martes, 6 de diciembre de 2016

Tiempo Después: Capítulo 4

—No me he asustado. Me ha sorprendido verte, nada más. Vete, por favor.

 —Me voy porque quiero, no porque tú me lo digas.

—Me da igual, pero vete de una vez.

Pedro apretó los labios. Le habría gustado que su encuentro fuera de otro modo. Paula  y él habían sido amigos y ahora se miraban como si fueran enemigos mortales.

—Tienes unas cosas muy bonitas en la tienda. La vidriera del escaparate... ¿La has hecho tú?

—Sí —contestó ella, sin mirarlo.

—Si nadie la compra, llámame —dijo él, sacando una tarjeta—. Conozco gente que pagaría un dineral por algo así.

Paula ni siquiera miró la tarjeta.

—¿Cómo te atreves a volver después de tantos años, pensando que puedes arreglarme la vida?

—Una cosa no ha cambiado —suspiró Pedro—. Tu temperamento siempre ha ido a juego con tu pelo.

Paula abrió la puerta y se quedó esperando.

—Adiós, Pedro Alfonso. Que te vaya bien.

 Él atravesó la tienda, el viejo suelo de madera crujiendo bajo sus pies. En los ojos verdes había furia y algo parecido al pánico. Paula quería que desapareciera de su vista, pero no sabía por qué.

—Adiós, Paula.

Y entonces, antes de que ella pudiera apartarse, la tomó por los hombros y buscó sus labios. Por un momento, Paula se quedó rígida, como si la hubiera pillado por sorpresa. Luego se puso a temblar como un pajarillo asustado. Pedro la apretó contra su pecho, con los ojos cerrados, olvidándose de todo excepto de la suavidad de sus labios. El calor de su piel atravesaba el vestido, calentando un sitio tan escondido dentro de él que casi había olvidado que existiera. La deseaba. Cómo la deseaba. Entonces se dió cuenta de que ella estaba luchando, intentando desesperadamente apartar la cara. Mareado, Pedro levantó la cabeza y dijo lo primero que le pasó por la cabeza:

—Esto no ha cambiado.

—Todo ha cambiado —replicó Paula, con las mejillas coloradas—. ¿De verdad crees que puedes retomar lo nuestro después de trece años, como si no hubiera pasado nada?

No sonaba muy sensato, desde luego.

—Yo no había pensado besarte...

—Y no volverás a hacerlo.

—No te gustó hacer el amor conmigo en Ghost Island.

Ella abrió la boca, perpleja.

—¿De qué estás hablando?

—Por eso no quisiste marcharte conmigo de aquí... sexualmente no pude satisfacerte.

—¡No seas ridículo! —replicó Paula bruscamente—. Me gustó mucho.

—¿De verdad? —preguntó Pedro.

Absurdamente, la respuesta era fundamental. Entonces sólo tenía veintidós años y Paula  era lo más importante del mundo para él.

—Sí, es la verdad... pero ha pasado mucho tiempo y ya no importa.

—A mí sí.

—¿Esperas que te crea? —le espetó ella, empujando la puerta—. Vete de mi vida, Pedro Alfonso. Y no vuelvas nunca.

Lo decía en serio. No estaba jugando; Paula no era una persona manipuladora. Pedro se dió la vuelta, salió de la tienda y empezó a caminar calle arriba. No sabía dónde iba. Sí, sí lo sabía. Iba hacia su coche y luego al aeropuerto. Le hubiera gustado o no hacer el amor con él trece años antes, ahora Paula Chaves lo odiaba.

El deseo había desaparecido, eclipsado por un dolor incuestionable. El mismo dolor que sintió en Ghost Island cuando, después de hacer el amor apasionadamente, después de abrirle su corazón, Paula le había dicho:

—No puedo irme de Cranberry Cove contigo, Pepe. Tengo que quedarme aquí.

Y se había quedado. Fue él quien se marchó aquel mismo día. Fue él quien hizo todo lo posible por olvidarla. Unas horas antes habría dicho que había tenido éxito en la vida. Pero eso fue antes. Había sido una mala idea volver a Cranberry Cove. Muy mala idea.

A través del escaparate, Paula observaba a Pedro alejándose calle arriba. Y se dió cuenta de que estaba temblando. Se había ido. Por el momento. Pero, ¿se quedaría en Cranberry Cove el tiempo suficiente para descubrir su secreto? ¿Y si era así, volvería? De nuevo, sintió miedo. Angustiada, colocó el cartel de Cerrado y entró en la trastienda. Dejándose caer en una silla,  enterró la cara entre las manos.

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