles la semana que viene. Así, Benja tendrá más opciones para decidir qué quiere hacer con su vida.
—¡No puedes hacer eso!
—Intenta detenerme —dijo Pedro.
—No tocaré ese dinero.
—Por supuesto que no, estará a nombre de Benjamín.
Sin decir nada más, se alejó hacia el bosque. Paula se quedó donde estaba, pensativa. Ahora que conocía la existencia de su hijo, el miedo debería haber desaparecido. Pero no era así. Todo lo contrario. Si él decidía no volver a Cranberry Cove, no tendría que preocuparse. Pero, ¿Y si ésa no era su decisión? ¿Entonces qué? ¿Tenía miedo de perder a Benja? Se sentó sobre una roca. Pedro Alfonso era un hombre fuerte y carismático. Ella lo sabía mejor que nadie. Y también era extraordinariamente rico. Si decidía conocer a su hijo. ¿cómo podría detenerlo? «Yo nunca intentaré quitarte a Benjamín». ¿Debía creerlo? Trece años atrás, Pedro destruyó su confianza en él. Había creído en su amistad como creía en la fuerza de la roca sobre la que estaba sentada. Pero la había traicionado. Traición: una palabra dura y aterradora. Juntó las manos en el regazo y rezó con todas sus fuerzas para no volver a verlo nunca.
Muy buenos capítulos! se supo el secreto que tanto guardaba Pau!
ResponderEliminar