Cientos de flores adornaban el salón de fiestas y el sonido de la música se mezclaba con risas y conversaciones.
—Te agradezco mucho que me hayas ayudado a preparar la boda tan rápido —le dijo Paula con una sonrisa a su suegra, mirando la alianza que llevaba en el dedo—. Ha sido como un milagro. Todo ha salido perfecto.
—Me he divertido mucho haciéndolo —dijo Ana Alfonso, quitándole una pelusa del vestido de novia. Aunque Paula estaba dispuesta a contentarse con una ceremonia íntima, Connie había insistido en que se merecía algo más—. Me alegro de que me dejases participar.
Gracias a Ana, había resultado una boda por todo lo alto, con la iglesia y el salón de fiestas rebosantes de flores de primavera, el vestido de Paula de satén y encaje y la tarta de tres pisos. Se habían dado los votos frente a una iglesia llena de familia y amigos, rodeados de amor. Después del beso tradicional, abrazaron a su hijo. Paula sonrió, pensando en lo bien que Baltazar se había tomado la noticia de que Pedro era su padre. Cuando lo llamó «Papá» por primera vez durante la cena antes de la boda, fue el mejor regalo de boda que podría haberle hecho.
—¿En qué piensas? —le preguntó Pedro, rodeándole la cintura con el brazo.
—En lo feliz que soy —dijo ella, elevando el rostro hacia él—. En que tengo todo lo que siempre quise.
—Se me ocurre una cosa más.
—¿Qué es?
—Señora Alfonso, ¿Me concede este baile?
La orquesta comenzó a tocar y, de repente, Paula y Pedro se encontraron en la brillante pista moviéndose al compás de la música.
—¿Te das cuenta de que es la primera vez que bailamos juntos? — susurró Paula, nerviosa por la intimidad del momento—. Al menos, que bailamos con música de verdad.
—Hay muchas otras cosas que no hemos hecho nunca —dijo Pedro tiernamente a su oído—. Muchas cosas que me gustaría hacer.
—Te olvidas de que ya hemos hecho el amor —dijo Paula, carraspeando trémula—. ¿Recuerdas?
—Por supuesto que lo recuerdo —dijo él, acariciándole la espalda donde el amplio escote se la dejaba libre—. Pero lo que se puede hacer dentro de un armario es bastante limitado.
—¿Y fuera de un armario? —le preguntó ella con los párpados entornados, sintiendo un escalofrío.
—Ya lo descubrirás esta noche —dijo Pedro, retirándole un mechón de cabello del rostro—. No te olvides de que tenemos toda la vida.
Los labios de Pedro sellaron sus palabras y Paula tuvo la indudable sensación de que en los brazos de aquel hombre no le bastaría con toda la vida.
FIN
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