sábado, 3 de diciembre de 2016

Engañada: Capítulo 40

Pedro no había comido nada desde el desayuno, pero mientras se preparaba algo en la cocina tenía que reconocer que no tenía apetito. ¿Qué estaría haciendo Paula en aquel momento?, se preguntaba. Solo esperaba que, estuviera donde estuviera, fuera tratada con el amor y la ternura que se merecía. Con el amor y la ternura que él debería haberle dado, que tanto deseaba darle. Mientras conducía de vuelta a su casa, no había podido dejar de recordar su carita en el hospital, el brillo de sus ojos llenos de alivio. Recordaba su sonrisa, la recordaba en la cama cuando le mostraba cuánto... Casi podía saborear la amargura de su propio dolor. Le dolían los ojos. Abrió la puerta de la nevera y volvió a cerrarla, parpadeando furiosamente. Había encendido la radio, esperando que el sonido bloqueara la agonía de sus pensamientos, pero la voz de la locutora lo molestaba. La única voz que deseaba escuchar era la de Paula, la voz suave y cálida de ella después de hacer el amor.

 —Oh, Dios mío, Paula...

— ¿Sí, Pedro?

Pedro se dió la vuelta bruscamente.

—Paula, ¿Qué estás haciendo aquí?

Paula intentó sonreír, pero el coraje y la determinación que la habían llevado hasta allí parecían haber desaparecido por miedo al rechazo. Pero él no la miraba como si quisiera rechazarla. La miraba como si... Dió un paso hacia él y Pedro le dió la espalda, quizá por miedo pensó ella, segura de sus sentimientos y segura entonces de los sentimientos del hombre. No había duda. Lo había visto en sus ojos.

—Puede que quieras darme la espalda, Pedro, pero ¿También quieres darle la espalda a tu hijo? —preguntó.

 De repente,  se encontró entre los brazos del hombre.

— ¿Qué estás diciendo? ¿Un hijo?

A su espalda, Paula cruzaba los dedos deseando que la madre naturaleza no la dejara por mentirosa.

—Es un poco pronto, pero creo que sí... creo que vamos...

—Un hijo. Vas a tener un hijo mío.

—Un hijo de los dos —corrigió ella.

—Mi madre me advirtió de que esto podía pasar —murmuró él—. Pero pensé que estaba exagerando...

—No tomamos ninguna precaución, Pedro — dijo Paula.

— Estás embarazada... de mi hijo... —repitió Pedro, con los ojos llenos de emoción. Paula podía sentir el temblor de sus dedos cuando tomó su cara—. Te he echado tanto de menos, Pau — murmuró—. ¿Podrás perdonarme alguna vez?

Él era un hombre orgulloso y ella sabía cuánto debía costarle decir esas palabras. Otra mujer se habría sentido tentada de castigarlo un poco más, de recordarle cuánto daño le había hecho, pero su naturaleza dulce no la inclinaba a ello.

—Los dos nos hemos equivocado —dijo suavemente—. Pero hemos tenido mucha suerte, Pepe, porque tenernos la oportunidad de volver a empezar.

—Me enamoré de tí mucho antes de que tu amiga me contara la verdad sobre Cox —dijo Pedro.

—Lo sé. Tú me lo dijiste... cuando hacíamos el amor. Y aunque no lo hubieras hecho. Sé que me quieres porque tu madre me lo ha dicho. Y una madre no miente.

— ¿Mi madre? —repitió él, sorprendido —. ¿Has hablado con mi madre? Pero...

—Pero ¿Qué? —sonrió ella, provocativamente, levantando los labios hacia él.

—Pero nada —respondió Pedro, aceptando la suave invitación de los labios entreabiertos —. Pau, no deberías dejar que hiciera esto —gimió, mientras la besaba—. Tenemos que hablar de muchas cosas, hay explicaciones que dar, tengo que disculparme...

—Más tarde —lo interrumpió ella, poniendo un dedo sobre sus labios—. Llévame a la cama, Pepe. Te deseo tanto —murmuró.

—Si nos vamos a la cama ahora, no creo que pueda confiar en mí mismo —confesó Pedro, mirándola a los ojos.

— Yo confío en tí.

— Oh, Pau. ¿Cómo he podido juzgarte mal, mi amor? —murmuró él, besándola apasionadamente.

—Pepe, he estado pensando... —murmuraba Paula felizmente una hora después, tumbada a su lado.

—Yo no quiero pensar. Solo quiero abrazarte, tocarte, besarte...

—Pepe —protestó ella suavemente, mientras disfrutaba de los labios del hombre en su cuello—. Es sobre el niño... Me gustaría que Flor fuera la madrina.

— ¿Florencia? —preguntó Pedro—. ¿Es la bruja que se puso en mi camino esta mañana?

Paula sacudió la cabeza.

—Flor no es una bruja, es una chica estupenda. Cuando la conozcas, te gustará.

—Si tú lo dices... —sonrió Pedro—. Pero ahora mismo, tengo cosas más importantes en qué pensar...

— ¿Qué cosas? —sonrió ella.

—Ven aquí y te lo enseñaré —dijo él con ternura.

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