jueves, 8 de diciembre de 2016

Tiempo Después: Capítulo 6

—Pregúntale a Paula por qué me marché de aquí la segunda vez, puede que te sorprenda la respuesta —le dijo, apretando los dientes—. Y cuida de ella —añadió entonces, con una emoción que le sorprendió a sí mismo.

—Eso hago, todos los hacemos. Diego, Gonzalo y yo. No necesitamos que tú metas la pezuña.

Pedro se alejó, intentando contener su frustración. Una vez en el coche, tomó la carretera de Breakheart Hill. Donde los padres de Paula habían muerto. Pero no iba a pensar en ella. El coche de alquiler, mucho más lento que su Ferrari, subía la cuesta pesadamente, dándole tiempo a observar la ensenada por el espejo retrovisor. ¿Por qué Paula y Leandro habían insistido tanto en que se fuera del pueblo? ¿Por qué Paula parecía tan asustada y Leandro tan beligerante? ¿Quería respuestas a esas preguntas o lo que realmente deseaba era sacudirse el polvo de Cranberry Cove de la suela de sus caros zapatos italianos?

A cuatro kilómetros de allí, en el pueblo siguiente, había un pequeño hotel con restaurante. Pedro  detuvo el coche y empezó a martillar en el volante con los de dos. ¿De vuelta a Manhattan o a Cranberry Cove? Tenía que elegir. No había comido nada desde el desayuno, de modo que al final fue su estómago el que decidió por él. Media hora después, estaba frente a un excelente plato de pescado fresco en el restaurante del hotel. No volvería al pueblo esa noche. Dejaría que creyeran que se había ido. Y al día siguiente volvería a hablar con Paula. ¿Para besarla de nuevo? ¿Para obtener respuestas? ¿Era ésa la razón por la que no estaba en su avión privado, de camino a Nueva York?


Por la mañana, Pedro no estaba tan seguro de su decisión. ¿Por qué ir a un sitio donde no lo querían y arriesgarse a otro rechazo? Él no tenía la piel tan dura. De hecho, en lo que se refería a Paula, era exageradamente sensible. Quizá ella tenía un amante en la trastienda. Eso explicaría su actitud, O estaba a punto de casarse y no quería ver aflorar su pasado. ¿Cuántos amantes habría tenido en los últimos trece años? Seguramente muchos hombres se mostraron interesados por su belleza, su inteligencia, su sensualidad... Miró su reloj. Paula solía empezar el día corriendo por la orilla del lago. Podría estar allí en quince minutos... y si ella no aparecía no habría perdido nada. Tardó catorce minutos en llegar. Se apoyó en la cerca de madera que delimitaba el lindero del bosque, buscando a alguien entre los árboles... Y entonces la vió. Estaba tomando la curva del lago más cercana a la carretera, su pelo rojo como un faro.

Medio escondido entre los arbustos, Pedro empezó a correr hacia ella, preguntándose qué haría cuando lo viera. El segundo asalto, pensó. Paula había ganado el primero pero, si se salía con la suya, no ganaría el segundo. Cuando salía de entre los arbustos, sus pasos silenciados por la hierba, casi se chocó contra ella. Paula se detuvo en seco, jadeando. Su primera reacción había sido de miedo. Pero aquella vez el miedo fue rápidamente reemplazado por una expresión de furia.

—Le dijiste a Leandro que te marchabas.

—He cambiado de opinión.

—¿Y resulta que has decidido correr por la orilla del lago? ¿Qué pasa, Pedro? ¿Tienes espías por todo el pueblo?

—Solías correr por aquí hace años.

—Ah, ya —sonrió Paula, con sarcástica dulzura—. Así que recuerdas algo sobre mí, qué halagador.

—No he olvidado nada de tí.

—No mientas. Puede que eso funcione con las elegantes mujeres de la capital, pero aquí no.

—No te he mentido en toda mi vida y no pienso hacerlo ahora.

—Lo triste es que casi te creo. Patético, ¿No? —suspiró ella.

—¿Tenemos que pelearnos, Paula? Una vez fuimos amigos. Muy buenos amigos.

—Sí. Y entonces hicimos el amor y nos cargamos una amistad que lo era todo para mí.

—Tú habías prometido que te irías de Cranberry Cove conmigo. Pero no lo hiciste.

 —Cambié de opinión —dijo Paula—. ¿O ésa es una prerrogativa masculina?

—No me querías lo suficiente, eso es lo que dijiste.

—Porque era verdad. Incluso después de tantos años, esas palabras le hacían daño.

—Me mentiste... ¿Qué es ese ruido?

Los árboles que había detrás de Paula habían empezado a moverse, como si un animal estuviera intentando abrirse paso entre ellos. Entonces oyeron ruido de ramas rotas y en el claro apareció un magnífico alce macho con una cornamenta espectacular, que golpeaba el suelo con las patas delanteras. Estaban en septiembre. La temporada de celo.

—Camina hacia mí, Paula. Despacio —dijo Pedro en voz baja.

—¿No deberíamos subirnos a un árbol?

—Los abedules son muy bonitos, pero no aguantarían tu peso. Y menos el mío.

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