—Pues, al final nos pusieron una carne fantástica —dijo Pedro, mirándola a los ojos—. Aunque no tuvo ninguna gracia tener que comérmela solo.
—Pero si no comiste solo —dijo Paula—. Al menos, habría unas cincuenta personas en esa cena.
—Pero tú no estabas allí —dijo él y su mirada volvió a encontrarse con la de ella.
Paula contuvo con un esfuerzo una sonrisa bobalicona mientras un calorcillo se extendía por todo su cuerpo. Pero estaba sonriendo cuando fue a buscarle a Pedro una gaseosa y una bolsa de patatas. Se sentó en la hamaca y él lo hizo a su lado. Mientras charlaban tranquilamente, una extraña sensación de haber vivido aquel momento antes la asaltó. Volvía a ser la amiga secreta, la que nadie sabía que él tenía... No, lo que había sucedido entonces no tenía nada que ver con su relación presente. Nada. Pedro le rodeó los hombros con el brazo y ella se estrechó contra él, aspirando su colonia.
—¿Qué tal Kansas City? —preguntó Pedro y le rozó el pelo con los labios, haciendo que un estremecimiento le recorriese a Paula la columna, dejándola sin habla.
—No fui —dijo Paula finalmente, cuando se dió cuenta de lo que él se refería—. Estaba cansada —explicó—. Decidí que era mejor quedarme en casa con mi chico favorito.
Pedro la miró sin comprender y una expresión de celos cruzó su rostro. Paula sintió la tentación de seguir haciéndolo sufrir, pero al final le dió pena hacerlo.
—¿No te he dicho que mi chico favorito va a cuarto curso de primaria? Mide alrededor de metro y medio y tiene el cabello oscuro...
—¡Ahora entiendo! —dijo Pedro, lanzando una estruendosa carcajada teñida de alivio.
—Háblame más de la cena —dijo Paula—. ¿Lo has pasado bien?
—La cena no estuvo mal —dijo Pedro—. Pero lo verdaderamente fantástico era el maestro de ceremonias.
Pedro se puso serio y le acarició la mano con ternura.
—Fuera de broma —dijo él, con la mirada fija en los labios femeninos—, te eché de menos.
Entonces, ¿Por qué no la había invitado a que lo acompañase?
—Hace un momento, recordé cuando te esperaba con la gaseosa y las patatas —dijo ella con un profundo suspiro—. Por aquel entonces pensaba que te conocía más que a mí misma.
—Pues desde luego que sabías más que yo —dijo él con una risilla—. En aquella época yo no sabía ni quién era ni lo que quería.
—¿Y ahora? —preguntó Paula inquieta.
—Ahora sé exactamente lo que quiero —dijo él con un susurro ahogado.
Paula sintió que la emoción le atenazaba la garganta cuando él le selló los labios con los suyos. Le rodeó a Pedro el cuello con sus brazos y le devolvió el beso. La quería a ella. Se había equivocado al dudar de su amor. Abrió la boca y el beso se hizo más profundo.
—Vayamos dentro —le dijo él tan bajo que Paula creyó imaginarse sus palabras mientras la besaba en el cuello.
Un repentino deseo la recorrió. Lo único que deseaba en aquel momento era tomar a Pedro de la mano y subir con él las escaleras hasta su dormitorio para hacer el amor con él toda la noche.
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