El lunes a primera hora Paula recibió una llamada confirmando que el puesto era suyo. Hizo planes para mudarse a Washington cuanto antes. Aunque comenzaría a trabajar en un par de meses, los pocos ahorros que había logrado acumular desde mudarse a Lynnwood le alcanzarían hasta cobrar su primer sueldo. Cuando volvió a casa borró todos los mensajes del contestador automático. El día anterior, Pedro la había llamado dos veces y ella no había contestado. Obviamente, él aún creía que tenían que hablar. Pero ¿Qué más se podían decir? Desde luego que a Baltazar no le gustaría la idea. Poco a poco, le había tomado el gusto a Lynnwood. Cuando lo fue a buscar a casa de Sonia, el niño le habló entusiasmado de un campamento de baloncesto al que él y Mateo pensaban asistir. Le dio pena decirle que se habrían ido de allí mucho antes de que el campamento comenzase.
—Voy a echar unas canastas antes de la cena —dijo Baltazar, haciendo girar un balón entre sus manos con el dedo índice.
Paula titubeó. ¿Sería aquel el momento adecuado? Baltazar se dirigió a la puerta.
—Espera —dijo Paula, secándose la humedad de las palmas de las manos en la falda—. Tengo que hablar contigo.
Baltazar se dio la vuelta con un bufido de impaciencia, mirando la puerta.
—Tengo una noticia fantástica —le dijo Paula—. He decidido aceptar el trabajo de la compañía aquella dé Washington.
Baltazar la miró con el ceño fruncido y en ese momento se pareció tanto a su padre que a Paula se le hizo un nudo en el estómago.
—¿Trabajarás desde aquí?
—No —dijo Paula, esbozando una sonrisa forzada—. Eso es lo fantástico. Nos volvemos a Washington.
Baltazar apretó el balón entre los dedos.
—A mí me gusta vivir aquí
—Ya sé que te gusta —dijo ella, intentando calmarlo, pero también te gustaba aquello, ¿Recuerdas?
—Mateo y yo tenemos planes. Está el campamento de baloncesto y los dos jugaremos en el mismo equipo de fútbol —la miró desafiante—. No quiero mudarme.
—Me temo que no tienes otra opción —dijo Paula sin alterarse—. Tú y yo somos un equipo. Donde voy yo, vas tu. Así que necesito que comiences a juntar tus cosas. Nos vamos pasado mañana
—Pero a tí también té gusta estar aquí —dijo Baltazar, asustado—. Lo dijiste.
—Me gustaba —dijo Paula—, pero las cosas han cambiado.
—Pues a mí me sigue gustando. Y no me mudaré —dijo Baltazar, dejando caer el balón con un golpe y levantando la barbilla—. No puedes obligarme.
—Soy tu madre —dijo ella, mirándolo con firmeza—, harás lo que yo te diga.
—¡Pues no me iré! —gritó Baltazar, dándose la vuelta.
Subió las escaleras corriendo. Segundos más tarde, cerraba la puerta de su dormitorio con un sonoro portazo. Paula estuvo a punto de seguirlo, pero luego se dijo que el niño necesitaba un poco de tiempo para hacerse a la idea. Con un suspiro de resignación, se dirigió al salón. Baltazar no respondió a su llamada a comer, a pesar de que era su plato preferido: Espaguetis con albóndigas. Aunque no tenía demasiada hambre, ella hizo un esfuerzo por comer, pero la comida le supo horrible y acabó tirándola. Luego intentó leer, pero no podía concentrarse, pues penetraba una y otra vez en la conversación con Pedro. Miró el teléfono. ¿Y si lo llamaba y le daba la oportunidad de que se explicase? ¿Qué le pasaba, era masoquista o el monumento a la estupidez humana? ¿No había aprendido la lección dé Pedro Alfonso? ¿No había aprendido que detrás de aquella increíble sonrisa y aquel rostro sincero se escondía el mentiroso más grande del mundo?
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