martes, 24 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 52

 —Le dije que nos volvíamos a Washington.


—No me lo creo —dijo Pedro consternado—. Quieres llevarte a mi hijo al otro extremo... —Se interrumpió. Hizo una pausa, respirando profundamente—. Eso no es lo importante ahora. Tenemos que encontrar a Baltazar.


Paula no protestó cuando él le pasó un brazo por los hombros, llevándola hasta la cocina. Se sentaron ante la mesa y escuchó atentamente mientras ella le explicaba lo que había hecho.


—Lo primero que pensé era que estaría en casa de tu madre, pero ella no está.


—Se ha ido a visitar a su hermana en Topeka por unos días. Qué extraño que no te lo haya dicho.


—Quizá lo intentó —dijo Paula, pensando en todas las llamadas que no había contestado.


—Da igual. Lo único que importa es encontrar a nuestro hijo. Ya verás que estará en su cama antes de que den las doce.


Pero la medianoche llegó y siguieron sin saber nada. Y cuando salió el sol, Pedro comenzó a preocuparse. Paula volvió a casa siguiendo el consejo del sheriff, «Por si el chaval decide volver», él salió a buscarlo un poco más, porque pensó que si se quedaba sentado se volvería loco. A las ocho de la mañana, Paula se dió la vuelta esperanzada al oír la puerta de la cocina, pero solo era Candela.


—¿Puedo entrar?


—Desde luego. Pero si buscas a Pedro, acaba de irse.


Candela la miró, confusa.


—¿Y por qué iba a buscarlo? Los que me preocupan son Baltazar y tú.


—¿Quieres un café? —dijo Paula, levantándose para servirle uno, que le puso delante.


 No quería ser grosera. No era culpa de Candela que Pero la prefiriese a ella. Y Candela había sido uno de los voluntarios que se habían pasado la noche buscando a Baltazar.


Candela se sentó frente a Paula ante la mesa y le echó azúcar al café.


—¿Has oído algo?


—Ni una palabra —dijo Paula, afligida. 


—No te preocupes —dijo Candela, sonriendo para tranquilizarla—. Lynnwood es un pueblo seguro.


—Ya lo sé, pero Baltazar es solo un niño —dijo, intentando tragar el nudo que se le había hecho en la garganta—. Y yo lo quiero tanto... Perdona —añadió cuando se le llenaron los ojos de lágrimas—, no quería hacer una escena —se secó los ojos con una servilleta de papel.


—Oye, yo también soy madre. Te comprendo perfectamente —dijo Candela, dándole unas palmaditas en la mano—. Haríamos cualquier cosa por proteger a nuestros hijos. Por eso me dió tanto miedo cuando Martín apareció de repente el sábado.


Paula asintió con la cabeza. No tenía ni idea de lo que hablaba Candela, pero estaba demasiado cansada para preguntar.


—No estaba preocupada por mí solamente —prosiguió Candela—. Era por Abril. Cuando a Martín le da uno de sus ataques, es capaz de hacer cualquier cosa. Y mi padre estaba de viaje. No sabía qué hacer. Gracias a Dios que conseguí comunicarme con Pedro. Espero que te dijera lo mucho que sentí haberos arruinado los planes.


—El día del golf —dijo Paula. De repente, comprendió.


—Él estaba deseando ir, pero dijo que tú lo comprenderías. No sé si yo hubiese sido tan comprensiva —sonrió Candela—. Pero supongo que por eso te quiere a tí y no a mí.


—¿Me quiere? —dijo Paula, mirándola fijamente—. ¿De dónde has sacado eso?


—Pedro me lo dijo.


—¿Cuándo?


—Me dijo que estaba enamorado de tí el día de la cena de la Cámara de Comercio —dijo Candela, dirigiéndole una mirada de curiosidad—. El día que me pasó a buscar porque mi coche estaba en el mecánico. Después me llevó a casa.


—¿Antes o después del beso? —preguntó Paula, levantando una ceja.


—El beso fue idea mía, no suya —dijo Candela, ruborizándose—. Y no lo volveré a hacer. Me dejó bien claro que no estaba interesado.


Paula se dió cuenta de que Pedro había intentado decirle la verdad, pero ella no lo había querido escuchar. Se le contrajo el corazón y hundió el rostro en las manos. ¿Cómo pudo haber sido tan idiota? 

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