—Apuesto a que también te sientes aliviado —dijo Paula.
—En cierto modo, sí—reconoció Pedro—, pero Baltazar es un chico estupendo. Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese idéntico a él.
La contempló un momento. Ella apretaba las manos en el regazo y una película de sudor le humedecía la frente.
—Gracias por ser sincera conmigo—le dijo, inclinándose para apretarle una mano.
Sabía que había sido duro para ella reconocer que se había casado con el primero que se lo pidió, pero le agradecía que le hubiese dicho la verdad. Porque la honestidad siempre había sido importante para él. Y si su relación iba a mayores, desde luego que no quería que hubiese mentiras entre los dos.
Paula arropó a Baltazar con las sábanas y le dió un abrazo.
—¿Sabes cuánto te quiero?—le preguntó.
—Hasta el cielo—dijo él con una sonrisa.
—Es verdad —replicó ella, dándole un beso en la frente—. Y no lo olvides nunca.
Encendió la luz de noche antes de cerrar la puerta. Baltazar era un niño buenísimo. Una bendición de Dios. «Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese idéntico a él». Siguió pensando en las palabras de Pedro hasta que llegó a la cocina. Se sirvió un gran vaso de feche y se sentó a la mesa. ¿Se había equivocado al no decírselo? Después de tantos años, la negativa había sido automática. Hacía tiempo había jurado que nunca volvería a tener relaciones con el hombre que le había roto el corazón con sus mentiras, haciéndole aprender a golpes que tas apariencias podían engañar. Volvió a recordar aquella noche...
Pauli se apretó contra Pedro, sintiendo su piel desnuda, cauda y suave contra la suya. Aunque el sitio no fuese romántico, no recordaba cuándo había sido tan feliz en su vida.
—Será mejor que nos vistamos —dijo Pedro, levantándose de la improvisada cama de colchonetas para ponerse los pantalones.
Pauli lo agarró de la muñeca y lo hizo acostarse junto a ella nuevamente.
—¿Qué prisa tienes?
Pedro se llevó la mano femenina a los labios y le mordisqueó los dedos hasta que ella lanzó una risilla.
—Son casi las seis y no quiero arriesgarme a que nos sorprendan.
Tenía razón, pero la noche había sido tan maravillosa, tan mágica, que Pauli no quería que acabase nunca. Se dio la vuelta y sus pechos rozaron el tórax masculino mientras que sus manos descendían por el vello del abdomen.
—Oh, Pauli —dijo Pedro y se la subió encima con un rápido movimiento—, ¿Qué voy a hacer contigo?
Ella sonrió y lo miró a los ojos, reflejando su deseo en ellos.
—Tengo un par de ideas.
Volvieron a hacer el amor y mientras Pedro la acariciaba tuvo que recurrir a toda su voluntad para no gritar cuánto lo amaba. Necesitaba desesperadamente oírselo decir primero. Pero como él no lo dijo, ella se contentó pensando que a veces las acciones hablaban más que las palabras. Y durante la hora siguiente él le demostró de mil y una formas cuánto la quería. Después, se vistieron en silencio, alisando la ropa arrugada e intercambiando sonrisas tímidas. Aunque tuviese el pelo alborotado y una sombra de barba en las mejillas, Pedro estaba guapísimo. Pauli conocía a una docena de chicas que matarían por ser su novia. Todavía no podía creerse que la hubiese elegido a ella.
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