martes, 10 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 35

 —No —dijo él—. Por supuesto que no.


—Entonces, ¿Por qué nunca me presentaste a ninguno de tus amigos? ¿Por qué nunca tuvimos una cita de verdad?


Después de todos aquellos años, Pedro no estaba seguro de por qué le importaba tanto a ella, pero se notaba que así era. Se movió en la silla, incómodo.


—La verdad —dijo, haciendo un gesto con las manos y decidiendo que lo mejor sería ser honesto—. No se me pasó por la cabeza.


—¿Nunca se te ocurrió? —preguntó Paula, incrédula.


—Nunca —dijo Pedro, dudando de poder hacerla comprender algo que ni él mismo comprendía—. Yo tenía mis amigos y supuse que tú tendrías los tuyos.


—Sí, claro... —dijo Paula, encogiéndose de hombros.


Pedro se sintió avergonzado al pensar en como le había fallado.


—Daría cualquier cosa por dar marcha atrás en el tiempo.


Se quedaron en silencio durante un largo rato. Pedro se preguntó si todo habría sido diferente con Paula formando parte de su vida entonces. ¿Sería su esposa ahora? ¿Y Baltazar, sería su hijo?


—No podemos volver atrás, pero sí que podemos empezar de nuevo —dijo Paula finalmente.


Paula pensó un momento en la idea, llena de ilimitadas posibilidades.


—Me gusta la idea de volver a empezar —dijo finalmente—. Hoy podría ser un comienzo nuevo, como una primera cita.


—¿Y la semana pasada cuando fuimos al cine y a cenar a Kansas City?


—De acuerdo, esta es nuestra segunda cita —dijo Pedro, entusiasmándose con la idea.


Paula estuvo de acuerdo con él y después de terminarse la pizza, se dirigieron a Lynnwood Lanes para jugar a los bolos «A la luz de la luna». Pedro pronto se dió cuenta de que Paula no era una profesional e insistió en abrazarla para «Enseñarle», pero no logró grandes progresos, aunque eso a ella no pareció importante demasiado. Y a Pedro, tampoco. Le gustaba tomarle el pelo y especialmente tenerla entre sus brazos. Parecía que apenas habían empezado cuando acabó el partido. 


—Quizá ha sido mejor que no estuviésemos juntos entonces —dijo Paula con una sonrisa mientras se desataba los zapatos de la bolera—. Eres un pulpo.


—Y esto es solo el principio —dijo Pedro, guiñándole un ojo.


Ella rió. Dejaron los zapatos sobre el mostrador y se dirigieron al coche.


—Me lo he pasado genial, Pedro —dijo Paula con una sonrisa satisfecha—. Si tener una cita en el instituto era así, lamento habérmelo perdido.


—La noche es joven aun —dijo Pedro sonriente, abriéndole la puerta del coche—. Todavía nos quedan cosas que hacer.


—¿De veras? —preguntó Paula sorprendida—. Es casi la medianoche. ¿Qué más hay abierto en el pueblo?


—No es en el pueblo —dijo Pedro, cerrando su puerta. Silbaba cuando rodeó el todoterreno y se sentó—. Vamos a Grogan’s Point.


Puso el coche en marcha y metió la marcha atrás, retrocediendo.


—¿Estás de broma? —dijo Paula—. Todos saben que la única razón para ir a Grogan’s Point es para besarse y tontear.


—Exacto —dijo Pedro—. Hace diez años era el sitio de moda para hacerlo.


—¿Allí llevabas a Candela?


Pedro le dirigió una mirada de curiosidad. 

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