jueves, 5 de septiembre de 2024

Traición: Capítulo 29

 —Es increíble que ya sea de día —dijo, pasándose la mano por el pelo, súbitamente nerviosa—. Anoche parecía que nunca llegaría mañana y ahora está aquí...


Pedro estrechó su mano entre las de él, interrumpiendo su parloteo.


—Anoche fue genial. Quiero que sepas...


Se oyeron unas risas del otro lado de la puerta y un ruido en la cerradura. Pedro soltó la mano de Pauli como si hubiese sido una patata caliente y se alejó de ella justo cuando se abría la puerta. Javier y Marcos irrumpieron en el cuartucho. Vestían camisetas y vaqueros y sonreían.


—¿Se lo han pasado bien?


—Sí, genial —dijo Pedro, en un tono sarcasmo—. Intenten dormir sobre el suelo.


Siguieron hablando usos minutos y durante ese tiempo Pedro ni siquiera la miró. Era como si ella hubiese dejado de existir. Pauli sintió una opresión en el pecho. Era como si la noche anterior no hubiese significado nada para él.


—Voy al cuarto de baño —dijo, y pasó al lado de ellos, sintiendo deseos de llorar.


Después de asearse un poco, sus pies descalzos volvieron silenciosos por el brillante linóleo. Al final del pasillo Pedro hablaba con sus amigos, dándole la espalda.


—¿Qué pretendes con ese chiste? —su voz resonó en el silencio—. Tengo novia, ya lo sabes.


Javier murmuró algo y luego él y Marcos lanzaron sendas risotadas,


—Estás loco —dijo Pedro envarándose—. Como si yo fuese a hacer algo con ella.


Durante un segundo Pauli pensó, como una tonta, que se refería a Candela. Hasta que oyó su nombre y Javier y Marcos volvieron a reír. El estómago le dió un vuelco y las rodillas comenzaron a temblarle. Pensó por un instante que se desmayaría, pero después de tomar atiento varias veces para calmarse, logró recuperar la compostura. Tendría que haberse imaginado que Pedro no la quería, que lo único que deseaba era sexo. Ella había estado a mano, y, además, dispuesta. Dios, había estado siempre dispuestísima. Se había entregado sin reticencia alguna. Se puso como un tomate al pensar en lo que había hecho. Prácticamente le había rogado que le hiciese el amor... Y de todas las formas posibles. Se tragó las lágrimas y enderezó los hombros. Cuando llegó basta los chicos, tenía los ojos secos.


—Tengo que buscar mis zapatos—dijo, a nadie en particular.


—Te llevo a casa el en coche —dijo Pedro. 


—No te molestes —replicó Pauli, orgullosa de poder parecer tan intranscendente cuando en realidad se le estaba rompiendo el corazón—. Bastante me has soportado toda la noche.


—No me importa... —dijo Pedro.


—Pedro, tío, déjala que camine —dijo Javier, dirigiendo una mirada de desdén al redondo cuerpo de Pauli—. Dios sabe que le vendría bien hacer un poco de ejercicio.


—¡Basta!—dijo Pedro.


Aunque la insensibilidad de Javier no era ninguna novedad, Pauli se volvió a sentar herida por sus comentarios. Pero al menos sabía lo que pensaban Marcos y Javier. Pero la gente como Pedro era muchísimo más peligrosa, gente que simulaba amiga. Que les decía una cosa y luego sereía a espaldas.


—Javier tiene razón —dijo Pauli, levantando la barbilla—. Me vendrá bien el ejercicio.


—Deja qué te lleve —insistió Pedro—. Es lo menos que puedo hacer.


Pauli se clavó las uñas en las palmas para no responderle con alguna inconveniencia.


—No, gracias. Ya has hecho bastante.


Logró controlar las lágrimas hasta llegar a su habitación y meterse en la cama. Una vez allí, golpeó la almohada con el puño una y otra vez hasta que su cuerpo se vio sacudido por sollozos. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Si su propio padre no la quería. ¿Por qué había pensado que un tipo como Pedro lo haría?



—¿Mami?


Paula salió de golpe de su ensueño y parpadeó para enfocar la mirada en la puerta.


—¿Te encuentras bien? —preguntó Baltazar con expresión preocupada.


Paula exhaló un suspiro tembloroso y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.


—Sí, estoy bien, cielo.


—Pero llorabas. 


—Cuando mami se cansa, a veces lo único que quiere es llorar un poco —dijo Paula, restándole importancia—. Luego me siento mucho mejor.


Baltazar la miró con desconfianza.


—¿Y ahora te sientes mejor?


—La verdad es que sí —dijo Paula, sintiendo al decirlo que era cierto.


Revivir aquellos horribles momentos le habían hecho darse cuenta de que había hecho lo correcto en no comunicarle a Pedro que Baltazar era su hijo. Era un conquistador. Un hombre que podía hacer con una sonrisa que una mujer dejase de lado toda sensatez. Pero ella ya era una adulta, no una jovencita ingenua, y el bienestar de Baltazar era su prioridad número uno. Quería que su hijo creciese y llegase a ser un buen hombre que nunca abandonaría a su familia en los malos momentos o le haría el amor a una chica para luego dejarla plantada. Aquella vez, Pedro le había demostrado que no podía confiar en él, así que ahora no iba a ser tan tonta de confiarle a su hijo. O su corazón. 

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