martes, 3 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 26

 —Sí, pero soy mayor.


—Chicos —dijo Sonia, dando una palmada y cortando en seco la discusión—. Ahora que han comido una galleta, ¿Por qué no aprovechan para ir a jugar un rato? Falta poco para que llegue la madre de Baltazar.


Los niños agarraron unas galletas más y corrieron fuera.


—¿Y? ¿Quién tenía razón, entonces? —dijo Sonia.


—No es posible que tenga nueve, ese es el tema.


—Pedro —dijo Sonia, lanzándote una mirada triunfal—. El niño tiene nueve. Estabas equivocado, reconócelo.


—Pero no es posible —dijo Pedro—. Si nació en enero, eso quiere decir que Pauli, quiero decir Paula, se quedó embarazada en el instituto.


—¿Y qué? —preguntó Sonia—. No habría sido la primera chica de Lynnwood en encontrarse en esa situación. Aunque ahora que lo pienso, no recuerdo haberla visto con nadie.


—Yo sí, una vez —dijo Pedro pensando en aquella noche—. Fue a la fiesta de graduación con pareja.


—Ahí tienes —dijo Sonia—. Eso es lo que sucedió. Las fechas encajan.


—Es verdad —dijo Pedro y sintió una súbita opresión en el pecho que apenas le permitía respirar. 


Dios santo, ¿Se habría quedado Pauli embarazada aquella noche? Pero ella había dicho que se había casado. Hasta Ignacio dijo que ella estaba divorciada. Tenía que haber una explicación lógica. Pauli nunca le habría ocultado la verdad a él. Intentó encontrar una explicación. Ella no había tenido relaciones antes de aquella noche, de eso estaba seguro. Pero lo que había sucedido después de que ella se marchase de Lynnwood era un misterio. Era joven y vulnerable, pero no podía creer que se hubiese acostado con el primero que se fe cruzó por delante.


—Tengo que irme —dijo, echando la silla hacia atrás.


—¿Por qué no te quedas a cenar? —preguntó Sonia, recogiendo la mesa—. Tenemos estofado.


Aunque Pedro no había comido demasiado a mediodía, pensar en comida le revolvía el estómago.


—No tengo hambre. 


—¿Desde cuándo ha sido eso un impedimento? —rió Sonia—. Cuando eras pequeño, mamá decía que tu estómago no tenía fondo. Comías hasta que decías que estabas lleno y luego engullías una tarta entera de postre.


—Te lo estás inventando.


—Pedro Baltazar Alfonso—dijo Sonia bromeando—. Mira que Dios te está oyendo mentir a tu hermana.


Ella siguió regañándolo en broma, pero Pedro apenas la oía. Pedro Baltazar. Se te hizo un nudo en d estomago. Se dirigió a la ventana y miró al niño de cabello oscuro que hacía lanzamientos en el patio. Era imposible que Baltazar fuese su hijo. Imposible. ¿O no?


Paula detuvo el coche junto al bordillo frente a la casa de Sonia y apagó el motor. Dejó caer la cabeza hacia atrás sobre el apoyacabezas y se relajó un instante por primera vez desde las cinco de la mañana. Además, había pasado la noche en blanco. El recuerdo de los besos de Pedro le habían ocupado los pensamientos e impedido dormir. Se preguntó si Baltazar tendría deseos de pedir algo por teléfono. Aunque se había propuesto comenzar la semana con una cena nutritiva, la idea de pedir una pizza resultaba infinitamente más atractiva. Si la comían en platos de papel, lo único que tendría que hacer después sería tirar los platos a la basura. Cuando acabó de planear la cena, se bajó del coche buscando en el bolso algún bono de descuento para llamar por teléfono. Ya había subido la mitad de los escalones del porche cuando descubrió con un sobresalto que Pedro la esperaba sentado en la hamaca.


—Pedro, qué sorpresa —dijo Paula forzándose a hablar con naturalidad, aunque el rubor la delatase—. No esperaba verte tan pronto.


—Tenemos que hablar.


—Por mí, encantada —mintió—. Pero me temo que se me ha hecho muy tarde. ¿Otro día, quizá?


Pedro se levantó de la hamaca y de dos zancadas se puso delante de ella.


—Ahora. 

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