—De Nicolás —dijo Baltazar.
Nicolás era el mejor amigo de Baltazar desde preescolar. Cuando se acababan de mudar a Lynnwood, lo mencionaba constantemente, pero desde que se hizo amigo de Mateo, hablaba poco de él.
—Tú también has recibido algo de Washington —dijo Baltazar, arrojándole un sobre.
Paula lo agarró y le dió la vuelta, esperando encontrarse con una cuenta. Carlyle Consulting. El corazón le dió un vuelco. La respetada consultaría había sido la empresa en la que más le hubiese gustado trabajar cuando buscaba empleo. Aunque habían expresado interés e incluso le habían hecho una entrevista, no tenían ninguna vacante en aquel momento. Abrió el sobre y sacó la carta, leyéndola rápidamente. Los ojos se le abrieron como platos. La releyó y lanzó una risa ahogada.
—¿Qué pasa, mamá?—preguntó Baltazar preocupado—. ¿Algún problema?
—No, en absoluto —dijo Paula, moviendo la cabeza, incapaz de creérselo. Era irónico. Hacía tres meses, habría dado brincos de alegría ante su oferta: El doble de su antiguo salario y además, coche de la empresa—. Es una oferta de trabajo de una de las consultorías más importantes de Washington.
—No nos volveremos, ¿No? —preguntó Baltazar, inquieto—. A mí me gusta aquí.
—A mí también —dijo Paula, sonriendo para tranquilizarlo. Dobló nuevamente la carta y la metió en el sobre.
Más tarde, cuando hiciese las cuentas de la casa, les escribiría una nota de agradecimiento declinando la oferta. El puesto no estaría libre hasta después del Día del Trabajo. Eso les daría tiempo suficiente para buscar a alguien más.
—No nos iremos a ningún sitio.
¿Por qué hacerlo? Lynnwood era su hogar y todo lo que siempre había deseado se encontraba allí.
—Pero yo entendí que este sábado podías —dijo Paula, manteniendo la calma con un esfuerzo.
—Ya sé que te lo dije —dijo Pedro. Mordió el sándwich que Paula le había preparado de comer y masticó un momento—. Pero eso fue antes de que Sergio Ketterer dijera que no podía ser el maestro de ceremonias de la cena anual de la Cámara de Comercio.
—Pero, ¿Por qué tienes que hacerlo tú? —dijo Paula. Aunque no le gustaba presionarlo, semanas atrás hablan decidido salir con la gente del trabajo y le causaba ilusión hacerlo.
—Son funciones que van con el puesto —dijo Pedro. Se encogió de hombros y tomó un sorbo de té helado—. Soy el anterior presidente de la Cámara.
La miró con ternura y ella se dió cuento de que él percibía su desazón.
—No sabes cuánto lo siento —prosiguió él—. Tenía muchos deseos de conocer a tus compañeros de trabajo.
Paula sintió una opresión en el pecho.
—Estoy seguro de que comprenderán —añadió Pedro al ver que ella no decía nada.
—Seguro que sí —dijo Paula—. Pero quería que los conocieses un poco antes del día del golf.
—¿Cuándo era eso?
—El sábado que viene no, el siguiente —dijo ella, mientras la invadía una sensación de inquietud. Se enderezó en la silla y lo miró a los ojos—. Sigues con idea de venir, ¿No?
—No me lo perdería por nada del mundo —dijo Pedro sonriendo para tranquilizarla—. Tengo muchos deseos de conocer a tus amigos.
Paula se sintió mejor. Durante un segundo había resurgido su antigua inseguridad, haciéndole preguntarse si él no querría que lo vieran con ella.
—No te imaginas a quién he visto en el banco —dijo. Las campanadas del reloj del salón le recordaron que ya era hora de que Baltazar comenzara a prepararse para ir al entrenamiento—. A Javier Royer.
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