—Yo... aún no lo conozco.
—¿No?
—Tengo que tomar una decisión. Para eso he venido aquí.
—Pero tienes que volver a Cranberry Cove —dijo su madre, asombrada—. Eres su padre.
—Sí, tengo que volver. Quiero que venga conmigo a Los Hampton y a Manhattan...
—¿Vas a casarte con Paula?
Pedro hizo una mueca.
—No lo sé.
—Pero sigues enamorado de ella... debes estar enamorado si no le haces caso a esa rubia que prácticamente se sale del sujetador.
—Así que te has dado cuenta.
—Es imposible no darse cuenta, hijo —rió su madre—. ¿Sigues enamorado de Paula?
—¡No! Bueno... no.
Ana escondió una sonrisa.
—¿Cuándo volverás a Cranberry Cove?
—Primero tengo que ir a Tailandia a una reunión de negocios.
—¿Tienes una foto de Benjamín?
—Aún no —contestó él. Pero le describió al niño con gran detalle—. Yo creo que Paula pasa tanto tiempo en la pista de hockey como tú, mamá.
—Entonces es una buena madre. La verdad, me haría mucha ilusión que te casaras con Paula.
—Díselo a ella —bromeó Pedro.
—No, tienes que hacerlo tú. ¿Puedo contárselo a Enrique?
—Sí, claro.
Ana le dió un golpecito en el hombro.
—Harás lo que tengas que hacer, Pepe, lo sé.
¿Significaba eso que debía casarse con Paula? No. Además, ella se negaría. Pedro se levantó, estiró las piernas y se dirigió al restaurante. Sin mirar a la rubia.
Cranberry Cove estaba envuelto en la niebla cuando Pedro tomó la carretera de Breakheart Hill. Había llamado a Paula desde Tailandia para decirle que quería ser parte de la vida de su hijo, pero que aún no sabía cómo iba a hacerlo.
—No quiero que le hables de mí. Aún no.
—¿No confías en mí? —le espetó Paula. Era una buena pregunta.
—No tiene sentido hacer planes de futuro si el chico no está interesado —contestó Pedro—. Como tú misma dijiste, no tiene dos años, tiene doce. Quizá debería conocerlo en la pista de hockey, allí tenemos algo en común.
—Yo creo que debería advertirle...
—No voy a secuestrarlo, Paula.
—¡Pero estoy acostumbrada a tomar mis propias decisiones!
—No quiero hacerle daño. ¿Eres tú la que no confía en mí?
Al otro lado del hilo hubo un silencio.
—¿Cómo puedo contestar a eso? —replicó ella, antes de colgar.
Paula no sabía que iría a Cranberry Cove aquel mismo día. Confiaba en ella, pero no quería que interfiriese en su primer encuentro con Benja. No iba a ser fácil decirle que era su padre, pero fue él quien se marchó de Cranberry Cove y era su obligación reparar ese error. Todo eso sonaba bien mientras iba en su jet privado desde Vancouver a Deer Lake. Ahora, cuando las primeras casas de Cranberry Cove empezaban a verse entre la niebla, Pedro no estaba tan seguro. Le daba tanto miedo un niño de doce años como el gerente de la primera empresa para la que había trabajado. Si no hubiera tenido aquel sueño... Había soñado con Paula en Ghost Island, con aquel vestido azul...
Paula y él llegaron a la isla en una lancha que amarraron al viejo muelle gracias a una vieja maroma medio enterrada en el fango. Luego subieron a la pradera donde el faro hacía de centinela y las flores, de todos los colores. levantaban sus pétalos buscando el sol.
—He traído merienda —dijo Paula.
La falda del vestido azul le llegaba por debajo de las rodillas. No era un vestido atrevido, pero todo lo que llevaba le resultaba sexy. Estaba obsesionado con ella, día y noche; y jamás le había tocado un pelo precisamente por eso. Había cumplido dieciocho años el mes anterior, mientras él tenía veintidós. Su obligación era cuidar de ella.
—¿Sándwiches de pollo? —preguntó, esperanzado.
—Claro que sí. Son tus favoritos, ¿No? —murmuró Paula.
Parecía nerviosa, pero no sabía por qué. Pedro colocó la manta sobre la hierba y se sentó en una esquina.
—No tengo una enfermedad contagiosa —rió Paula.
—Así puedo mirarte mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario