Cuando Paula volvió a la cocina, su hijo iba tras ella.
—Yo te llevaré a casa de Adrián —se ofreció Diego—. Adiós Pedro.
—Adiós.
Unos minutos después, Paula y él estaban solos en la cocina.
—El pescado te ha quedado soberbio, pero he estado en funerales más divertidos que esta cena.
—Al menos no se ha convertido en una pelea.
—Podría haber pasado de no estar Diego aquí. Es el único que tiene algo de sentido común.
—Es el mayor —suspiró Paula, metiendo los platos en el fregadero—. Y el que más echó de menos a mis padres.
—Supongo que fue un momento terrible para tí.
—Sí, lo fue. Fue un accidente tan estúpido... estaban al lado de casa.
—Tú no estabas en Cranberry Cove cuando ocurrió.
—Seguía en la universidad. Mis padres insistieron en que siguiera estudiando cuando Benja nació. Mi madre cuidaba de él, pero el día antes del accidente los llamé para decir que no podía estar separada de mi hijo... que pensaba volver a Cranberry Cove. A veces me he preguntado si mi padre estaría distraído ese día, preocupado por mí y por Benja...
—No pienses eso —la interrumpió Pedro—. El hielo puede engañar hasta al mejor conductor. No fue culpa tuya, Paula.
—Yo... no le había contado esto a nadie. Antes te contaba a tí mis cosas, Pedro. Siempre fuiste mi mejor amigo.
—Yo digo todo el tiempo que siento no haberme puesto en contacto contigo, pero ¿Qué significa eso? —murmuró Pedro entonces, como si hablara solo—. Son palabras fáciles de pronunciar, pero no solucionan nada.
—Estoy preocupada por Benja —dijo Paula.
—Esperemos que Diego tenga razón, que con el tiempo acepte que tiene un padre — suspiró él, acariciando su cara.
—Sí, bueno... será mejor que terminemos de fregar los platos.
Pedro la abrazó entonces.
—Pau...
—No, por favor. No puedes hacerme esto. Tú puedes marcharte cuando quieras, pero yo no.
Él levantó su barbilla con un dedo.
—No llores, por favor. La primera vez que te ví estabas llorando... ya sabes que eso me parte por la mitad.
—¡No estoy llorando a propósito! No soporto a las mujeres que lloran.
Pedro tomó un paño y le secó las mejillas.
—Así está mejor.
Sin pensar, Paula levantó la mano y trazó con un dedo las arruguitas que había alrededor de sus ojos.
—Dices que he cambiado. Tú también has cambiado. Sé que tienes mucho dinero y que eres un hombre de éxito, pero no creo que haya sido tan fácil.
Sintiendo como si algo que se había congelado años atrás empezara a descongelarse, Pedro carraspeó.
—¿Por qué dijiste que no me amabas lo suficiente como para irte conmigo? ¿Era verdad, Pau?
Ella lo miró, asustada. De todas las preguntas que podría haberle hecho, aquélla era la que menos deseaba contestar.
—Eso fue hace mucho tiempo... ¿Por qué lo recuerdas ahora?
—Porque es importante.
—Para tí, quizá.
—Sin quizá.
—No quiero hablar del pasado cuando tengo que lidiar con el presente. Benja es lo más importante para mí ahora, Pedro. Ni tus sentimientos ni los míos.
—¿Cómo podemos separar nuestros sentimientos de él? Somos sus padres, Paula. Tú y yo.
—Aún tienes que probar que puedes portarte como un verdadero padre.
—¡Te he dicho que no pienso abandonarlo!
—Eso es fácil de decir.
Pedro se pasó una mano por la cara.
—Que Dios me ayude... Me vuelves loco, Paula Chaves. Me encanta verte enfadada. Gritas, te brillan los ojos...
—He tenido que tratar con cuatro hombres, mis hermanos y mi hijo.
—¿Y con quién más? ¿Quién es ese Pablo?
—Pablo se enfadaría mucho si perdiera los nervios con él. Es un hombre encantador.
—¡Encantador? Ah, entonces no tiene nada que hacer.
—¿Qué quieres decir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario