jueves, 15 de diciembre de 2016

Tiempo Después: Capítulo 15

—¡Eso es todo lo que haces!

—¿Qué quieres decir? —preguntó él, sorprendido.

Paula se quitó la cinta de pelo, dejándolo volar al viento como una cortina de fuego.

 —Quiero que me hagas el amor.

—¿Qué?

—Aquí. Hoy.

Sus ojos eran desafiantes más que amorosos. Sus labios, tan voluptuosos que tuvo que apartar la mirada.

—Me marcho a Nueva York dentro de unos días y vas a venir conmigo. ¿No crees que deberíamos esperar hasta que...?

—No —lo interrumpió ella—. Nos queremos, Pedro. ¿Para qué esperar? ¿Por qué no aprovechamos la oportunidad?

—Pero... no llevo preservativos.

—Estoy en el momento más seguro del ciclo, no pasará nada. Pero si no quieres que hagamos el amor...

—Tengo tantas ganas de hacerlo que no puedo dormir —dijo él con voz ronca—. Pienso en tí día y noche. Te quiero, Paula. Te querré siempre.

Ella sonrió, la sonrisa de una mujer que sabe lo que quiere.

—Ven aquí —dijo en voz baja. «Cálmate», se dijo Pedro a sí mismo. Era la primera vez para ella y debía ir despacio. Pero cuando encontró sus labios dejó escapar un gemido ronco, tan ardiente era la respuesta femenina, tan hambrienta.

—No quiero ir deprisa.

 —Yo quiero que lo hagas —murmuró Paula.

Sus besos eran tan inexpertos, tan apasionados, que Pedro olvidó su resolución. Paula Chaves  nunca hacía las cosas a medias. Su ardor, conmovedoramente inexperto, inflamaba sus sentidos. La besaba profundamente, acariciando sus pechos por encima del vestido, notando el seductor movimiento de sus caderas... Impaciente, desabrochó los botones del corpiño. El sujetador también era azul.

—Lo he comprado por catálogo. Para tí —dijo ella, poniéndose colorada.

—Llevo semanas temiendo que esto pasara. No sabes cómo he deseado besarte, tocarte, abrazarte.

Paula rió, metiendo la mano por debajo de la camiseta para tocarlo.

—Quiero estar desnuda, quiero sentirte por todas partes...

Pedro se quitó la camiseta de un tirón y luego, más despacio, le quitó el vestido. Después, el sujetador y las braguitas, también azules. Por un momento, el tiempo se detuvo; sólo podía mirarla con todo el amor que llevaba guardado dentro.

—Pepe, Pepe... cuando me miras así, me derrito.

Él pasó la mano por su cuerpo, como para memorizar cada curva.

—Eres tan preciosa... tu piel es como la espuma.

—Y tus ojos como el mar —dijo Paula, alargando la mano para desabrochar su cinturón.

Unos segundos después. Pedro estaba desnudo y encima de ella, sobre la manta. Olía a flores silvestres, incluso sabía a flores, su piel tan suave como un pétalo de rosa. Era su amor... y estaba abierta para él como las rosas se abrían para el sol. Pedro metió la mano entre sus piernas y la encontró húmeda. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, empezó a acariciarla, oyéndola gemir, sorprendida, encendida, excitada...

—Pepe...

—Calla —la interrumpió él, levantando sus nalgas para llevarla hacia su hambrienta lengua.
Ella echó la cabeza hacia atrás, enardecida y, unos segundos después, sus jadeos apasionados le parecieron la música más hermosa del mundo. Pero no había terminado con ella. Tumbándose a su lado, le dijo:

—Ponte encima, Pau. Tócame.

Con los ojos brillantes como una diosa pagana, ella se incorporó, el sol y la sombra jugando con sus pechos. Unos pechos hermosísimos, pensó Pedro, con la boca seca. No aguantaría mucho. Pero más grande que su deseo era la emoción de verla descubrir su propia sensualidad.

—Me toca a mí —dijo ella, sonriendo.

—Te quiero —murmuró Pedro.

Paula se inclinó hacia delante, sus pezones rozándolo hasta que creyó que se moriría de placer. Estaba muy húmeda, pero incluso así hubo un momento de resistencia y una sombra de dolor cruzó su rostro. Enseguida desapareció, reemplazada por una mueca de placer. Pedro levantó las caderas para enterrarse en ella. Veía la tormenta formándose en los ojos verdes mientras su tumulto interior empezaba a ser insoportable. Llegaron al orgasmo al mismo tiempo, sus gemidos mezclándose con los gritos de las gaviotas sobre sus cabezas. El corazón de ella latía sobre el suyo como las olas golpeando la playa...


Un camión apareció entre la niebla, interrumpiendo sus pensamientos. ¿A quién quería ver, a su hijo o a Paula? Paula, quien después de hacer el amor le dijo que no podía ir con él a Nueva York. Que había cambiado de opinión.

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