—Así que lo sabes —dijo ella en voz baja.
—Tengo un hijo, ¿Verdad? Un hijo de doce años.
—Así es —contestó Paula, mirándolo a los ojos.
—Por eso te desmayaste. Por eso querías que me fuera de Cranberry Cove, para que no me enterase —dijo Pedro entonces, tomándola por los hombros—. No tuviste valor para contármelo. ¿Por qué? ¿Creías que no me importaría?
—¿Por qué iba a pensar lo contrario? Te fuiste y jamás volví a saber nada de tí.
—Pero yo no sabía que estabas embarazada...
—Hicimos el amor sin preservativo, ¿No te acuerdas?
—Me dijiste que estabas en un día seguro del ciclo...
—El mundo está lleno de niños concebidos así —suspiró Paula—. Te fuiste y me dejaste como si no existiera.
—No me querías. Dijiste que sí... pero estabas mintiendo.
—¿Y tú me querías? Pues tuviste una forma muy curiosa de demostrarlo.
Pedro apretó sus hombros.
—Ni siquiera sé el nombre de mi hijo.
—Benjamín.
—Benjamín Chaves—repitió él—. Por Dios bendito, Paula, ¿Por qué no me lo dijiste?
Las razones eran muy complicadas. Y él no merecía saberlas.
—¿Qué importa?
—A mí me importa —contestó Pedro, con la voz rota—. Era como verme a mí mismo en la pista de hielo... El chico tiene talento natural. Como lo tenía yo.
—Te fuiste sin mirar atrás —insistió ella—. No llamaste nunca, no me enviaste una felicitación de Navidad, ni siquiera te enteraste de que mis padres habían muerto...
—Me dolía demasiado que no hubieras querido venir conmigo.
Paula levantó la barbilla, con ese gesto tan suyo.
—He criado a Benja sola, con la ayuda de mis hermanos. Y es un chico estupendo.
—¿Estás diciendo que no me necesita?
—Eso es.
—¿Nunca te ha preguntado quién es su padre?
—Claro que sí.
—¿Y qué le has dicho?
—Que te fuiste del pueblo antes de que yo supiera que estaba embarazada. Que no sabías nada de él.
—¿Y eso es suficiente? ¿Nunca ha querido saber mi nombre?
—¡Por favor! —exclamó Paula—. Suéltame, Pedro, me haces daño.
—No vas a ninguna parte hasta que aclaremos esto —dijo él, decidido—. Entonces Benjamín no sabe quién soy.
—¿Para qué iba a saberlo? He leído artículos sobre tí en revistas económicas... Eres un hombre de éxito, un millonario con casas en Nueva York y en París, coches de lujo, modelos del brazo... Eres tan diferente a nosotros como la noche y el día.
—Eso es superficial.
—No lo es... porque no vas a quedarte, Pedro. Tu vida está en otro sitio. En grandes ciudades, en lujosos hoteles, en importantes reuniones. No vas a quedarte en una pista de hielo de Cranberry Cove para ver entrenar a tu hijo.
—¡Mis raíces están aquí!
—Tú arrancaste esas raíces hace trece años. Ahora están muertas. no se pueden replantar.
—Ya lo he hecho. Cuando te besé esta mañana.
—Eso no tiene nada que ver.
Pedro suspiró.
—Estás muy delgada. Trabajas demasiado.
—No sientas compasión por mí.
—Lo que estoy empezando a entender es que el embarazo y la muerte de tus padres debió ocurrir casi al mismo tiempo... Siento muchísimo que estuvieras sola en ese momento, Paula. Pero podrías haberte puesto en contacto conmigo. Podrías haberme encontrado.
Tenía razón, probablemente podría haberlo encontrado. Pero en aquel momento tenía buenas razones para no hacerlo. Y luego los años pasaron inexorablemente, sin saber ni una palabra de él, hasta que su decisión se convirtió en una costumbre.
—¿Por qué iba a buscarte? —preguntó ella, desafiante.
—Por favor, Paula, es mi hijo...
—Benja es mío —lo interrumpió ella.
Pedro apretó los dientes.
—¿Vas a decírselo tú o tendré que hacerlo yo?
—¿Decirle qué?
—Que soy su padre.
Paula se apartó de un tirón, furiosa.
—Ninguno de los dos va a contarle nada.
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