jueves, 12 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 38

 —Increíble —dijo Paula. Se preguntó hasta dónde habrían llegado ella y Pedro si no hubiesen llegado los alguaciles.


—Bien, perdón por haberlos molestado —dijo Rodrigo, tocándose el ala del sombrero—. Que disfruten del resto de la velada.


Paula esperó hasta que hubiesen desaparecido antes de hablar.


—En cuanto se vayan, será mejor que nosotros nos vayamos también.


—¿Estás segura de que no deseas mirar las estrellas un poco más? — preguntó Pedro, mirándola a los ojos.


—No es exactamente por falta de deseo —dijo Paula, recordando el juramento que había hecho sentada sola en el minúsculo apartamento con su recién nacido: Nunca haría el sexo antes del matrimonio. Todos aquellos años no había sido difícil guardarlo... Hasta ese momento.


—No, desde luego que no —dijo él, rozando con sus labios los de ella antes de ponerse de pie y darle la mano para ayudarla a levantarse.


—¿Y adonde nos dirigimos ahora, Pedro? —preguntó Paula, alisándose el vestido con la mano.


—Ahora te llevaré a casa. Como te dije, no tenemos que apresurarnos —dijo Pedro, pasándole un brazo por los hombros—. Me gustas, Paula Chaves, y esta vez lo vamos a hacer bien.


«Esta vez lo vamos a hacer bien».



Paula recogía la mesa del desayuno, incapaz de creer cuánto había cambiado desde la noche en que él había dicho aquellas palabras. Habían ido despacio, conociéndose nuevamente. Cuando Baltazar tenía que entrenar, Pedro se encontraba con ella en el campo y miraban el partido juntos. Los fines de semana, ella y Pedro iban a un concierto o al cine. Aunque su relación no era un secreto, ella dudaba que la gente de Lynnwood supiese que estaban saliendo juntos. Aunque él era afectuoso en privado, después de la noche de los bolos no la había ni tomado de la mano en público. Sus dudas se vieron confirmadas cuando se encontró con Candela en la tienda, que le había dicho que tenía que llamar a Pedro para «Verse». Se había mordido la lengua. ¿Cómo iba a decir que Pedro ya estaba ocupado cuando no había ningún compromiso serio? Después de todo, no habían hablado de matrimonio y su dedo anular estaba desnudo. Pero el comportamiento de él durante las últimas semanas la había tranquilizado casi completamente. Aunque nunca comprendería cómo había podido ser tan canalla, estaba convencida de que él había cambiado. Se oyó un portazo y segundos más tarde Baltazar irrumpió en la cocina. Sonrió al ver su expresión excitada.


—¿Qué pasa?


—He recibido una carta —dijo Baltazar, mostrando el sobre—. De Washington.


—¿De quién? —preguntó Paula. 

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