— No. Pepe es un hombre muy orgulloso. Cuando se entere de que te he llamado, no le va a gustar en absoluto.
— ¿Y por qué lo has hecho entonces?
Al otro lado del hilo hubo una breve pausa.
—Porque quería conocer a la mujer de la que mi orgulloso y arrogante hijo se ha enamorado.
— ¿Y crees que puedes conocerme por teléfono?
— Las mujeres tenemos un instinto infalible, Paula —rió la madre de Pedro.
—Ana, ¿Me estás diciendo que debo perdonarlo?
—Desde luego que no. Lo único que quería era decirte que Pepe te quiere. Soy su madre, mi instinto natural es proteger a mi hijo, a pesar de que tiene cuarenta y dos años y puede cuidar perfectamente de sí mismo.
— ¿Y si no te hubiera dicho que yo no tengo nada que ver con las estafas de Julián Cox, que no sabía nada del dinero de Lautaro y que soy tan víctima como él, qué pensarías?
—Pensaría lo mismo —contestó la madre de Pedro sinceramente—. Y, si te digo la verdad, me gusta que Pepe haya tenido que admitir que te quiere a pesar de creer que eres una estafadora. Estaba empezando a desesperar de que bajase la guardia alguna vez. Si hubiera elegido una mujer que él creyera perfecta como esposa, me habría sentido desilusionada. Pepe necesita aprender que solo es un ser humano, que sus emociones no pueden ser controladas. El hecho de que piense mal de tí y, sin embargo, esté enamorado demuestra que es un ser humano al fin y al cabo. Pero, por supuesto, me encanta saber que el tonto de mi hijo se ha equivocado contigo de medio a medio... Estoy deseando conocerte, Paula.
—No estoy segura de que esto vaya a salir bien, Ana —tuvo que sonreír ella—. Es posible que Pedro te haya dicho que me quiere y que mi supuesto comportamiento delictivo no haya afectado al amor que dice sentir por mí, pero eso no quiere decir que vaya a hacer algo al respecto.
—Lo hará —dijo Ana, completamente convencida—. No suelo interferir en la vida de mi hijo, pero cuando me lo contó pensé que Pepe podía haber sido, bueno, digamos irresponsable... que quizá no había pensado en las consecuencias de sus actos...
Paula tardó varios segundos en entender a qué se refería, pero en cuanto lo hizo saltó de la cama, colorada como un tomate, dándose cuenta de que Pedro no era el único que se había comportado de forma irresponsable.
—Oh, pero eso es... —iba a decir «imposible», pero no era cierto y, además... Respiró profundamente. De repente, su dormitorio parecía estar lleno de luz. De repente, el mundo se había convertido en algo muy emocionante. Un hijo. ¿Como era posible que ella no...?
—Pepe nunca le daría la espalda a un hijo, Paula—dijo Ana suavemente—. Pero tengo que decirte algo. Cuando le cuentes la verdad sobre tus relaciones con Julián Cox, no te sorprendas si él no parece aliviado. Se sentirá en desventaja contigo y muy avergonzado por haberte juzgado mal. Mi hijo es muy orgulloso, Paula.
Cuando colgó el teléfono, se sentía tan emocionada que apenas podía contenerse. Quería vestirse, cantar, gritar, reír. Pedro la amaba... Pedro no había querido humillarla ni engañarla; simplemente había aprovechado el momento, como lo había aprovechado ella. Un hijo... Un gemido de alegría escapó de su garganta.
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