—Estaba esperando que te calles —suspiró él,
—Lo último que necesito es que vuelvas a entrar en mi vida. ¡No quiero acostarme con nadie y contigo mucho menos!
Pedro descubrió entonces que lo estaba pasando bien.
—Pues a mí no me ha parecido que fuera así. ¿Y sabes una cosa, Paula? Hacía años que no me reía tanto.
—Yo tampoco. ¿Y qué?
—Que te pones muy guapa cuando te enfadas.
—Guárdate esos halagos para otra.
—Eres la mujer más guapa que he visto en mi vida... y he visto muchas.
—Seguro que sí. Y seguro que todas han caído en tus brazos. Como yo.
—No. No como tú. Tú eres única. Siempre lo has sido.
—Todo el mundo es único. ¿O estabas tan ocupado ganando dinero que no te has dado cuenta?
—Entonces tú eres más única que los demás. Y no hay nada malo en ganar dinero — replicó Pedro.
—Siempre que no vendas tu alma para conseguirlo.
—¿Me estás acusando de algo?
—¿Tú qué crees?
De repente, aquello había dejado de ser un juego.
—Que no sabes lo que estás diciendo.
—Sí lo sé —dijo Paula, levantando la barbilla—. Vuelve a tu sitio, Pedro. Hoy. Ahora mismo. Y déjame en paz. Yo tengo una vida aquí y no quiero que la destroces porque... porque mis hormonas están un poco descontroladas.
—¿De cuántos años de celibato estamos hablando? —preguntó él entonces. La respuesta le importaba. No debería, pero le importaba.
—Eso es asunto mío.
—O sea, que los hombres son todos unos cerdos.
—Eso es lo que he dicho.
—Si piensas eso, no creo que hayas sabido criar a tus hermanos.
—Hay excepciones que confirman la regla —replicó Paula—. Y deja de reírte de mí. Nunca fuiste cruel, Pedro, no empieces ahora.
Su expresión, tan vulnerable, le encogió el corazón. Hacía bien en regañarlo. Él no sabía qué había pasado en aquellos trece años y no tenía derecho a preguntar porque le dio la espalda a Cranberry Cove y no volvió a mirar atrás. Fue su elección y tenía que cargar con las consecuencias. Pero al ver a aquella pelirroja, lamentaba la pérdida de todos esos años. Y el vacío que habían dejado en su corazón.
—Tengo que irme. He de abrir la tienda. Cuídate, Pedro. Hiciste bien marchándote de aquí... este pueblo siempre fue demasiado pequeño para tí —dijo Paula entonces.
Luego se dió la vuelta y salió corriendo entre los árboles.
Como un hombre al que han golpeado en la cabeza, Pedro se quedó inmóvil. Le pesaban los brazos y las piernas. Y aún más el corazón. ¿Por qué no volvió a ponerse en contacto con Paula en todos esos años? Porque estaba dolido. Dolido porque la mujer a la que había entregado su corazón lo rechazó. Porque no confiaba en él lo suficiente como para compartir su futuro. Porque se sentía humillado. Sintió miedo de haberla defraudado sexualmente. Y por orgullo. Su deseo de ser alguien en el mundo lo hizo trabajar sin descanso. Y había tenido éxito. Una combinación de trabajo, talento y persistencia consiguió romper las barreras que deberían haber separado a un chico de Cranberry Cove de la primera división. Y lo había conseguido. Pero, ¿A qué precio? Una cosa era evidente. Paula y él ya no podían ser amigos como lo fueron de adolescentes. Entonces, qué quedaba? ¿Deseo? El simple recuerdo de sus manos, del roce de su lengua era suficiente para encenderlo. Ella se había enfurecido, sintiéndose traicionada por su cuerpo. Aunque era normal si había vivido como una monja durante trece años. Sabía que las mujeres lo encontraban atractivo, pero no podía creer que una sola mirada hubiera conseguido volver loca de pasión a Paula.
Confuso, volvió a su coche. ¿Habría vuelto para demostrarle a Paula que había triunfado en la vida? Como si a ella le importase su dinero... Aunque seguro que le gustaría su Ferrari plateado, pensó, irónico. Pero Paula tenía su propia vida en Cranberry Cove y no quería saber nada de él. Eso lo había dejado muy claro. ¿Qué iba a hacer, volver a Nueva York? Ni una sola vez en aquellos trece años había deseado a una mujer como deseó a Paula Chaves. Había tenido aventuras, por supuesto. Muchas. Pero jamás deseó atarse a nadie. Y casarse jamás entró en sus planes. Paula era diferente. Siempre lo había sido. ¿Quería casarse con ella? ¡Claro que no! Pero quizá la necesitaba. Su risa, su pasión, su carácter... Había tomado una decisión: volvería a Cranberry Cove. No sabía qué iba a hacer, pero no podía volver a Nueva York. Había huido de allí trece años antes. Y no pensaba volver a hacerlo. Como un hombre saliendo de un sueño, miró alrededor. Las hojas de los árboles brillaban como el oro bajo los rayos del sol, pero Paula no estaba por ninguna parte. Suspirando, volvió al hotel y desayunó beicon con huevos revueltos. Después de la tercera taza de café había tomado una decisión: volvería a Cranberry Cove. No sabía qué iba a hacer, pero no podía volver a Nueva York. Había huido de allí trece años antes. Y no pensaba volver a hacerlo.
Muy buenos capítulos! Se queda Pedro! que ocultará Paula que lo quiere lejos!
ResponderEliminar