—Ni te lo imaginas —dijo Paula, echándose hacia atrás y dejando la cucharilla.
—Recuerdo que me decías que la extrañabas mucho.
—Como yo era única hija, no era solo mi madre, lo era todo, también mi amiga. Cuando mi padre nos dejó, fue duro. Pero cuando mi madre murió... —se interrumpió Paula para tragar el nudo de la garganta—, nunca me había sentido más sola.
—Tenías a tu abuela.
—Sí —dijo Paula—. Y ella hizo lo que pudo, dadas las circunstancias.
—¿Circunstancias?
—Era una anciana que tendría que haber estado jugando al bridge en vez de criar a una adolescente. Ella quería que mi padre se involucrase más, pero él no estaba interesado en ello —dijo Paula, desviando la vista y parpadeando—. Cuando mi madre murió, él ya tenía una segunda mujer y un bebé en camino. Así que mi abuela no tuvo más remedio que hacerse cargo de mí. Yo intentaba no molestar, estudiaba mucho, la ayudaba con la casa y... Comía. La comida sé convirtió en mi mejor amiga.
—Yo sabía que te resultaba duro, pero no que lo era tanto —dijo Pedro, alargando la mano por encima de la mesa para tomar la de ella—. Siento que hayas tenido que vivir todo aquello.
Las lágrimas hicieron que los ojos le escocieran, pero ella inspiró.
—¿Qué es lo que dicen? ¿Que lo que no mata nos hace más fuertes?
Pedro le apretó la mano antes de soltársela.
—Me hubiese gustado acompañarte.
—Y lo hiciste —dijo Paula, dándose cuenta de que era verdad—. Todas aquellas veladas en la hamaca del porche de mi abuela significaron mucho para mí.
—Lo dices por pura bondad. Me he dado cuenta de que como amigo no fui una maravilla.
—¿Por qué dices eso?
Pedro bajó la vista, con una expresión seria en su atractivo rostro.
—Por ejemplo, sabía que extrañabas a tu madre, pero nunca se me ocurrió siquiera invitarte para que conocieses a la mía.
—Tu madre ya tenía una hija —dijo Paula—. No necesitaba otra.
—Sin embargo...
—En serio, Pedro —lo interrumpió Paula—, ni pienses en ello.
—Lo siento —dijo él—. Lo siento mucho.
—Ya te he dicho que no importa.
—Sí que importa —dijo él—. Quiero compensarte por ello.
—¿Compensarme? —se extrañó ella—. ¿A qué te refieres?
—Quiero que me des otra oportunidad para demostrarte la buen amigo que puedo ser —le dijo—. Empezaremos otra vez. Esta vez no te fallaré.
Paula lo miró a los ojos y se preguntó si seria tan tonta de considerar su oferta. ¿Pero no merecía todo el mundo una segunda oportunidad? Además, ella estaría en guardia. No le volvería a hacer daño, porque esta vez ella no se lo permitiría.
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