jueves, 5 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 32

 —No sé por qué Pedro no ha venido con nosotros —dijo Baltazar por enésima vez—. A él también le gusta la montaña rusa.


Aunque Worlds of Fun había abierto solo por el día, el aparcamiento estaba lleno de coches. El sol brillaba y prometía ser un día hermoso. Paula se detuvo en el hueco más próximo.


—Ya te lo he dicho —dijo Paula, intentando hablar con calma y no prestar atención al tono quejumbroso de Baltazar—. Este es nuestro día especial. Pedro tiene su propia vida y nosotros tenemos la nuestra.


—Pero podría...


—Basta, Balta. No quiero oír más del asunto.


Baltazar la miró sorprendido y Paula intentó calmarse. No era necesario que se pusiese tan nerviosa. Que hiciese una semana que Pedro no la llamaba no era motivo para perder la paciencia con su hijo. Sonia le había dicho que estaba de viaje, pero ella sabía con certeza que había vuelto el día anterior. Había visto su todoterreno aparcado frente al banco el viernes. Pero no pensaría en ello. Iba a concentrarse en pasárselo bien con su hijo. Durante toda la semana había hecho el esfuerzo de que no se le acumulara la limpieza o la ropa y así poder dedicarle el sábado a Baltazar. Se habían levantado temprano para poder disponer de ocho horas completas de diversión en el popular parque de Kansas City. 


—Pasaremos un día genial —dijo, esbozando una radiante sonrisa con esfuerzo—. Hasta sería capaz de subirme a la montaña rusa, ¿Qué te parece?


—Pero siempre vomitas —dijo Baltazar—. Cuando fuimos a Six Flags, vomitaste encima de aquel hombre...


—Acababa de comer —dijo Paula, cuyo estómago comenzaba a revolverse al recordar el episodio—. Y el algodón de azúcar y la montaña rusa nunca han sido una buena combinación.


Una hora más tarde se encontraban frente al formidable Orient Express. La tortuosa estructura daba más miedo todavía vista de cerca y los alaridos de la gente le dieron escalofríos a Paula. Se le aceleró el pulso y gotas de sudor le brillaron en el labio superior.


—¡Hala! —exclamó Baltazar—. Lo pasaremos de miedo. Vamos a ponernos en la fila.


—¿Estás seguro de que quieres esperar? —preguntó Paula, haciendo todo lo posible por retrasar el momento fatídico—. La fila parece larguísima.


—Pero se mueve rápido —dijo una conocida voz masculina detrás de Paula.


—¡Pedro! —exclamó Baltazar, sonriendo.


Paula se dió vuelta lentamente, con el corazón golpeándola en el pecho.


—Qué sorpresa.


—Ya lo sé —dijo Pedro riendo—. Quién iba a pensar que nos encontraríamos aquí.


Desde luego que Paula no, o no se hubiese puesto una camiseta y un par de pantalones cortos de tela vaquera. Pedro, que llevaba pantalones cortos de color caqui y un polo azul marino, parecía haber salido de las páginas de una revista de moda.


—Estás preciosa, como siempre —le dijo.


Con las prisas, Paula apenas se había puesto maquillaje y se había atado el cabello en una coleta. ¿Preciosa? ¡Qué va!


—Pedro, ¿Estás seguro de querer montarte en eso? —preguntó Candela, acercándose con un zumo helado en una mano. Se detuvo en seco—. Hola, Paula, qué sorpresa. 


Paula deseó que la tierra la tragase. A pesar del calor, Candela estaba hecha una rosa, con un traje de pantalones cortos color limón y sandalias de finas tiras. Llevaba el cabello oscuro, con su perfecto corte, suelto sobre los hombros.


—Candela. Qué gusto verte —dijo Paula, superando su vergüenza. Recorrió con la vista la multitud—. ¿Y Abril?


—Iba a venir con nosotros —dijo Candela—, pero anoche se descompuso. Mi hermana la está cuidando hoy.


¿Había dejado a su hija enferma? Paula se mordió la lengua. Aunque nunca había dejado a Baltazar solo cuando se encontraba enfermo, había mucha gente que no pensaba igual.


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